COSMOS/ Por Mario Serrato/ 

La historia de la humanidad, en algunos aspectos, es la historia de la reivindicación. Lamentablemente en la mayoría de las ocasiones esta llega tarde, es decir, cuando el ofendido ha muerto o cuando el humillado ha desistido de su merecido reconocimiento.

 

Eratóstenes en el año 255 antes de Cristo, confirmó la redondez de la tierra y midió su tamaño con una exactitud que aun asombra a la humanidad. Ese griego cirenáico Inventó el compás, la escuadra y acertó en un sin número de predicciones climáticas y astronómicas, sin embargo sus contemporáneos lo llamaban Beta, es decir, el segundo.

Galileo Galilei fue obligado a desistir de la razón a pesar de tenerla so pena de morir en la ignominiosa hoguera de la inquisición.

Nicolás Copérnico fue ignorado en su época y hasta temió, con fundadas razones,  que sus teorías sobre las órbitas de los planetas y la posición del sol como eje del sistema solar, resultarán ofensivas a los jerarcas de la iglesia en su época. 

Charles Darwin no publicó su libro sobre la evolución de las especies hasta que Alfred Wallace, un biólogo de su categoría, avisó que había encontrado hechos que lo llevaron a conclusiones similares. Cuando se decidió a publicar su teoría, ya era un viejo cansado y solitario.

Situaciones como las descritas no solo les sucedieron a muchos hombres como individuos. Naciones, pueblos, comunidades y razas han padecido la censura, el desprecio, la esclavitud e incluso el exterminio físico. La raza negra en particular, fue sometida durante siglos a la más humillante esclavitud.

Aun después de que esta fuera abolida en la mayoría de países, las personas de raza negra siguieron padeciendo formas de discriminación y desprecio.

En muchas naciones y culturas se desestimó la inteligencia y capacidad de las personas de raza negra. Aún existen quienes  consideran que estas personas no tienen capacidad intelectual y que sus virtudes están limitadas a su fuerza física y su capacidad en el campo sexual. En este teatro del absurdo emergen figuras de la talla de Nelson Mandela y Barak Obama.

Además de aquellos, resulta más que estimulante encontrar a un afroamericano haciendo la labor de difusión de conocimientos científicos más importante y masificada de comienzos del siglo XXI.

Neil de Grase Tyson, un astrónomo egresado Harvard, amigo desde la adolescencia del gran Carl Sagan, fue la persona seleccionada para contarle al mundo, en un lenguaje comprensible y  ameno, cómo funcionan la genética, el clima, el conocimiento científico, el planeta y el universo.

La serie Cosmos llevó la difusión de conocimientos científicos a todos los rincones del mundo en 1980 de la mano de Carl Sagan, Anne Druyan y Steven Soter. Hoy, la misma serie, con los más recientes descubrimientos, está siendo presentada a la humanidad por un hombre de raza negra. Un astrofísico de calidades inigualables, difusor científico y director del planetario  Hyden en los Estados Unidos. Este hombre de aspecto bonachón a pesar de su enorme estatura, recibió la medalla de la NASA al servicio público distinguido. El máximo reconocimiento que esa agencia espacial otorga a los civiles.

En él no se presenta una sola faceta de la astronomía conocida que le resulte incomprensible. La geología planetaria, los agujeros negros, el bosón Higgs, los pulsares  y las supernovas, son explicadas por el científico afroamericano con la suficiencia de un sabio humilde y noble. Como son los verdaderos sabios.

El orgullo de las personas de su raza debe crecer como crece la alegría cuando el conocimiento llega a la mente inquieta.

En Neil de Grase Tyson la humanidad tiene a un difusor científico extraordinario. Por su parte, las personas de su raza, tienen un incuestionable motivo de orgullo.

 Atrás, en el pasado, y muy pronto en olvido, deben quedar los prejuicios que han existido y aún existen en relación con la  inteligencia de las personas de raza negra.

Neil de Grase Tyson reivindica una raza, mil culturas, cientos de idiomas, y millones de frustraciones que por fortuna, y gracias a la inteligencia inobjetable y capacidad de muchos hombres como él,  quedarán para siempre en un pasado que no se repetirá jamás.

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