En el principio de los tiempos existía un rí­o demasiado caudaloso que tení­a su cauce a la inversa de los demás: nacía en el mar y desembocaba por allá lejos de la costa, en la misma montarla.

 

Para corregir esta anomalía, Caragabí, dios del universo catío, envió un torrencial e interminable aguacero y la tierra empezó a cubrirse de agua; un indígena que creía mucho en su dios fue a contarle lo que sucedía y éste, accediendo a sus súplicas, le dijo que fuera rápido a decirle a los demás que hicieran canoas y se introdujeran en ellas para salvarse.

 

El indio así lo hizo y procedió a colocar debajo de su maloca varias canoas; acto seguido cortó los palos sobre los cuales se levantaba su vivienda y la choza quedó asentada sobre las balsas; introdujo después comida y dijo a todos los demás que hicieran lo mismo si querían salvarse; ninguno le creyó y como respuesta se dedicaron a beber hasta embriagarse; a los tres días la choza del indio creyente flotaba con los suyos y los demás desaparecían debajo de las aguas haciendo compañia al mundo hasta entonces existente.

 

La choza flotante llegó hasta el cerro Mujarra, único lugar que no cubrieron las aguas, y allí desembarcaron, pero ocurrió que un pez espada empezó a aserrar el cerro y esto no se podía permitir porque fácilmente se derrumbaría; los salvados reuniron entonces a tres animales: un alcatraz, un cuervo y una nutria y les contaron lo que sucedía; éstos prometieron turnarse hasta matar el intruso.

 

Primero fue el alcatraz y... falló en su intento; fue entonces el cuervo y... le ocurrió lo misimo; por último lo hizo la nutria, la cual se le acercó sigilosamente y lo mató; acto seguido lo llevó a su dios y éste, en recompensa, le dijo: "Siempre comerás pescado".

 

Y Caragabí empezó a hacer descender las aguas; una iguana empezó a asomar su cabeza y así, poco a poco, todo su cuerpo; cuando llegó a la cola, dios ordenó a los que se habían salvado que se arrojaran pronto al agua porque si no lo hacían quedarían aislados en el cerro; algunos lo hicieron, otros no; estos últimos se quedaron en la montaña.

 

Los que se arrojaron pudieron ver que el río, causa del desequilibrio, había tomado un cauce normal; nacía en la montaña y desembocaba en el mar.

 

Esta fue la causa del diluvio entre los catíos y hay quienes creen a pie y juntillas que las cosas volverán a cambiar. 

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