Después de ser obligados por los grupos violentos a desplazarse y permanecer tal vez demasiado tiempo lejos de su lugar de origen, la comunidad indígena Nukak Makú regresó este fin de semana a la selva.

Sus costumbres permanecen intactas. Y a ellas les suman las que recogieron de los blancos: la forma de hacer el fuego, la ropa, las ollas, los bombones, las pilas, las linternas, las herramientas, la panela y hasta el guarapo.

El retorno de los Nukak Makú, última tribu nómada del mundo, se dio por decisión propia y se realizó con el acompañamiento de diversas instituciones del Estado, que siempre estuvieron atentas para brindarles las mejores condiciones durante la permanencia fuera de su hábitat. Algunos permanecieron en San José del Guaviare tres años, otros sólo cuatro meses.

El retorno tuvo para ellos algo de nostalgia. La noche de la partida los hombres Nukak salieron a visitar su lugar favorito: “La Guaraperia”, donde por 500 pesos obtuvieron cada uno un vaso lleno de esa bebida que les fascinó. Esa noche lo ameritaba, pues se despedían de un lugar que aunque extraño, los acogió y atendió como a visitantes venidos de otro mundo.

Para Timiyoo Nukak, o Alexander Castro González, como se hizo llamar por los blancos, ya era hora de regresar. Él dice que extrañaban la sombra, la variedad de especies para alimentarse, el silencio, la tranquilidad y la independencia de sus familias.

“De los blancos extrañaremos muchas visitas, la gaseosa manzana, los dulces, los médicos y hasta las mujeres”, dice.

Muy temprano llegaron siete volquetas que los trasladaron hasta Puerto Ospina, un corregimiento ubicado a dos horas de San José, en donde termina la carretera y comienza la selva del Guaviare.

Poco a poco comenzaron a subir sus corotos: plásticos, ropa, utensilios, cerbatanas, micos y hasta uno que otro perro que se había instalado en sus cambuches.

Los niños estaban felices por montar en carro, las mujeres cargaban entre dos y tres hijos menores, los hombres se echaban al hombro lo que encontraban a su paso y los ancianos observaban en medio del fuego que los calentaba.

El recorrido fue emocionante. Por la carretera las gentes salían al paso de los camiones a despedirlos, y ellos respondían con una palabra: “Watyubene”, que quiere decir “hasta luego”.

Hubo más de un Nukak mareado, también una que otra volqueta atascada, cámaras registrando el suceso, muchos soldados acompañando el retorno, rostros que dejaron ver algunas lágrimas.

La llegada a Puerto Ospina fue ruidosa. Los 200 Nukak que llegaron fueron recibidos demostraciones de alegría y con sancocho y carne a la llanera.

Puerto Ospina es un caserío de menos de 20 viviendas, la mayoría abandonadas y en donde permanecen seis familias. Allí los Nukak tendrán atención médica, alimentos para sus hijos y funcionarios atentos a sus requerimientos.

Esa primera noche los Nukak durmieron en sus hamacas, recibieron el menaje prometido y meditaron sobre el siguiente paso: internarse en la selva.

El amanecer trajo muchas respuestas: el retorno será gradual. Primero irán algunos hombres llevando parte de sus pertenencias. Poco a poco las mujeres y los niños iniciarán la caminata que los llevará a la Wawinamapama, cerca al río Inírida, a muchas lunas de camino, donde se encuentra el lugar que de verdad les pertenece.

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