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En Octubre de 1947, fue perpetrada “La matanza de Rincón Bomba” cerca de la población de Las Lomitas, Formosa (Argentina); es uno de los hechos más sangrientos que aún está impune, pero latente en la memoria de los argentinos y de América. En esta pequeña población fueron asesinadas por la Gendarmería Nacional más de 750 personas del pueblo Pilagá (Originarios). Sebastián Hacher, decidió visitar y realizar una crónica con los sobrevivientes; se dio a la tarea de saber quiénes son aquellos abuelos, sus descendientes y conocer cuál es su situación actual después de haber vivido aquella reprochable experiencia. Por considerar de gran importancia para los indígenas latinoamericanos este hecho, publicamos la nota como archivo adjunto (el texto y las fotografías completas) y en algunos párrafos al final, reseñamos lo que pasó en aquella fecha histórica.

Fotografías y texto de Sebastián Hacher

Tomado de: argentina.indymedia.org

La masacre de los Pilagá: el pueblo considerado en extinción.

Argentina, 17/10/2006. "Nos rodearon los gendarmes y nos tenían apuntados. Decían ‘a estos perros lo vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué hacer para que no vengan los cuervos a comerlos.”

Era una noticia vieja. En Octubre de 1947, cientos de aborígenes Pilagá que marchaban con grandes retratos de Perón y Evita fueron atacados con ametralladoras por la gendarmería. Hubo más 500 muertos y 200 desaparecidos, pero los hechos salieron a la luz recién en el 2005, a partir de una demanda de la Federación Pilagá contra el Estado nacional.

Esa historia escueta, contada en lenguaje legal, me obsesionó. Intenté ir a Formosa en Enero, pero desistí: me advirtieron a tiempo que el calor del verano reduce la actividad de los formoseños al mínimo y convierte al visitante en materia prima de chicharrón. Recién en Septiembre, tuve la oportunidad de ir a conocer a los sobrevivientes de la masacre.

Tomé un micro hasta Corrientes, paré para dormir un rato, después tomé otro, y otro más, y luego de 24 horas, el sábado por la mañana llegué hasta Las Lomitas, provincia de Formosa, el centro urbano más cercano a las comunidades Pilagá. Y aquí estoy…

Para ver el artículo completo y las fotografías que ilustran la experiencia periodística, haga clic en el hipervínculo. La Masacre de los Pilagá.

¿Qué sucedió?

Tomada de: presencias.net

Corría el mes de marzo del año 1947. Miles de hombres, mujeres y niños caminaban desde Las Lomitas, en Formosa, hasta Tartagal, en Salta. Rostros curtidos, manos callosas, silencios. Eran braceros pilagás, tobas y wichís. Les habían prometido trabajo en el Ingenio "San Martín", en El Tabacal. Les iban a pagar 6 pesos por día. Eso sí, había que caminar unos cientos de kilómetros… ¡Pero ellos ya habían caminado tanto en su historia! Tantas veces los habían corrido, echado, ultrajado…

En abril llegaron a El Tabacal, cerca de Tartagal. Se instalaron con sus pobres cositas y empezaron a trabajar en la caña de azúcar. Pero cuando fueron a cobrar les quisieron pagar 2,50 pesos por día. Inmediatamente, los caciques protestaron. Y recurrieron a las autoridades de El Tabacal. Pero nadie los escuchó ni les hizo justicia. Y pocos días después el ingenio los echó sin ninguna consideración.

Eran miles de indígenas, con niños y ancianos, sin dinero y en una tierra extraña. El pueblo de El Tabacal acudió a ofrecerles algunos alimentos y ropa. Y con esa ayuda, los indígenas decidieron volver a Las Lomitas. Otra vez recorrieron esos cientos de kilómetros a pie.

El calvario indígena

Llegaron a Las Lomitas unos 7.000 a 8.000 indígenas. Y se instalaron en un descampado llamado Rincón Bomba, cercano al pueblo. Estaban agotados, hambrientos y enfermos. Las mamás aborígenes se largaron a las calles de Las Lomitas y de los parajes vecinos para pedir un poco de pan.

