El solsticio de verano y la alerta roja del EZLN nos reconectan con el México profundo, con el Sol y con la tierra, con el fuego y con el agua, con los elementos vitales de los cuales han sido despojados la mayoría de los habitantes de nuestros pueblos. ¿A qué nivel de desigualdad y deterioro tendremos que llegar los países de América Latina para darnos cuenta de que en la cosmovisión indígena tenemos un potencial cultural que forma parte de la sobrevivencia de nuestros países? ¿Cuánta exclusión hay que alcanzar como para recuperar esa relación del ser humano con la naturaleza y la sociedad que caracteriza a nuestro pueblos indios?

  

 En México la agenda indígena ensaya estrategias diversificadas: desde la más radical, en que el EZLN instala juntas de buen gobierno que rompen relaciones con las instituciones gubernamentales y partidarias para hacer su propia ley y ejercer sus derechos potenciando los recursos internos; por otro lado están los gobiernos autónomos que en los estados del sureste construyen sus propios servicios y conviven en relativa armonía con las autoridades estatales; además, hay movimientos indígenas que buscan incidir en los propios programas gubernamentales y en el sistema de las Naciones Unidas para colocar a los pueblos indígenas como sujetos políticos.

  

 Dentro del movimiento indígena, las mujeres están construyendo una agenda dirigida directamente contra la desigualdad social y de género. Nadie como ellas sabe que en su cultura hay una riqueza estratégica que puede superar la fragmentación del saber, vincular los derechos humanos individuales con los colectivos de los pueblos y dar la batalla por la independencia de alimentos.

 

En el segundo Encuentro de Mujeres Indígenas y Organizaciones del Sistema de Naciones Unidas que se realizó esta semana en la ciudad de México llama la atención la claridad de las necesidades y la visión crítica al modelo neoliberal y gubernamental que tienen las líderes de movimientos en Chihuahua, Oaxaca, Chiapas, Puebla, Veracruz, Michoacán, Morelos, San Luis Potosí y Guerrero.

 

Los ejes abarcan con sencillez y fuerza transformadora principios para un nuevo pacto social:

  Autodeterminación: queremos decidir lo que queremos hacer con nuestros territorios, que no nos vengan a decir lo que debemos hacer.

  Defendemos nuestro territorio y los recursos naturales, porque en nuestros asentamientos está la mayor riqueza natural.

  La globalización comenzó con la colonización y desde ahí los programas gubernamentales se alejaron de la realidad de nuestros pueblos.

  El abandono de la educación intercultural ha contribuido a que se vayan borrando la identidad, la cultura y la lengua, y a que grupos indígenas y no indígenas pierdan ese potencial cultural y sagrado.

  Los programas de salud gubernamentales están reducidos a campañas de vacunación y planificación familiar y no contemplan la visión de salud integral que combina los saberes tradicionales con los de la biomedicina, y que lucha contra el alcoholismo, la drogadicción y la violencia mental y física.

  Queremos que nuestros pueblos patenten sus recursos y detengan la biopiratería y el comercio de transgénicos que realizan las empresas trasnacionales.

  Los acuerdos internacionales de las Naciones Unidas, aunque son importantes y nuestros gobiernos los reafirman y ratifican, ni están reflejados en nuestra Constitución ni se aterrizan al operar los programas.

  Además de mejorar la legislación, hay que vigilar que lo que ya está contemplado se cumpla.

  Los conflictos religiosos lo único que provocan son expulsiones de familias y de personas de sus comunidades.

 

Las lecciones parecen, de tan obvias, ingenuas, y sin embargo expresan líneas concretas de acción que hemos perdido en el camino y que tendrían que ser pautas para las plataformas electorales; son la visión de lo más nuestro y de lo más cercano a nuestra naturaleza. En vez de buscar en Europa o en Estados Unidos los modelos para mejorar nuestras condiciones de existencia habría que voltear a ver al movimiento indígena regional, entre cuyas líderes queda claro que sin éste, no hay manera de abatir ni la pobreza ni la escandalosa desigualdad social.

 

Fuente: La Jornada en:

 http://www.aulaintercultural.org/article.php3?id_article=894

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