El texto que sigue a esta introducción es la traducción de un artículo (Spiritual Hucksterism...) que su autor, el indígena norteamericano Ward Churchill, publicó en Z Magazine, allá por el lejano año de 1990. ¿Lejano? No demasiado puesto que, en los quince años transcurridos desde su primera publicación, apenas hemos apreciado variaciones en el problema atacado por este artículo: la irresistible ascensión comercial de una seudoespiritualidad seudoindígena. Por el contrario, este problema se ha exacerbado desde entonces mientras que, precisamente en los albores de este año 2005, los ataques del fundamentalismo gringocristero a Ward Churchill, han llegado a límites intolerables –bien que escudados en pretextos ajenos a este artículo.

 

Desde principios de febrero de 2005, las fuerzas más retrógradas de EU, piden abierta y literalmente la cabeza de Churchill: según declaraciones de éste, en los primeros cinco días de asedio recibió 130 amenazas de muerte creíbles. Obviamente, no podemos mirar para otro lado. Y como una de las mejores maneras de defender a un autor es publicar sus pensamientos, he aquí una muestra de los propios de Churchill el Bueno –imposible de confundir con el otro Churchill, el imperialista, monárquico, ¡y premio Nóbel de literatura!


Pero, con la venia del lector, permítasenos unos párrafos introductorios e informativos. En 1999, una revista española (Viento Sur, No. 46, pp. 103-108), publicó esta misma traducción (hasta la fecha único texto churchilliano publicado en papel en lengua castellana; en el ciberespacio circulan algunas otras brevísimas notas traducidas). Para aquella ocasión, escribimos otro breve proemio del que (con perdón por la autocita), reproducimos algunos párrafos:


“Pocos pueblos del mundo conocen mejor que los indígenas norteamericanos la crueldad de los forjadores del imperio estadounidense. Para empezar, desde que comenzó la invasión, los llamados pieles rojas se vieron convertidos en el único Enemigo Interno –cuatro siglos después, lo siguen siendo aunque ahora están acompañados por los negros, hispanos y asiáticos. Hoy que el imperio tiende a considerar al planeta como su coto de caza privado, todos los pueblos que en el mundo somos, corremos los mismos peligros que corrieron y corren los indígenas norteamericanos. Por ello, aunque solo fuera por egoísta precaución, debemos escucharles con especial interés.


Ward Churchill, el autor del siguiente artículo, es un indígena cherokee. En sus numerosos escritos ha denunciado el holocausto sufrido por su pueblo. Un holocausto negado porque, al enemigo interno, se le achicharra primero y después, como si ello no bastara, se niega el achicharramiento –inclusive en los círculos académicos–, al mismo tiempo que, en los niveles populares, se les convierte literalmente en los malos de la película.

 

 


Por lo que se refiere a Europa y otras partes de Occidente, sospecho que hay un cuarto peligro: la adhesión de este pseudoindigenismo a la (aún balbuceante) alianza entre gropúsculos esotéricos que buscan (más consciente que inconscientemente) agruparse en un movimiento que sólo podemos llamar protofascista. Me explico: no nos quepa la menor duda de que el fascismo se moderniza. El fascismo de hoy puede incorporar a los pieles rojas sin mayores traumas adaptativos porque el componente racista del antiguo fascismo, pese a ser muy escandaloso, no era su factor medular sino que admitía excepciones e incongruencias, por ejemplo: Hitler adoraba a los monjes tibetanos, por muy amarillos que fueran. El fascismo de hoy se moderniza conservando sus esencias y entre ellas está la de predicar la salvación individual a través de un Maestro, Gurú o Caudillo, en este caso, Chamán”.


Pues bien, el fascismo estadounidense ha decidido modernizarse y para demostrarlo nada mejor que aterrorizar al igualitarismo americano mediante el infame recurso de la caza de brujas. Para comenzar a roer ese hueso, ha escogido su apéndice más débil; todo indica que, en sus cónclaves negros, los patriotas se preguntaron: “¿qué les parece ensayar con un intelectual indígena, un egghead, un cabezahuevo, como les tildábamos en los cincuenta, en aquellos gloriosos años de feroz anti-intelectualismo, de la guerra fría y del senador McCarthy? ¡Estupendo! De paso nos tomamos unas vacaciones de la corrección política, esa fastidiosa hipocresía”. Así, en febrero de 2005, emprendieron su Cruzada contra Ward Churchill.


El pretexto que encontraron fue un artículo que Churchill colgó en internet el fatídico día 11 de septiembre de 2001; durante más de tres años, este tremendo alegato (On the Justice of Roosting Chickens, en adelante, RC) habitó el ciberespacio sin demasiadas alharacas ni a favor ni en contra. Más aún, en el año 2003, Churchill lo incluyó en un libro recopilatorio de varios artículos suyos que lleva ese mismo título: tampoco hubo mayores escándalos. Aunque, poco después de la redesignación de Bush, un grupo de estudiantes se opuso violentamente a que “ese profesor indio” diera una conferencia en su universidad. A partir de ese momento, estalló el escándalo.


