En el año 2004 se celebraron los 150 años de la Abolición de la esclavitud africana en los países del  Perú, América y el Caribe. En esta ocasión, en nuestro país, se realizaron seminarios y conversatorios para mostrar al mundo que a pesar de haber recuperado su libertad el día 3 de diciembre de 1854 por decreto de Ramón Castilla, sus descendientes siguen siendo víctimas de la discriminación racial, social y política.

 

El Perú, territorio donde convergen los hijos de migrantes europeos, orientales y de etnias quechuas y aymaras se encuentra simbólicamente escindido, proceso que se inició  en la Colonia y se ha agudizado desde la República.  Sobre este punto, José Matos Mar en su clásico libro “La Crisis del Estado y el Desborde Popular”[1] habla de un Perú oficial y un Perú marginado. Todos sabemos quiénes forman parte del primero y quiénes del segundo. Sin embargo, siempre hubo un Perú en minoría, en términos cuantitativos: la comunidad afrodescendiente, invisibilizada por el Estado, por la sociedad y por la cultura oficial y hasta por algunos intelectuales. Para Julio Coltler y Rodrigo Montoya en el Perú a pesar de que compartimos el mismo espacio físico, no ha habido un proyecto que integre a toda la población peruana.

 

Si los indígenas y los mestizos fueron discriminados en su propio terruño, qué podía esperar el hombre y la mujer afrodescendientes; fueron despojados de su lugar, el continente africano, dejando atrás su acervo cultural, su identidad, para devenir en negro/a, despectivamente, y en esclavo/a. Con el objeto de combatir las connotaciones racistas del adjetivo “negro” o los eufemismos como “gente de color” han concertado que el término afrodescendiente es el vehículo para identificarse como un solo pueblo de raíces ancestrales africanas en América latina y el Caribe.

 

Si nos atenemos a la currícula escolar, el afroperuano solo tiene un lugar en la historia oficial como esclavo y como liberto después de la ley de la Manumisión. Con justa razón el movimiento latinoamericano de afrodescendientes, como parte de unas de sus demandas, solicita reformular la currícula escolar, insertando una asignatura especial en donde se profundice la historia y los aportes de los afrodescendientes peruanos en la cultura nacional. Por el hecho de comprender aproximadamente un 10 % de la población total (2’ 500,000 individuos) esta comunidad es la más vulnerable a la exclusión social y a la discriminación racial. A tenor de algunos prejuicios limeños, pensar en afroperuanos equivale a pensar en una región del Perú: Chincha; sin embargo los afrodescendientes también se encuentran dispersos por los departamentos de Lima y Callao, Ica, Piura, Lambayeque, La Libertad, Tacna, Tumbes y Moquegua.

 

Desde comienzos de 1960 diversos  movimientos e instituciones reclaman la defensa de sus derechos, impulsados por figuras  artísticas como Nicomedes y Victoria Santa Cruz, quienes se dedicaron  a recopilar y a difundir las tradiciones orales y artísticas de la comunidad. En este contexto surgen otras organizaciones como “Perú Negro”, “Folklore Negro y Punto”. Y es en los años setenta que el concepto de identidad  se convierte en unos de los temas de interés para el movimiento con la fundación de la Asociación Cultural de la Juventud Negra Peruana (ACEJUNEP). Otra de las figuras clave ha sido José Pepe Luciano,  defensor  y activista de los derechos humanos de los afrodescendientes en el Perú, cuyo mayor aporte fue la creación del primer mapa geo-étnico de la comunidad. Su liderazgo se ha convertido en un ejemplo para instituciones destacadas como el Movimiento Nacional Francisco Congo,  Asonedh,  Cedet-Centro de Desarrollo Étnico, Lundu- Centro de Estudios y promoción de Afroperuanos. Este espíritu combativo se remonta  a los cimarrones y cimarronas (esclavos fugitivos), a los bandoleros (fugitivos que eran vándalos en grupo o individualmente) y a los palenques (guaridas en donde se refugiaban los cimarrones.

 

Hay que resaltar que la abolición de la esclavitud en 1854 no fue gracias a la  sensibilidad y generosidad de Castilla, sino porque –entre otras cosas- la institución del tráfico de esclavos se había debilitado. Además, la cultura afroperuana no es solo el baile folklórico del festejo (“negroide”), ni la sopa seca o  las bailarinas de Chincha, a quienes los medios de comunicación explotan por su exotismo. En su reciente visita a Lima, la estadounidense Sheila Walter, directora del Centro de Estudios Africanos y Afroamericanos, nos recordó que se sabe muy poco sobre las razones subrepticias que llevaron a la importación de esclavos de África a América, siendo una de ellas la transferencia de tecnología e inteligencia. La fundación del primer museo afroperuano en Zaña, en Lambayeque, en el mes de marzo, es un paso importante para recuperar la memoria histórica de los afroperuanos; el museo cuenta con seis salas en donde se expone parte del patrimonio cultural: artes plásticas, instrumentos musicales, fotografías de las diversas comunidades de la costa y objetos simbólicos de la esclavitud colonial: la sala de castigos, instrumentos de tortura y carretas de madera de las haciendas costeras. Significativo será si la humanidad reconoce la deuda histórica que existe para con toda la colectividad afrodescendiente por la trata negra y por el etnocidio cultural.

 

Pese a los 150 años de libertad transcurridos, todavía existe la esclavitud en nuestra época. El historiador Carlos Aguirre nos habla de los Restavec, en Haití: niños y adolescentes esclavos, vendidos por sus padres o raptados por familias para ser explotados sin goce de derechos ni pago económico alguno. Uno de cada veinte niños es restavec.[2] Un verdadero flagelo mundial: la esclavitud infantil de niños y niñas del Tercer Mundo. 


 

[1]  â€œDesborde Popular y crisis del Estado. Veinte años después”. Fondo editorial del Congreso del Perú, 2004: 97-107.

[2] Se calcula que existen 300, 000. Según Carlos Aguirre, en conferencia magistral del 1 Seminario internacional de la Abolición de la Esclavitud y sus procesos de Manumisión en el Perú, América y el Caribe.

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