El Hijo del Amo, El Hijo del Esclavo

Por Mario Serrato

"Una vez más la comunidad afrocolombiana, en mucho debido a su falta de cohesión interna, cede un espacio de participación y de actuación transformadora de su realidad." 

Los movimientos sociales se caracterizan por el trabajo que en su interior realizan de manera continua y constante sus integrantes en cabeza de sus líderes. El movimiento de los  derechos civiles en los Estados Unidos de 1960 y Martin Luther King Jr;  El Congreso Nacional Africano y Nelson Mandela con Walter Sisulu, en Sudafrica; la Alianza Popular Revolucionaria Americana APRA y su creador Víctor Raúl Haya de la Torre en el Perú y Salvador Allende con el Frente por la Unidad Popular en Chile constituyen algunos ejemplos de la integridad entre movimiento social y líder.

Los movimientos citados tienen algo en común: sus líderes han entregado sus vidas por ellos. Han sacrificado su libertad por ellos. Han renunciado a todo tipo de privilegios por ellos y padecido las peores persecuciones por ellos.

La identidad entre líder y movimiento está sellada por la gente. Está determinada por la relación entre el dirigente y la población sobre la que trabaja. Dicha relación la condicionan comunidad, proyectos, anhelos, sufrimientos, vacíos, encuentros, fracasos, éxitos, en fin, todo tipo de situaciones en las que se construye la identidad.

Esta identidad informa el modo en que el dirigente debe actuar o dirigirse a su comunidad.

Los oportunistas se caracterizan, además de su falta de escrúpulos, por considerar que pueden apropiarse de  condiciones o de estados ajenos y que su calidad e inteligencia superiores frente al reemplazado o suplantado les permite hacer mejor sus tareas y desarrollar con mayor eficiencia sus anhelos y proyectos. La convicción del oportunista presenta mayor grado de egolatría cuanto mayor desprecio le genera el suplantado.

En el caso de los señores María del Socorro Bustamente y Moises Orozco, personas cercanas  a las comunidades negras gracias a las bondades de su  servicio doméstico, encontramos también un fenómeno de racismo que, además del desprecio que todo prejuicio contiene, presenta en esta ocasión una idea que puede convertirse en una máxima de este par paracaidistas: Le toca al amo hacer lo que el esclavo no pudo.

La señora Bustamente y el señor Orozco, personajes alejados de la realidad afroamericana, son hoy sus representantes en una burla más de la democracia como la entienden los deformados, es decir, como un instrumento del poder que se compra o se vende sin importar la vocación de servicio y la identidad entre elector y elegido.

Una vez más la comunidad afrocolombiana, en mucho debido a su falta de cohesión interna, cede un espacio de participación y de actuación transformadora de su realidad. En el periodo pasado este espacio cayó en las manos de un sujeto de dudosa reputación en materia judicial, ahora cae en las manos de dos personajes sin ninguna reputación entre los afrocolombianos. Uno y otros hacen del espacio reconocido por la democracia a los afrocolombianos, un capítulo más de las frustraciones padecidas en 500 años.   

Es la ocasión de asegurar que la esclavización presenta otra modalidad: El hijo del amo representa al hijo del esclavo.

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