Esta simple cronología puede ser bastante significativa. En primer lugar, nos insinúa que la fuerza polémica de internet es bastante caprichosa como lo demuestra que los Roosting Chickens estuvieran varios años congelados antes que asados; en segundo lugar, nos instruye sobre cómo el poder siempre puede contar con un estudiantado ávido de notoriedad (en unos cuantos párrafos, volveremos sobre la Universidad).


En RC, Churchill se maravillaba de que la primera –y última– reacción ante los atentados del 11-S fuera la extrañeza ante lo que sus compatriotas consideraban “un absurdo, un sin sentido”; por el contrario –argumentaba este cherokee–, todo lo que se haga contra el imperio tiene necesariamente sentido –moral islámica o cristiana aparte. Sin embargo, los inquisidores actuales no aluden siquiera al meollo del artículo sino que se concentran en el pecado mortal que Churchill ha cometido al calificar de little Eichmanns a los ejecutivos agresivos que perecieron en las torres del World Trade Center. Para nuestro autor, estos eichmancitos son quienes realmente dan las órdenes al complejo militar estadounidense y, por ende, son incluso más culpables que los uniformados.


Febrero de 2005 ha sido el lapso de controversia más aguda; al principio, la discusión académico-legalista giró en torno a los límites de la libertad de expresión mientras que los bushitas se dedicaban a lo suyo –los golpes bajos–; así, deslizaron que Churchill no era realmente indígena, que había sido repudiado por algunos personeros del American Indian Movement, que ganaba demasiado dinero –primera vez que un servidor contempla como los gringos convierten en pecado lo que siempre han considerado como la virtud pública por excelencia–, etcétera.


En una segunda fase, los ataques a tan deslenguado indígena se ampliaron a la “excesiva libertad” que gozaban los profesores universitarios y se pidió su expulsión de la Universidad de Colorado. Pero resulta que Churchill es profesor tenured, funcionario y, por tanto, inamovible. Salvo... salvo que a alguna luminaria bushita como David Horowitz se le ocurra que la única manera de guillotinar al rebelde sea propalar que ha cometido fraude académico, bien porque no sea “indio de verdad”, bien porque haya plagiado. La primera línea de ataque se ha revelado muy costosa porque es cuasi imposible demostrar cuántas gotas o raudales de sangre indígena tiene una persona. Por ello, los bushitas están concentrándose en la segunda; en este sentido, ya han surgido no menos de dos profesores (Thomas Brown, de Lamar University, y Fay G. Cohen, de Dalhousie University), que han acusado a Churchill de ligereza y de plagio, respectivamente.


En estos momentos, los jerifaltes de la universidad de Colorado, dizque están estudiando los libros de Churchill para decidir si pueden expulsarle. Empero, extraoficialmente, lo que están buscando es un corpus de denuncias, como las de Brown y Cohen, que hagan menos costosa políticamente su defenestración. Y aquí es donde volvemos a la Universidad como instrumento del bushismo: siendo Churchill inatacable desde la Primera Enmienda (la libertad de expresión), queda la vía de la difamación académica. Continuando las peripecias de Salem y de McCarthy, el establishment de EU busca inaugurar su tercera caza de brujas disfrazándola de purismo académico. Por ello, recurre a la Universidad convirtiéndola en una puta barata; ya han empleado a los estudiantes como jauría que levanta la caza y a ciertos profesores como escopeteros. Sólo les falta implicar a los rectores... Y que en el extranjero no se solidaricen con el profesor indio Ward Churchill.

 

El autor es antropólogo, con una amplia experiencia de trabajo entre indígenas amazónicos.



[1] Timado de: Cemos Memoria. Revista mensual de cultura y política. No. 195/05/2005: http://www.memoria.com.mx/195/perez.html . 

Con todo, esta es la faceta más grosera del holocausto piel roja. El genocidio continúa en la actualidad, ahora alternando el garrotazo puro y duro con métodos un poco menos burdos. La apropiación de la espiritualidad indígena –de su superestructura, si se prefiere–, es hoy la tortura metódica más en boga. Con ella, se consiguen tres objetivos: primero, que el aficionado a lo indígena, al percatarse consciente o inconscientemente de la zafiedad pseudopoética de esos ritos pseudoindios, rehuya cualquier ulterior estudio de las culturas indígenas. Segundo, que el público común siga creyendo en las películas del oeste, esta vez en versión espiritualista. Tercero, que todos queden convencidos de que no hubo holocausto piel roja “puesto que algunos sabios indios sobreviven en la actualidad”.
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