Por Guillermo Segovia Mora

El gobierno, los medios, los políticos y los militares han puesto el grito en el cielo ante la determinación de los indígenas Nasa del Cauca de sacar de su territorio a los actores de la guerra, lo que incluye a la Fuerza Pública desplegada en él. Si hubiera tiempo, el debate sería interesante: ¿Hasta dónde va la autonomía? ¿Tiene excepciones la soberanía? Pero el “establecimiento”, como siempre, reaccionó tarde, bravucón y sectario.

Desafortunadamente cada minuto que pasa es letal. Ya hay decenas de indígenas heridos en el desalojo del cerro Berlín cercano a Toribio del que sacaron ayer (17 de julio de 2012) al ejército, y un muerto en “circunstancias que son objeto de investigación”, que bien podrían ser el resultado de las retaliaciones periféricas.

La posición de los indígenas no es ni táctica ni oportunista. Responde a una convicción de vida. Hace una década (16 de julio de 2001) participé en el encuentro del ya por entonces mundialmente reconocido juez español Baltasar Garzón -gracias a ser el artífice del enjuiciamiento al dictador chileno Augusto Pinochet- con los Nasa en Toribio a instancias de éstos, con el acompañamiento de Anders Kompas, representante de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas, y María Emma Mejía. La comunidad, luego de evidenciar ante los visitantes con orgullo los logros económicos, sociales y culturales de su proyecto de vida -en medio de las carencias, el abandono oficial y la violencia de todos los pelambres-, solicitó a Garzón ser embajador ente el mundo para que se respetara su territorio sagrado y el derecho a vivir.

Apenas diez años atrás, la Constitución de 1991 había reconocido a Colombia como una nación pluriétnica y multicultural, uno de los tantos enunciados progresistas de esa carta de derechos, cercenada poco a poco, resultado de la convergencia incluyente fustigada por la violencia incontrolable que nos azotaba y de la lucha incansable y épica de los indígenas contra el sometimiento, la usurpación y el desprecio, con epicentro en el Cauca. Desde Manuel Quintín Lame en los años 20, la fundación del CRIC en los sesenta, la recuperación de tierras y la confrontación a la represión oficial, terrateniente y paramilitar de los años siguientes. Sin embargo, en adelante las cosas tampoco fueron fáciles, el narcotráfico, la guerrilla superviviente, la contrainsurgencia y el paramilitarismo se asentaron en el Cauca para hacer su negocio y su guerra. Los indígenas les exigieron que se fueran a pelear a otra parte, o mejor, que dejaran de guerrear por las buenas y para bien de todos los colombianos.

Con dignidad y valentía se han sostenido en su criterio. Vistosas, sentidas y multitudinarias mingas y marchas indígenas exigieron la salida de los violentos de su tierra, la exclusión del conflicto, una solución pacífica a la guerra y rechazaron el TLC con EE.UU. durante el intransigente gobierno del ex Presidente Uribe, quien no tuvo más argumento que gritarles desde un puente en Cali que en Colombia no hay territorios vedados para las Fuerzas Armadas y que las decisiones presidenciales no se discuten, luego de que los había invitado a “dialogar”. Y Uribe decía lo cierto pues en el norte del Cauca lo único que se conoce del Estado desde hace décadas es represión. Razón tuvieron para pasar de largo y dejarlo hablando sólo.

Pero como dicen los indígenas: “los blancos ni escuchan ni aprenden”. Ahora es el Presidente Santos quien repite la consigna, advertido por los hechos y presionado por sectores que comienzan a ver con preocupación que la gente se cansó de la protesta formal, la cual saludan con entusiasmo los medios pues es el decorado perfecto de esta democracia de fachada, y ha comprendido el poder de la movilización por resultados que echó para atrás la reforma educativa e hizo estallar en pedazos el esperpento judicial. Deja que pensar que siendo Ministro de Defensa de Uribe, Santos haya suscrito con prolijidad varias directivas orientadas a buscar una interlocución respetuosa de la Fuerza Pública con las autoridades indígenas y afrodescendientes y mecanismos consensuados para su actuación en los territorios. Ahora manda.

Pase lo que pase, los indígenas acaban de expresar con contundencia su exigencia de respeto a su territorio, su vida y su cultura. Usaron la fuerza de su convicción y de sus cuerpos para retirar a los soldados que atolondrados repetían razones que no entienden y hacían tiros al aire para, finalmente, en una actitud plausible, ceder sin, por lo menos allí, generar una sangría. El mundo entero fue testigo de esas impactantes imágenes. Con seguridad muchos rememoraron a Ghandi. Aunque no falta quien aún diga que el Gobierno tiene que hacerse sentir y sea incapaz de distinguir entre el derecho a la autonomía de un pueblo y las expresiones locales de un conflicto añejo que la mayoría deseamos tenga una solución pacífica e inteligente. A pesar de vivir en Colombia no ha sufrido la guerra, la persecución y el despojo, ni tiene la sabiduría, la dignidad y el arrojo de los pueblos indígenas del Cauca.

 

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