Bogotá, 22/09/2006. El escritor Óscar Collazos, reflexiona sobre la dramática situación que está viviendo Buenaventura, una de las ciudades con mayor población afrocolombiana, “Su importancia como puerto no es proporcional a su desarrollo. Parece una desvencijada capital colonial, de la que se llevaron las riquezas y dejaron los problemas”, afirmó en su columna “Crimen y Castigo”, publicada el pasado 21 de septiembre en el Diario El Tiempo.

Crimen y castigo

Tomado de: El Tiempo.com

Por: Óscar Collazos. Columnista de EL TIEMPO

Jueves 21 de septiembre de 2006

Las estadísticas sobre Buenaventura dicen mucho sobre desequilibrios afrentosos, pero no expresan la magnitud humana de la tragedia que envilece a esta ciudad de casi 500 mil habitantes. Su importancia como puerto no es proporcional a su desarrollo. Parece una desvencijada capital colonial, de la que se llevaron las riquezas y dejaron los problemas. Como Quibdó, por ejemplo.

El 80 por ciento de sus habitantes son pobres y más del 50 por ciento no tiene empleo, pero el puerto deja escandalosos dividendos al Estado y a unos pocos particulares. El único empleador instalado en Buenaventura hace más de una década se llama narcotráfico. Los únicos signos de cambio social han venido de esa portentosa industria criminal. Allí se está repitiendo un episodio característico de nuestro crecimiento económico: para que unos pocos vivan felices y se enriquezcan, es necesario que miles de jóvenes miserables se maten entre ellos.

Cambio social al revés: los dineros del crimen organizado ofrecen un efímero bienestar a los jóvenes de las barriadas, pero gran parte de esos ingresos circulan por la vena rota del despilfarro. El precio que paga la ciudad por tener a miles de muchachos al servicio del narcotráfico y sus guardianes armados ha sido el más alto y doloroso de su historia. Las masacres se suceden a diario y las víctimas, a menudo anónimas, recuerdan al Medellín de los años 80 y principios de los 90.

Al espanto diario se añade el crecimiento del miedo entre la población. No sé si, como en los tiempos de Pablo Escobar, se esté poniendo precio a las cabezas de los policías, pero Buenaventura parece una ciudad sitiada por el miedo. Se habla de la criminalidad en voz baja y mirando a los lados. Incluso, entre funcionarios de la administración local se teme hablar de los protagonistas de esta guerra sorda, librada en una ciudad estratégica. Selvas, esteros, tejidos fluviales y costas forman un accidentado corredor disputado por 'narcos', 'paras' y 'guerrillos'.

Viejos amigos del colegio público donde hice mi bachillerato me hablan con rabia y dolor de adolescentes armados que humillan a sus profesores, de la extensión de la criminalidad al interior del que fuera uno de los mejores colegios de enseñanza media de Colombia, el Pascual de Andagoya. La guerra de los pobres, librada para que sobrevivan ricos capaces de blanquear sus fortunas, ha llegado a sus patios y aulas.

Si uno recorre ese inmenso, insalubre chorizo de viviendas sin planificación alguna, advierte que las edificaciones más prósperas se pierden en el rasgo dominante de la mayoría: improvisación y miseria. ¿Dónde están los ricos? No se ven. ¿Dónde la clase media? La pobreza y el abandono uniforman el aspecto de la ciudad. Vergüenza debería darles a gobiernos nacionales y dirigencia vallecaucana por no haber movido un dedo para afrontar la emergencia humanitaria que padece esta ciudad.

Las desgracias de Buenaventura dibujan el gráfico aberrante de los desequilibrios sociales y económicos en las periferias regionales. Costas deprimidas, centros pujantes. Por donde sale y entra la riqueza del país encandilado por las estadísticas, crece la miseria y se eleva la criminalidad.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscarcollazos/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3251280.html

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