De manera lenta pero segura, las mujeres indígenas han venido avanzando en su proceso de apropiación de sus derechos, sintiéndose sujet@s de derechos. ¿De qué manera lo han hecho? Desde el silencio o la palabra oportuna, desde la inteligencia para ubicar los resquicios que les permitan entrar, desde la tolerancia y la comprensión, pero también desde la confrontación decidida, desde su participación en todos los espacios de lucha de los pueblos indígenas: en las tomas de tierra, en las organizaciones, en las marchas, en las mingas, en la confrontación de las autoridades públicas y los funcionarios oficiales y privados, en la formulación y desarrollo de sus planes de vida, en la confrontación de los actores armados, en la participación en elecciones, e incluso siendo parte de las autodefensas indígenas cuando las tuvieron o de los actuales actores armados.

Y aunque sus roles principales han estado muy ligados a la esfera de lo doméstico, en actividades que garanticen el éxito de los eventos y reuniones tales como la preparación de las comidas o la logística, han ido incorporando nuevos aprendizajes que han posibilitado el surgimiento de algunas de ellas: hablar el español, capacitarse para ser maestras, promotoras comunitarias o de salud, guardias y reporteras indígenas, o profesionales al servicio de sus organizaciones.

Cada vez hay más mujeres indígenas que aspiran a espacios de representación y gobierno, ya sea en sus cabildos o en las corporaciones públicas de orden nacional; aunque todavía son escasas las que tienen un reconocimiento nacional como líderes de sus pueblos y sólo una, Teófila Roa, logró ser Representante a la Cámara; otras se han ido ensayando en los concejos municipales y asambleas departamentales, o han hecho ensayos fallidos de llegar al Senado: la wayuú Remedios Fajardo, años 91, 94,98), y la embera chamí, Eulalia Yagari, que se quemó con 23.000 votos en el año 2000.

Todavía no hacen parte de los análisis o tratados políticos sobre participación electoral indígena, pero día a día surgen nuevos valores como Ati Quigua, Edith Bastidas, jóvenes profesionales que han demostrado una muy buena capacidad discursiva y movilizan opiniones y votos suficientes como para lograr un escaño en el Concejo de Bogotá, en el caso de Ati. Claro, se vienen posicionando con el discurso general de los derechos y reivindicaciones étnicas, sin consideraciones explícitas de género, tal vez porque es costumbre en las culturas indígenas que “la ropa sucia se lave en casa”.

Así, la mujer indígena también ha cumplido un rol fundamental y protagónico en la lucha de reivindicación de los derechos de los pueblos que no puede seguir invisible. Muchas mujeres indígenas del continente consideran que la primera gran lucha debe ser la erradicación de la inequidad interna mediante la modificación de aquellos usos y costumbres que perjudican a las mujeres; que así como se han transformado las culturas para asumir cambios tecnológicos y técnicas que benefician su producción o desarrollo, deben asumirse los cambios que beneficien las relaciones entre hombres y mujeres para la construcción de un proyecto de vida que interprete desde la identidad la justicia interna y la equidad.

Tal vez estos hechos, y sobre todo sus demandas de reconocimiento al interior de sus pueblos, movimientos y organizaciones, nos permitan hablar de una nueva configuración de la identidad de las mujeres indígenas, ya no sólo como integrantes de comunidades tradicionales, reproductoras sociales y culturales de sus etnias, sino como ciudadanas en ejercicio de sus derechos.

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