Por Mario Serrato/ 

"Solo en los indígenas creo cuando se habla de soberanía, y no solo la alimentaria, la territorial. Solo en los indígenas creo cuando se habla de la preservación del medio ambiente. Solo en los indígenas creo cuando se habla del respeto por lo humano por encima de las imposiciones del mercado"

Alguien dijo hace poco unas palabras devastadoras: La política en Colombia corrompió a la mafia. Lo grave del asunto es que es cierto. Los políticos colombianos han sido pillados en todas las formas de la suciedad y la corrupción. Algunos han optado por la lucha armada y han terminado narcotizando la lucha. Otros, o la mayoría, han aprovechado el patrimonio público hasta el extremo de considerarlo una recompensa merecida por sus esfuerzos.

Un alto segmento de los políticos aprendió el todo vale y lo convirtió en una institución más de la política.  Las alianzas a las que han llegado en sus correrías por el poder han alcanzado formas macabras: paramilitarismo, mano negra, organizaciones de limpieza social, narcotráfico, bancos, etc.  

 Todos han practicado de una manera u otra el nepotismo. El hijo de Gaviria, por ejemplo, como el hijo de Turbay, en otras épocas, ha dado muestras lamentables de falta de cerebro. Sólo superado, en un caso ojalá paradigmático, por el hijo de Pastrana: me refiero a Misael. 
 
Hoy por hoy todos son neoliberales, súbditos inconscientes o conscientes del consenso de Washington. Algunos ni saben que es eso, pero otros, los que sí lo saben, lo desarrollan de forma vertiginosa.

El modelo económico los uniforma de tal modo que todos son, de un modo u otro, ladrillos de una misma muralla. No existe nada nuevo en sus discursos; sus propuestas carecen de creatividad; sus proyectos de acuerdos, ordenanzas o leyes, se diseñan para atender coyunturas de un día, una semana, a lo sumo un mes. Nunca abordan problemas reales, se empecinan en atender temáticas frívolas, atemporales o inexistentes.

Uno de los partidos tradicionales reincorpora a sus huestes a una joven promesa: Horacio Serpa Uribe. El otro mira con esperanzas y devoción el futuro, por eso decide lanzarse al ruedo electoral con otra joven promesa: Roberto Gerlein Echavarría. Antonio Navarro viaja a Francia a conseguir la aceptación de Ingrid Betancur para que se incorpore a las listas de algo tan verde como el partido verde y tan progresista como Peñaloza. Otros hablan de un buen gobierno que, salvo las tentativas amarradas de paz, pasará a la historia como el neoliberal más audaz de todos, el asesino silencioso de la tutela, el desangrador de los derechos fundamentales, el azote de la independencia: el gobierno que reformó la constitución que todos hicimos, para incorporar en ella la sostenibilidad fiscal que unos pocos inventaron en una sesión oscura en una sala del poder en Washington.  

En este panorama tan real que llama a la depresión, solo nos queda la esperanza que ofrecen los indígenas. Una esperanza fundada en el hecho de que son y serán las víctimas continuas del modelo económico neoliberal y en que, bajo ninguna circunstancia, podrán conseguir nada en su beneficio y en beneficio de los demás, mientras permitan alianzas o sostengan relaciones con sus enemigos tradicionales.  

Solo en los indígenas creo cuando se habla de soberanía, y no solo la alimentaria, la territorial. Solo en los indígenas creo cuando se habla de la preservación del medio ambiente. Solo en los indígenas creo cuando se habla del respeto por lo humano por encima de las imposiciones del mercado. Y solo en los indígenas creo cuando se habla de cambiar. De enfocar a  la humanidad hacia un modelo económico que le brinde al hombre la misma importancia que al planeta.

Addenda: No faltará quien me enrostre los casos de algunos indígenas que han defraudado la confianza de sus organizaciones. Hasta en eso los indígenas nos dan lecciones, cuando crean el Movimiento MAIS para recuperar los espacios que les otorgó el Constituyente y que algunos partidos políticos les estaban arrebatando.

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