En el día de los niños, conocida por la tradición popular como el día de las brujas, las historias de fantasmas y apariciones ocupan la atención de propios y extraños, que aprovechan la ocasión para rememorar aquellos relatos cuyos personajes aún logran despertar temor.

Los mitos populares, recreados en la cotidianidad por comunidades indígenas y campesinas, hacen parte de esa riqueza cultural de un país diverso que, a pesar del conflicto social y armado, vive en medio del rumor y el carnaval.

Actualidad Étnica presenta un mito compilado por Luis María Sánchez en este día de brujas, antesala al día de difuntos, fiesta popular que en nuestro país ha ido perdiendo fuerza por obra y gracia de una ley que trasladó buena parte de las fiestas religiosas al día lunes, no permitiendo que el imaginario popular recuerde el por qué se celebra la fiesta.

La culebra de la Laguna Negra

“Hace años que un indígena tuvo el atrevimiento de acercarse hasta las orillas de la Laguna Negra, situada en el municipio de Cáqueza, lo que en sí encerraba mucho coraje en el excursionista pues la laguna tenía conquistada fama de ser brava y de perseguir y sorberse a quien por allí asomase.

Sin duda para mostrar semejante ánimo corajudo, la suerte le ayudó, porque apenas posó sus ojos en la orilla cuando vio brillar una culebra de oro al alcance de su mano. Y todo fue uno: verla y enmochilarla con avidez inusitada.

Pero en el mismo momento recordó que había cometido una profanación con la laguna, por lo cual salió en carretera precipitada. Mas no había dado dos pasos cuando un estruendo aterrador le dio aviso de que no las llevaba todas consigo. ¡Y quién dijo nada! Retumbó un trueno y un rayo cruzó tan amenazante ante su vista que por poco deja a nuestro hombre clavado en el suelo. Pero el pobre corría sin hacer caso de la lluvia torrencial que se había desencadenado, ni del pavor que le oprimía el pecho.

Ya le faltaba resuello para la carrera vertiginosa que llevaba, cuando volvió a mirar y tuvo para morirse de miedo, cuando vio ahí no más, detrás de sus pies y casi lamiéndose las talones iba la laguna rugiente y espantosa cual si en cada pequeña ola sobresaliese la cabeza de un dragón o de un basilisco que quisiese tragárselo o matarlo de sopetón.

Palpose perdido el campesino y faltándole el aliento, descargó su pesada mochila para devolver al agua el tesoro, pero al irlo a hacer, notó que en vez de la alhaja de oro llevaba una serpiente viva, con ojos llameantes y que apenas vio abierta la boca del morral salió airoso y llena de majestad sobre las ondas fieles de su laguna.

Y la laguna volviose con mucha calma hacia su lecho, llevándose a la culebra encantada.

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