Hace ocho días partió hacia las selvas de Nariño una comisión de los indígenas awás para rescatar los cadáveres de miembros de esa comunidad, asesinados por las Farc en cercanías del municipio de Barbacoas, sur de Nariño. De esta minga humanitaria hacen parte más de 550 indígenas, que se dirigen al resguardo Tortugaña Telembí, donde ocurrió la masacre.

Si bien organismos como la Cruz Roja y la ONU no los acompañaron, por considerar inminente el peligro de enfrentamientos armados y de las minas antipersona, aquellos avanzaron, persistentes y pacíficos, en medio de húmedas selvas sembradas de explosivos. El hallazgo de siete cuerpos, tres en el resguardo Palisitos y cuatro cerca del río Bravo y de la quebrada El Hojal, revive la dramática historia de persecución y muerte que esta etnia ha venido sufriendo en los últimos años y que mantiene su integridad y su cultura en peligro permanente.

Los cadáveres son testigos mudos de la sevicia y de la crueldad: dos de las víctimas eran mujeres, con 7 y 8 meses de embarazo. Sin embargo, de acuerdo con los relatos de los sobrevivientes, faltan otras víctimas de la incursión guerrillera por encontrar y la minga permanecerá en la zona hasta el miércoles en la penosa tarea de localizarlos.

El dramático desplazamiento de los awás para recuperar los cuerpos de sus muertos es sinónimo de dignidad en medio de la desesperación. Con el patente riesgo de enfermedades, de desnutrición o de la muerte por una mina, esta operación humanitaria no cejó en su empeño y deja en evidencia la inagotable crueldad de una guerrilla contra los más vulnerables.

También es un llamado de alerta al Gobierno para que fortalezca los mecanismos de protección de los miles de indígenas que viven en medio del fuego del conflicto armado, con el mensaje inequívoco de de su parte de no participar en este. Se les debe ofrecer a las comunidades indígenas -como a cualquier colombiano- seguridad, y se debe también garantizar el derecho a mantener y reproducir sus valores culturales y su visión del mundo.

Los awás no son la única etnia que el conflicto armado amenaza con destruir. El mapa colombiano está cruzado por pueblos aborígenes que hoy resisten el asesinato selectivo de sus líderes, el reclutamiento forzoso de sus menores , el minado de sus tierras y el desplazamiento hacia las ciudades. La realidad de las selvas de Barbacoas no puede seguir siendo tan lejana como para que la digna valentía de los awás no nos conmueva

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