Aunque los casos comprobados de gripe porcina humana llegan a más de 100 mil en el mundo y se teme que las próximas mutaciones del virus lo harán más letal, los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud (OMS) se esfuerzan en ignorar las causas reales de la pandemia.

En lugar de ello, predominan los enfoques fragmentarios y sobre los síntomas, como el desarrollo de una vacuna contra el nuevo virus, que aunque tenga corta vida efectiva y hasta podría empeorar la situación, es un gran negocio para las trasnacionales que dominan ese mercado.

La actual pandemia de gripe porcina es grave en sí misma y sin embargo es apenas un indicador del acelerado proceso de recombinación y creación de nuevos agentes patógenos de los últimos años. No es un hecho aislado ni fortuito, es un componente lógico y coherente de la grave crisis generalizada de salud a nivel global, contraparte de las múltiples crisis económicas, ambientales, climáticas, en que estamos inmersos gracias a décadas de lucro desenfrenado de las trasnacionales, devastadoras de la gente y el planeta.

Aunque las autoridades finjan demencia (o incluso premien a los causantes de la epidemia, como en México) está claro el papel fundamental de la cría industrial de animales a gran escala, principalmente cerdos, como promotores de la creación de nuevos patógenos. No es el único factor, pero es clave en el origen de la actual epidemia y las que vienen, porque los cerdos actúan, más que otras especies, como "crisol" para la recombinación de nuevos virus. Las condiciones de hacinamiento de miles de animales donde circulan diferentes cepas de virus que pueden infectar simultánemente al mismo animal, el estrés, las frecuentes vacunaciones y exposición continua a plaguicidas, exacerban esta capacidad.

La comprobación de que también los humanos trasmiten el nuevo virus A/H1N1 a los cerdos, es muy preocupante porque acelera las causas de mutación del virus que puede retornar a los humanos en formas más agresivas. Sin embargo, el 16 de julio la OMS anunció que la gripe porcina humana (asépticamente llamada por ellos A/H1N1 para exculpar a los industriales de cría de puercos) se ha extendido tanto y el nivel de contagio es tan común, que ya no se requiere a los países reportar al organismo los nuevos casos. De todos modos, dice la OMS, les resultará imposible porque el contagio va mucho más rápido que su capacidad de contabilizarlos. Según la OMS "la pandemia de influenza 2009 se ha diseminado a nivel internacional con una rapidez sin precedentes. En pandemias anteriores, los virus de la gripe necesitaron más de seis meses para diseminarse tan ampliamente como el nuevo virus A/H1N1 lo ha hecho en menos de seis semanas".

Muestran así otro factor clave de la pandemia: el aumento del trasiego global de bienes, animales, personas (y microbios), inherente al mercado mundial que necesitan las trasnacionales.

Para ese mercado se construyen los grandes megaproyectos de infraestructura y energía (autopistas, grandes represas, hidrovías), aumenta la deforestación y el avance de los grandes monocultivos agrícolas y forestales (con la consecuente expulsión de poblaciones rurales hacia las ciudades) destruyendo a su paso los hábitats naturales y su biodiversidad y por tanto, los competidores benéficos y enemigos naturales de los microorganismos patógenos. La concentración resultante
de población en grandes centros urbanos -también útil para las ventas centralizadas de las trasnacionales-, carentes en su periferia de servicios básicos, crea condiciones ideales para la transmisión en gran escala.

En todos los casos de epidemias y surgimiento de nuevos patógenos de las últimas décadas, tales como ébola, hantavirus, virus del Nilo, nuevas cepas de malaria, dengue, VIH, hay por detrás algunos de esos factores.
Hay disrupción de hábitats de animales silvestres que actúan como reservorios sin contraer la enfermedad, forzando su migración a zonas más pobladas; crean nuevos y abundantes criaderos de vectores de las enfermedades (como charcos de agua en zonas deforestadas que crían mosquitos como anófeles, vector de la malaria; proliferación de moluscos e insectos en las lagunas y ríos afectados por grandes represas debido a cambios de salinidad, aumentando exponencialmente los casos de leishmaniasis, esquistosomiasis, etcétera); cercanía de mega criaderos industriales de cerdos y pollos, etcétera.

A esto hay que sumar el creciente uso y manipulación industrial de virus y bacterias, que son utilizados, por ejemplo, para construir transgénicos, para producir sustancias químicas y farmacéuticas, todo ello factor de aceleración de mutaciones.

Las políticas fragmentarias y sobre síntomas, también aumentan la velocidad de mutación y su impacto. Las campañas de desinfección masiva y el aumento de uso de antibacteriales, eliminan los microorganismos más débiles, dejan espacio a los más resistentes y obligan a los virus a mutar más rápido. Las campañas de vacunación crean una inmunidad temporal que produce que las nuevas generaciones no tengan ninguna defensa natural frente a este virus, al tiempo que dejan nichos vacíos para otros virus -quizá una de las causas de por qué la población más joven muere más rápido con el virus de la influenza actual, emparentado con el de la gripe de 1918.

Aunque las autoridades pretendan obviarlo, porque cuestiona el sistema global y el lucro de las trasnacionales, ver las causas del desastre en toda su magnitud es una tarea imprescindible, así como apoyar a los que siguen sosteniendo la biodiversidad y la salud del ambiente y la naturaleza, como campesinos, indígenas y comunidades locales.

* Silvia Ribeiro es Investigadora del Grupo ETC

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