El avance del paramilitarismo en Colombia, sus patrocinadores y sus consecuencias, será el principal tema de la campaña electoral que el presidente Uribe inició prematuramente, a mediados de Mayo, al lanzarse contra los expresidentes del país y exalcaldes de Bogotá, cuando, refiriéndose al jefe paramilitar apodado Don Berna, pidió “que se le diga al país claramente si los gobiernos tuvieron o no complicidad con él (don Berna), para perseguir a otro grupo narcotraficante”.

 

La comedia alrededor de la persecución de “Don Berna” por el asesinato de un político y su reclusión en una finca recordatoria de La Catedral, cárcel cinco estrellas donde tuvieron preso a Pablo Escobar en tiempos del presidente Gaviria, es un nuevo episodio del cinismo con que los gobiernos han manejado el fenómeno del paramilitarismo y el narcotráfico en Colombia. Esta vez, los encargados de capturar a Don Berna fueron dos generales de la Policía Nacional (Jorge Daniel Castro y Alonso Arango) que hace unos años dirigieron el Comando Elite que, según la prensa, se alió con el grupo de “Los Pepes” al que pertenecía Don Berna, para acabar con Pablo Escobar.

  

El gobierno del presidente Uribe, después de haberle hecho trampa a la Comunidad Internacional presentando una falsa versión del proyecto de Justicia y Paz, ha continuado insistiendo en un proyecto de ley en el que aparecen nuevos “micos” a favor de los paramilitares y narcotraficantes, a la vez que desaparecen tramposamente las salvaguardias que se habían introducido para que en la negociación con los paramilitares no se colocaran los narcotraficantes. José Obdulio Gaviria, primo hermano de Pablo Escobar, es el ideólogo de palacio que construye los argumentos de que en Colombia no hay conflicto armado y que se debe acabar con la categoría jurídica del delito político, obviamente para que la guerrilla no se pueda favorecer de las garantías otorgadas a los paramilitares. Este argumento se lanza inmediatamente después de que a los paramilitares se les acababa de ascender a delincuentes políticos. Cinismo total

 

Uribe acusa de complicidad a los anteriores presidentes y éstos -con rabo de paja todos ellos- acusan también al presidente Uribe, iniciando una escena de “cueros al sol” en la que salen verdades que todo el país conoce, aunque el Estado se empeñe en tapar el sol con los dedos. La reciente captura de Santofimio, por el asesinato de Luis Carlos Galán hace 16 años, fue apenas un preámbulo del escenario en el que seguirán saliendo a flote las evidencias del compromiso de la clase política y la fuerza pública con el narcotráfico, el paramilitarismo, la corrupción y la violencia política. Hasta que lleguen a un acuerdo para taparse mutuamente.  

 

No cabe duda de que la campaña electoral empezó ya, con demasiada antelación, lo cual implica prolongar el desgaste político y de gobernabilidad que se viene sintiendo desde cuando se lanzó la propuesta de reelección. El presidente-candidato, dispuesto a pasar por encima de muchas cosas, como lo ha demostrado en ocasiones anteriores, como la del referendo, monta un escenario desventajoso para los demás candidatos y comienza a intervenir en política antes de que la ley se lo permita. Enardecido por las críticas, le imprime a la campaña un tono de agresividad irresponsable que en nada ayuda a calmar el ambiente de violencia que está viviendo el país y, por el contrario, aviva el fuego que se avecina.

 

Paramilitares y guerrilla se disputarán el control electoral en sus respectivas zonas de influencia que ya no son solamente rurales sino que tienden a volcase a las principales ciudades del país. El paro del transporte en Medellín contra la orden de captura de don Berna, evidencia el avance del paramilitarismo en las ciudades. Y con ellos, al igual que con las milicias guerrilleras crecerá la extorsión, el secuestro, la inseguridad y todo tipo de delincuencia común, la clientelización y corrupción de las administraciones locales, las “limpiezas sociales”, la guerra entre bandas, el terror y la superconcentración de riquezas.

Al elegir al presidente Uribe la gente le dio un fácil aval a la guerra en el campo, pero ahora vendrán las consecuencias en las ciudades y más colombianos muertos en el campo. 

 

El desgaste político que se avecina puede ser la coyuntura que las FARC estaban esperando para desatar su contraofensiva militar a base de acciones osadas y desafiantes, como la de la masacre de los concejales en Puerto Rico (Caquetá), para demostrar que la política militar de seguridad democrática –principal bandera del actual gobierno- no sirvió de mucho. Entre tanto, el Plan “Patriota” asesorado y financiado por los Estados Unidos avanza hacia el fondo del pantano selvático donde nuestros campesinos soldados son víctima no sólo de la guerrilla sino de las enfermedades, como la leishmaniasis, mientras que algunos asesores gringos se dedican a traficar armas y cocaína. Que ignominia!

 

En medio de la contienda política salpicada por acusaciones de connivencia con el paramilitarismo y el narcotráfico y en medio de la guerra que acompañará el período electoral, es muy posible que el péndulo que llevó primero a Pastrana a la Presidencia  prometiendo la paz y, luego, a Uribe anunciando guerra, se devuelva pidiendo nuevamente la paz. Será una hora buena para nuevas fuerzas políticas, que no estén manchadas de narcotráfico ni de guerra.

 

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar