Mario Serrato/

La constitución creó dos curules a la Cámara de Representantes para ser ocupadas por personas de raza negra. No debe caerse nunca en la simpleza interpretativa de considerar que se crearon dos curules para las comunidades negras. Simpleza que fue aprovechada por mercaderes profesionales del voto.

El Espíritu de la Constitución Política tiene por intención visibilizar a las personas de raza negra en las curules del congreso. Situación que solo se alcanza cuando personas de esa raza las ocupan. También lo fue restablecer los derechos y dignidad de esta comunidad.

Pero esas intenciones claras de la Constitución desaparecen cuando personas que no pertenecen a la raza negra impiden visibilizar a la gente negra desde las curules que esa comunidad ganó en el congreso.

Las personas negras que ocupen las curules del congreso pueden pensar como quieran e incluso pertenecer a agrupaciones, ideologías o sectas, que desprecien a su propia gente.

Aún existen algunas personas de raza negra que creen encontrarse en una condición inferior frente a otras razas y consideran que tal condición solo se “supera” cuanto más “blanqueo” le den a su raza y cultura. Ejemplo de ello se encuentra en la selección de Bustamante y Orozco para ocupar las curules.

Otras optan por ignorar su condición de personas de raza negra de modo que intentan, y en ocasiones logran, integrarse a las colectividades racio-culturales mayoritarias en número, proximidad y control del poder.

Aún en estas circunstancias tan criticables, esas personas son preferibles en las curules al “auxilio” que el mestizo o el blanco quieran darles al usurpar los espacios de participación institucionalizados para  la crítica, la acción y la construcción socio cultural.   

Lo que se pretende desde la constitución consiste en entender que así las comunidades negras cometan un error en la selección de quienes ocupen las polémicas curules, el error cometido es de ellas y por ellas, situación que las dota de una experiencia que solo puede adquirirse cuando ellas mismas viven, padecen, fracasan o superan el suceso histórico político.

Si esa experiencia es adquirida por personas de otras razas, serán estas quienes sumen a su condición el valor adquirido, en obvio detrimento de quienes requieren la experiencia para sí mismos, para su causa y para su historia.

En circunstancias político económicas como las que padece nuestro país, ostentar la condición de miembro del congreso o disponer de influencia para incidir de manera importante en el poder, se convierte en un imperativo para los ambiciosos de todos los matices.   

El caso de Jair Acuña y su movimiento (o lo que sea la agrupación que dirige), es uno más de los tantos que padece la nación. Acuña tiene de negro lo mismo que Mike Tyson tiene de vikingo, sin embargo su color de piel lo legítima para ostentar las curules en cuestión, pero cuando éste y otros personaje usan el espacio ganado como un rincón más de los vericuetos del poder, restan a las comunidades negras una experiencia, resta que puede resumirse en que el espacio de poder se pierde por la falta de identidad de quien lo ostenta. Situación que obliga a dirigentes y organizaciones a trabajar con ahínco por la identidad. Tal experiencia debe ser apropiada de forma exclusiva por las personad de raza negras. Por supuesto esta no puede darse, o adquirirse, cuando quien la vive carece del concepto de identidad racio-cultural anquilosado en su formación e identidad de forma inherente a su condición.

Las personas de raza negra que se han sumado a las candidaturas de Orozco y Bustamante, alegan que los congresistas de raza negra que han ocupado esas curules no han hecho nada por su colectividad. Argumento que encuentra asidero en pretensiones de orden burocrático y personal y que de paso desconoce los múltiples impedimentos que se han impuesto al desarrollo de las leyes y pretensiones que favorezcan a sus comunidades.

La ley 70 de 1993, con sus enormes vacíos, la consulta previa en las comunidades negras, la oportunidad para ostentar puestos o posiciones de poder para esas comunidades, han sufrido modalidades de ninguneo y en ocasiones de burla, tan insalvables y tan mezquinas, que demuestran la existencia de actitudes que pueden considerarse racistas. A las anteriores razones se deben sumar las deficiencias de orden técnico–políticas que padece la gente negra solo superables con la sumatoria continua de experiencias directas en el ejercicio de poder.   

El gobierno y los gremios económicos inciden sobre los territorios de comunidades negras con decisiones que niegan, desconocen u omiten sus derechos. También lo hacen, y de modo impune, los actores armados con presencia en sus regiones.

Los mínimos espacios de poder que estas comunidades han alcanzado, son aprovechados para la solución de problemas inmediatos: el cargo burocrático de tercera categoría, la apropiación presupuestal ínfima, el proyecto específico sin sostenibilidad, la estrategia de desarrollo sin futuro, el plan de políticas públicas sin ejecución y la infaltable corrupción.

Frente a realidades tan evidentes, resulta muy sencillo entender porque la labor de quienes han ocupado esas curules no ha arrojado resultados. También explica que la intención del gobierno central consiste en considerar que las dos posiciones en la Cámara de Representantes,  constituyen por si solas, un aporte suficiente para la solución de los problemas de esas comunidades.

En todo caso, y sin lugar a dudas, son las personas de raza negra y solo ellas, las que tienen la responsabilidad de fracasar o ganar en el aprovechamiento del logro alcanzado y obtenido con las curules.

Cuando las comunidades delegan en otras personas tal responsabilidad se sustraen de su papel histórico con lo que desaprovechan la conquista de experiencias, la sumatoria de elementos que les permitan comprenderse a sí mismas, la consecución y la obtención de conocimientos y habilidades que el poder entrega de forma exclusiva a quien lo usa, a quien lo detenta.

La sumatoria continua de experiencias, aunada a la labor de autocrítica y trabajo, permitirá a esas comunidades conseguir el modo de darle al espacio conquistado niveles de eficiencia y aprovechamiento inimaginables para su propia gente. Pero cuando esta sumatoria se regala o delega, se ingresa en un abismo socio histórico de difícil recuperación.  

La cuestión consiste en impedir que la experiencia del, y en el poder, se la apropien quienes carecen, por razones de índole cultural insuperables, de la vocación de continuidad a la que se obliga quien es miembro de un raza, de una cultura y que ha tenido el privilegio de haber adquirido unos conocimientos mnémicos indelebles.        

La decisión del Consejo Superior de la Judicatura en contra de Bustamante y Orozco debe mantenerse e ir más allá, mediante la anulación de esa elección por razones que tienen sólido soporte en el espíritu de la Constitución Política de Colombia.

Por otra parte Jair Acuña, en lugar de “blanquear”(con sus votos enmermelados por los nocivos cupos indicativos, las curules de la gente negra entre sus amigos y áulicos), debería explicar con detalle los comentarios e investigaciones que lo vinculan con Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, y su criminal estructura. En la que por cierto, las personas de piel negra estaban destinadas a mantener una condición de inferioridad racial y cultural. 

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