Hombres que se pintan la cabeza de rojo y usan faldas, mujeres vestidas con mantas largas, que luchan por mantener vivas las costumbres de sus ancestros, y un pueblo en la mitad de la selva en donde se mezclan bailes indígenas con música barroca, son imágenes del pasado precolombino de los países andinos, que se niega a desaparecer. Y como en las películas en las que los oprimidos vencen a sus opresores, los indígenas de los cinco países andinos, con sus vestidos, su idioma, su comida y sus historias están ‘ganando la batalla’, al menos en lo que a atraer turistas se refiere.

 

Junto a los planes que venden las playas, las ciudades y el paisaje de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, están creciendo los planes que les permiten a los viajeros conocer la vida indígena.

 

Matriarcado binacional

 

Quizás los indígenas andinos que más han resistido el cambio cultural son los wayú, que pese a usar celulares, computadores portátiles y llevar maquillaje permanente, se niegan a cambiar sus mantas por jeans o shorts. Y precisamente sus mantas coloridas, sus historias, su belleza, su idioma, sus bailes y sus costumbres son las estrategias para atraer. Los casi 300.000 wayú que comparten la frontera colombo venezolana le sacan provecho a las cosas que los hacen únicos.

 

En el lado de Venezuela construyeron Alitasia (como un ‘pueblito wayú’), que está a 6 kilómetros de la frontera con Colombia (por el lado de Paraguachón), donde se puede vivir un día de ranchería. En el lado de Colombia la oferta turística es más amplia, pues no solo incluye el exuberante paisaje de la Guajira con sus playas y posadas turísticas atendidas por los mismo wayú, sino además la posibilidad de tener guías personalizadas.

 

La primera parada es en el Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos, en donde es obligatorio comer el salpicón de pescado con arepa y ver flamencos y tortugas. Luego se pasa a las minas de sal de Manaure y después a Uribia, la capital wayú, que pese a su origen indígena tiene su nombre en honor al general Uribe Uribe. Allí se visitan los centros artesanales de las wayú y sus internados, en donde solo estudian niñas y aprenden el wayunaqui.

 

El punto central del paseo es el Cabo de la Vela, con sus imponentes playas y las horas de charla con los wayús.

 

Chiquitos y bailarines

 

En Bolivia la escena es similar, pues ni 513 años después de haber sido ‘descubiertos’ por los españoles los indígenas han cedido. Hoy, por el contrario, aprovechan su cultura para atraer gente. Al mejor estilo de la película La misión, en la mitad de la selva y cerca de la frontera con Brasil construyeron imponentes iglesias de madera, que resistieron el gorgojo, la manigua y los años, y hoy son el centro de miradas de personas de todo el mundo que viajan 232 kilómetros desde Santa Cruz de la Sierra para conocer la ‘Chiquitanía boliviana’.

 

Cuando los conquistadores llegaron a esta zona y encontraron a los pueblos indígenas no se pudieron enfrentar con ellos porque se negaban a salir de sus casas. Pensaban que eran pequeños de estatura porque las puertas eran chiquitas, pero en realidad esa era su estrategia de defensa, pues así podían esperar al enemigo en la oscuridad y cuando este abría la puerta no podía ver lo que había en el interior y lo atacaban con facilidad.

 

Pese a esta estrategia, los chiquitanos fueron dominados, aunque ‘por las buenas’, y los misioneros jesuitas fueron los encargados de evangelizarlos, permitiéndoles que siguieran adorando a los animales y a la naturaleza. Y es justamente ese sincretismo religioso el que se puede admirar en las seis iglesias de la Chiquitanía, que fueron catalogadas por la UNESCO como Patrimonio Histórico de la Humanidad. Allí los santos están acompañados por animales, las vírgenes son de piel oscura y en las paredes están pintados los indígenas con sus guayucos adorando a Dios y al sol.

 

La mezcla fue tan fuerte que los chiquitanos no solo aprendieron a rezar, sino a cantarle a Dios y se convirtieron en expertos en música barroca. Tienen unas 5.000 partituras, de canciones inéditas y conocidas, que hoy tocan los niños y jóvenes de la región; y hasta construyeron su propio violín hecho en bambú (lo llaman tacuara). Lo que nunca perdieron fue su afición al baile. El más especial es el Yaritus y originalmente se hacía para agradecer al dios Piyo o avestruz por las buenas cosechas. Los evangelizadores consiguieron que el baile ya no se hiciera en honor al animal y se cambiara por San Pedro y San Pablo, pero los chiquitanos mantuvieron su vestimenta para la ocasión, que consiste en máscaras y plumajes de avestruz y que aún hoy se puede ver.

 

Planes para los Andes

 

Para visitar a la comunidad tsachila en Ecuador necesariamente hay que viajar por tierra desde Quito y se consiguen pasajes en transporte público desde 3 dólares. El trayecto dura tres horas y la oferta de hoteles en Santo Domingo de los Colorados es para todos los bolsillos. Una sesión chamánica puede costar desde 20 dólares.


A la Chiquitanía Boliviana solo se puede llegar por tierra y el trayecto es de 4 horas. Los planes se deben contratar desde Santa Cruz de la Sierra y a esta ciudad hay vuelos directos desde Bogotá. Paquetes completos desde Santa Cruz para dos personas, incluyendo la alimentación y las excursiones cuestan 275 dólares en acomodación doble.


Tomado de: Periódico El Tiempo

 

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