La presencia de pueblos con identidades propias y diferenciadas en el marco de los Estados-nación contemporáneos constituye un espinoso desafío político, especialmente para las llamadas “democracias emergentes”. Merced a complejos procesos históricos, a menudo dichos pueblos han quedado como apresados en estructuras estatales que, según el punto de vista de los grupos identitarios correspondientes, no le hacen justicia.

Inconformes con su situación económica, social, política y cultural, los pueblos reaccionan de dos maneras: declinan permanecer en la sociedad política que los sujeta y, en consecuencia, procuran constituir su propio “hogar público”; o reafirman su pertenencia al Estado-nación, mientras reclaman el reconocimiento de derechos —en tanto colectividades— que entrañan algún grado de transformaciones del arreglo sociopolítico en vigor. El primer camino lleva al separatismo; el segundo conduce por los senderos de la autonomía. Esta es la opción que, como regla, han escogido los pueblos indígenas de América Latina.

Aunque en apariencia menos radical que el separatismo, al igual que éste la opción autonómica suscita resistencias enormes por parte de los grupos que controlan los aparatos estatales, que son el reflejo, a su vez, de la renuencia de poderosos sectores —liberales ortodoxos, en primera línea— a considerar cualquier cambio que se traduzca en fórmulas de pluralidad multicultural. En esa circunstancia, es común que se desate una fragorosa contienda en torno a la legitimidad, conveniencia o viabilidad de la autonomía. El debate autonómico, que a veces rebasa la intensidad de las palabras, ocupa entonces parte de la atención pública. Su desenlace es imprevisible.

Pero casi de modo inevitable la discusión sobre las pretensiones socioculturales y políticas de los pueblos, traducidas inmediatamente por éstos al lenguaje de los derechos, pone sobre el tapete un conjunto de cuestiones de vital importancia, que van más allá de los temas de interés local y de las reivindicaciones particulares de uno o más grupos. El debate, ante todo, enfrenta las posiciones de liberales y pluralistas, quienes se ven obligados a presentar sus respectivos argumentos; y así se exponen al escrutinio público las visiones individualistas y comunitaristas de la sociedad. Muy pronto es posible que, por encima de los detalles, asome el verdadero problema de fondo: la cuestión sobre el valor moral y social de la diversidad. A su vez, ello conduce al análisis de la conveniencia de reformular los términos del arreglo socioeconómico sobre principios multiculturales, lo que lleva finalmente al punto político crucial: la naturaleza de la democracia en un contexto diverso. El desarrollo no es lineal: todo ello puede agolparse en momentos decisivos.

No sólo se trata de explorar el modelo autonómico compatible con las instituciones reputadas como “democráticas”, sino además de puntos medulares que tienen que ver con la propia naturaleza del poder; las alternativas a la democracia formal o representativa desde principios y prácticas de democracia directa o participativa; la salvaguarda de las identidades y los derechos socioculturales en el seno de la sociedad global; la construcción de la ciudadanía multicultural, y la protección de derechos comunes, convenidos como fundamentales, incluso de los grupos política y socialmente minorados (mujeres, grupos religiosos y otros disidentes) en el seno de las mismas comunidades identitarias.

En suma, el debate autonómico implica forzosamente los pormenores en torno al rango y los alcances de los derechos de determinados grupos y también los detalles sobre técnica jurídica. Pero va más allá. Lo que se discute, en resumidas cuentas, es el carácter del modelo democrático, el alcance de la autodeterminación como facultad de los pueblos, la diversidad como modo de vida, el multiculturalismo como arreglo sociopolítico y, en fin, temas tan enjundiosos y antiguos como la libertad, la igualdad y la justicia.

Esos son los ejes esenciales que atraviesan este libro, aunque se centra básicamente en el peculiar desarrollo del debate autonómico en México y sus peripecias. La obra consta de nueve capítulos agrupados en tres partes. La primera aborda el debate en los foros internacionales sobre la autodeterminación y la autonomía, así como los términos en que se han planteado, sobre todo en el ámbito interno, la diversidad y la pluralidad, la equívoca disyuntiva universalismo-particularismo y la relación entre autonomía y democracia. En la segunda parte entran a la escena los sujetos o actores sociales que han sido protagonistas centrales del drama multicultural mexicano: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, las organizaciones indias, el Gobierno Federal, los aparatos indigenistas, el Congreso de la Unión, las mujeres indígenas, los gobiernos autónomos de facto, la contrainsurgencia y los grupos paramilitares. Finalmente, la tercera parte examina las propuestas de autonomía en pugna, los acuerdos y compromisos de San Andrés, así como la discusión del tema en el seno del congreso de la república y el desenlace que allí alcanza en abril de 2001, en la forma de una controvertible reforma constitucional sobre derechos y cultura indígena.

El propósito del libro es presentar, en lo posible de un modo metódico y según el punto de vista de los autores, los grandes momentos del debate autonómico potenciado por el alzamiento neozapatista, considerando la sinuosa trayectoria de los sucesos. Pero también busca preservar la memoria de los episodios centrales que han acompañado el debate sobre la democracia y los derechos de los pueblos indígenas durante estos años; especialmente, de los significados que otorgaron los propios protagonistas a los temas en discusión. De ordinario, la memoria (“ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, como la llamó Borges) es más frágil y inasible de lo que quisiéramos. Con el paso del tiempo, los puntos importantes van perdiendo su contorno y pueden diluirse las implicaciones exactas que en su momento tuvieron. Conservar el registro del camino recorrido y de su sentido —en la media en que ello es hacedero— es tanto más importante, cuanto que trata de líneas de reflexión, de discusión y de luchas que, como comprobará el lector, en lo esencial aún no llegan a un punto concluyente. El debate autonómico, en efecto, sigue vivo y abierto.

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