Por su parte, los pilagá decidieron formar una delegación para ir a pedir ayuda. Al frente se pusieron tres caciques pilagá, Nola Lagadick, Paulo Navarro (Pablito) y Luciano Córdoba. Hablaron con la Comisión de Fomento. Y también con el comandante del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellanos.

Los tres vagones llegaron a la ciudad de Formosa a mediados de septiembre. Pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz, dejó los vagones abandonados en la estación. Sólo salieron diez días después porque el Gobernador formoseño se enteró y ordenó que partieran inmediatamente.

Los tres vagones llegaron a Las Lomitas a principios de octubre. Pero sólo uno estaba lleno. En los otros dos apenas quedaba la mitad de la carga. Y los alimentos estaban en mal estado. Pero aún así los repartieron en el campamento indígena.

Pero, al día siguiente, muchos indígenas amanecieron con fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desmayos, temblores. Cincuenta personas murieron. En su mayoría fueron niños y ancianos.

Los primeros fallecidos fueron enterrados en el cementerio de Las Lomitas. Pero a los demás les cerraron las puertas. Y tuvieron que ser llevados al monte. Noche tras noche retumbaban los instrumentos de música en las ceremonias mortuorias.

Pensando que los quisieron envenenar, los pilagás fueron varias veces a reclamar. Por su parte, el comandante de Gendarmería le pidió explicaciones al Delegado Nacional del Aborigen. Pero Ortiz le contestó: "¡Pero qué tanto se preocupa si al final son indios...!" La respuesta de Fernández Castellanos fue una cachetada que lo tiró contra la puerta de su despacho.

La masacre

A lo largo de aquellos cinco meses el presidente de la Comisión de Fomento de Las Lomitas fue a hablar varias veces con el comandante. Le decía que el pueblo tenía miedo que los hambrientos pilagás los atacaran… Después de las muertes de los indígenas, este rumor se hizo tan fuerte que la Gendarmería decidió rodear el campamento aborigen con cien gendarmes armados. Y se prohibió a los pilagás entrar al pueblo.

Frente a tanta agresión y a tanto abandono, el cacique pilagá Pablito pidió hablar con el comandante. Era el 10 de octubre. El oficial aceptó encontrarse a campo abierto en el atardecer. Cuando llegó el momento, el cacique Pablito avanzó. Y lo siguieron más de mil mujeres, niños, hombres y ancianos pilagá con grandes retratos de Perón y Evita. Enfrente, los cien gendarmes los apuntaban con sus armas.

En ese momento se escucharon disparos de ametralladoras que salían del monte. Eran de un grupo de gendarmes ubicados allí en secreto por orden del segundo comandante del Escuadrón, Aliaga Pueyrredón. Este oficial estaba en total desacuerdo con el comandante Castellano. Para él no había que hablar con los aborígenes.

Además del tiroteo, lanzaron bengalas para iluminar el lugar. Y poder apuntar mejor sobre los indígenas. Cientos de pilagás cayeron bajo las ráfagas de ametralladora. Otros lograron escaparse hacia el monte. Pero la Gendarmería se lanzó a perseguirlos "para que no queden testigos" de la matanza.

En los días siguientes, los pilagás fueron rodeados y fusilados en Campo del Cielo, en Pozo del Tigre y en otros lugares. Luego, los gendarmes apilaron y quemaron sus cadáveres. Según los abogados Díaz y García, fueron asesinados entre 400 a 500 pilagás. A esto hay que sumarle los heridos, los más de 200 desaparecidos, los niños no encontrados y los 50 intoxicados. En total, en aquellos tristes días murieron más de 750 pilagás.

Hay que rescatar un hecho. En medio de esta masacre, estuvo la mano tendida de un colono blanco, Nicolás Curesti. Él salvó la vida de gran cantidad de pilagás que iban a ser fusilados en Campo del Cielo.

Los diarios de aquel tiempo dieron informaciones muy confusas sobre lo que había sucedido. Y a nivel del Gobierno se trató de ocultar todo. Pero la verdad no puede taparse. Aún quedan ancianos pilagás que vivieron la Masacre de La Bomba y están dispuestos a dar su testimonio para que se conozca la verdad. Poco a poco las sombras empiezan a correrse y comienza a salir el sol.

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