Ofrecen un homenaje con motivo de su jubilación tras 34 años ejerciendo de maestro, de los que dos tercios fueron en O Carqueixo. Después de 22 años como maestro coordinador de Escolarización Gitana, Manolo Vila es el patriarca payo de los gitanos lucenses. No es que sea él quien dicta las normas y manda en esa comunidad, sino que ejerce una autoridad moral ganada a lo largo de décadas de lucha contra los prejuicios de uno y otro lado y contra la incomprensión. Desde el pasado día primero ya no tiene que atenerse al horario de las clases, pero la dedicación a la causa va a seguir siendo la misma, plena pero con sueldo de jubilado.

¿Cómo empezó a trabajar con ese colectivo?

Esa escuela la habían fundado las Josefinas y los Maristas, que habían creado en Lugo el Secretariado Gitano. Tenían un acuerdo con el Ministerio de Educación para el funcionamiento de las llamadas escuelas puente, porque se suponía que eran de adaptación para integrarlos en los colegios, aunque todavía siguen existiendo algunas hoy. Cuando se hacen las transferencias a la Xunta, la Administración autonómica decide que esa escuela la va a atender directamente y convocó un concurso de méritos para esas plazas. Yo me presenté porque ya había estado una temporada en Nicaragua en una campaña de alfabetización, y me apeteció, aunque apenas conocía a los gitanos, salvo a un alumno que había tenido años antes en Viveiro.

¿Pero no se limitó a su función de maestro?

Porque desde el primer momento vimos que se necesitaba un trabajo conjunto en todas las áreas. Era necesario, que la escolarización fuese emparejada con la vivienda, con el trabajo y con la normalización sanitaria y social. En aquel momento la mayor parte de los niños estaban sin inscribir en el Registro Civil.

¿Sin embargo usted los convenció y hoy están todos registrados?

Si, están todos los de la provincia.

¿Cómo fue el primer día de clase?

Fue algo deprimente ver el local, porque las condiciones eran infrahumanas. El poblado casi no tenía agua, las calles estaban sin asfaltar ni urbanizar, aún estaba allí el basurero municipal, los locales estaban con cristales rotos y fue necesaria una constante lucha con el Concello para que arreglase mínimamente las instalaciones. También era común que los niños fuesen a clase descalzos y desabrigados.

¿Lo recibieron con desconfianza o no?

No, tuvimos desde el principio una sintonía bastante buena.

¿Tuvo que recorrer alguna vez el poblado en busca de los alumnos?

Sí, eso muchas veces, y con frecuencia muchos ya no regresaban después del recreo. También tuve que impedirles literalmente que saliesen a buscar los helados y yogures caducados que venía a tirar al basurero un camión cuando estábamos en mitad de la clase. A veces venían a ofrecerme productos caducados varios meses atrás y yo pensaba que al día siguiente no vendrían a clase porque estarían todos en el hospital, pero nunca ocurrió eso.

Usted consiguió hacerse respetar por todos en O Carqueixo

Los gitanos tienen su sistema de valores, y cuando un payo pasa a ser una persona de confianza, lo respetan igualmente, incluso los más degradados. Los gitanos infunden mucho el respeto de padres a hijos, por eso incluso los afectados por el consumo de determinadas sustancias mantienen en alguna medida ese respeto.

Sin embargo, esas personas están rompiendo los principios por los que siempre se gobernaron

Si, lo que pasa que los de las personas más degradadas no son los de los gitanos; son los de la marginalidad.
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