Por: Héctor Pineda S. *

Si me tomo el atrevimiento de usar (sin comillas) el nombre del programa radial del ex ministro Londoño, sobreviviente en  la semana que pasó de un atentado bomba en el norte de la ciudad de Bogotá, a manera de titular de la presente nota, me motiva el hecho de que la frase tiene pertinencia si queremos describir, sin tapujos, lo que se intuye está sucediendo en las esferas de la política y del poder en Colombia.

Evidente, para empezar, el divorcio entre el Presidente Santos y el ex presidente Uribe, socios del pasado en la llamada estrategia de “seguridad democrática”, caballito de batalla del segundo y, dicen algunos decepcionados, bandera electoral del primero que le permitió un amplio respaldo de votos. Ya no disimulan las malquerencias entre uno y otro, al extremo de que en medio de la humareda del bombazo que casi le cuesta la vida al ex ministro Londoño, el uno y el otro, se preocuparon más por quien insultaba o sacaba mayor partido político del atroz atentado, antes que condenar con la vehemencia el acto de terror.

El pulso, dicen, expresa la inconformidad de algunos sectores del “bloque de élite en el poder” causado por la “inequidad” en la repartición en las tajadas del poder y el evidente deslinde del gobierno Santos de los escándalos de corrupción del pasado gobierno uribista. La indignación por la aparente apertura  de posible diálogo con la guerrilla de las FARC, la molestia por la reforma del “fuero militar”, las rabietas de Uribe por las sindicaciones públicas de Santos y la inconformidad por el “marco para la paz”, entre otros rifirrafes mediáticos, no son más que los signos visibles de una definitiva ruptura entre las élites. Las unas aferradas a un modelo autoritario y mafioso, contrarias a los que promueven la decisión de reparar a las víctimas y castigar a los victimarios, como esencia de un modelo moderno y probo.

Juega a favor de uno de los bloques, sin duda, la reciente apertura de nuevas relaciones comerciales con los Estados Unidos (TLC) que, entre otras, traerá tensiones entre los distintos sectores de la economía y sus expresiones políticas. Quienes se sienten amenazados en sus intereses y eran consentidos en el régimen anterior, seguramente reaccionarán forzando una vuelta al pasado que les permita recobrar privilegios hoy amenazados y casi que perdidos.

Echando mano a la “combinación de todas las formas de lucha”, así como lo hicieron en pretéritas épocas, es posible que resurja un nuevo ciclo de violencia. El fenómeno del paramilitarismo y su brazo desarmado la parapolítica,  mutado en otras formas criminales, es lo que dicen los hechos, se encuentren detrás de los sucesos violentos recientes sucedidos en la Capital, incluido las acusaciones de aliado de la guerrilla a Santos y su “mejor nuevo amigo” y las revelaciones correos de Oficiales retirados promoviendo el “golpe de Estado” contra el actual gobierno. Es cierto que hubo rectificaciones públicas y aclaraciones pero, como dice el dicho popular: “cuando el río suena…”

A las circunstancias arriba descritas, no se debe soslayar la reactivación de las acciones de la guerrilla (incluido el secuestro con eufemismos de “prisioneros de guerra”) en territorios supuestamente consolidados desde la perspectiva del control de las Fuerzas Armadas. No se explica, al menos que sea producto de una especie de huelga de “fusiles caídos”, algunas acciones y golpes de la guerrilla de las FARC. O fue un globito el tan anunciado “fin del fin”, o se están dejando boquetes para generar una sensación de desestabilización, clima propicio el regreso al pasado, con fórmula de candidatura incluida (¿Londoño?  ¿Ordoñez?)

Así pues, semejante circunstancias de desestabilización (incluida las amenazas contra líderes independientes y de la oposición), a la hora de la verdad, ameritan medidas eficaces, más que responder trinos.

 

*Constituyente de 1991

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