Por Andrés Preciado

En Colombia estábamos acostumbrados a ex presidentes taciturnos al momento de abandonar su cargo, personajes sombríos que una vez se llegaba el 8 de Agosto del año de entrega de la banda presidencial preparaban sus maletas con destino al extranjero buscando un “merecido descanso” y alejarse de la realidad nacional.

Ejemplos como los de Ernesto Samper y Andrés Pastrana son dicientes a la hora de evidenciar la tendencia a dejar el cargo más importante del país en medio del desprestigio, los fuertes cuestionamientos y el desgaste ante la opinión pública y la clase política tradicional.

Pero Álvaro Uribe Vélez es toda la antítesis del comportamiento ex presidencial, si bien la culminación de su mandato no estuvo exenta de cuestionamientos, y valla si eran de grueso calibre (Falsos positivos, Agro Ingreso Seguro y Chuzadas del DAS), el más reciente de los ex se mudó del Palacio de Nariño con una imagen desbordante de aceptación y reconocimiento popular.

Lo más sorprendente de la actitud de Uribe es que, contrario a los demás, él nunca se ha alejado de la realidad nacional y si se fue al exterior no fue por mucho tiempo. Optó por permanecer en el contexto político colombiano, y de qué forma.

Hagamos un poco de memoria patria: Desde hace algunos meses no hay día en que Álvaro Uribe no haga presencia en algún periódico o noticiero de importancia nacional opinando, casi siempre a manera de crítica, sobre las políticas y decisiones del gobierno Santos, anteriormente su principal escudero y quien utilizó la plataforma e ideología del Partido de Unidad Nacional para hacerse elegir como sucesor de la seguridad democrática; de hecho el propio Uribe se auto reconoce como el principal opositor del actual Presidente señalándolo además como enemigo de los postulados uribistas.

En el fondo hay una realidad incuestionable, Uribe está huérfano de poder, legar las riendas de un aparato burocrático del tamaño del gobierno nacional no es sencillo, menos aun si se contó con 8 años para aceitar la maquinaria clientelista. Tampoco es fácil aceptar que el otrora arrodillado parlamento, que no tuvo problema en traicionar el espíritu constitucional para permitir su reelección atentando contra el sistema político, ya no sucumba ante su línea ideológica y ni siquiera escuchen sus advertencias, no del todo descabelladas, en relación a procesos como el del Marco para la Paz.

Lo más difícil de entender para el ex presidente, sin duda alguna, es que el país puede tomar rumbos que él no fija. Para ser sinceros, la situación de seguridad no dista mucho de la que entregó a su sucesor; incluso el gobierno Santos ha publicitado disminuciones considerables en cifras críticas como las del homicidio en lugares como Medellín, ciudad que, por ejemplo, pasó por momentos amargos aún con Uribe como Presidente. El gobierno de Juan Manuel Santos logró la firma del TLC, que él no alcanzó a concretar; el estado de la economía en términos generales es aceptable y la relaciones internacionales son considerablemente más amenas que en tiempos del gobierno anterior

A ciencia cierta, el máximo exponente de la política de seguridad democrática no tolera que el país no esté en la inmunda desde que dejara la presidencia; por eso es incapaz de soltar el cordón umbilical que lo une al ejecutivo y dejar que el Presidente Santos desarrolle sus políticas, además de la oposición tradicional, con una que provenga de su propio patrocinador y copartidario.

La situación, lejos de ser prometedora para el partido de gobierno, tiende a empeorar, cada vez se vislumbra un distanciamiento más profundo entre santismo y uribismo a tal punto que, aun cuando la contienda presidencial está lejana, se plantean candidaturas independientes, es decir, la orfandad uribista será prolongada y tendremos ex presidente trinador para rato, no sea que ante una “unidad” dividida, llegue otro partido que capitalice a su favor la peleíta
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