ADAN QUINTO

Por Mario Serrato

Adán Quinto tenía tantas amenazas contra su vida como las tiene Álvaro Uribe, pero a Adán Quinto le tenían un escolta, un carro, un chaleco antibalas y una medalla de la virgen de los milagros.

 

En el bajo Atrato se presenta una compleja situación social y política en la que el hombre negro e indefenso padece la peor de las torturas. Lo desplazan, lo persiguen, le obligan a callar, le manosean a la mujer y a las hijas, le quitan sus productos  y por último, lo anulan como persona.

La llegada de actores armados al bajo Atrato se presentó con fuerza al final de la década de 1980. Terratenientes paisas y aventureros cordobeses, animados por la naciente agroindustria del aceite de palma y el biocombustible, encontraron en las tierras del Chocó una región inmejorable para el desarrollo de sus proyectos.

Buena agua, tierra gratis, un río navegable, el puerto de Turbo cercano y mano de obra barata suministrada por hombres y mujeres negros sumisos e indefensos. En fin, un paraíso. 

Dos factores le restaban placidez al edén de los empresarios del agro. El primero: una constitución naciente y unas leyes que reconocían derechos sobre la tierra de modo colectivo a los afrodescendientes habitantes de la zona y la incipiente conciencia organizativa de las comunidades locales.

A esas figuras legales y a la incipiente conciencia organizativa la respuesta de los mercaderes de la palma fue clara y rotunda: No habrá territorios especiales para las comunidades negras y no se permite a sus organizaciones oponerse al nuevo esquema de propiedad y aprovechamiento de la tierra. Estas voces eran soportadas en las AK 47 con las que los vigilantes de los empresarios se pavoneaban entre las poblaciones.

El desplazamiento forzado, la masacre, el asesinato selectivo y la toma de mano de obra con formas similares a la esclavitud, se convirtieron en los modelos de relación entre el recién llegado y el indefenso habitante raizal.

En este marco aparece el valiente y obstinado Adán Quinto. Sufre desplazamiento y denuncia. Lo persiguen y denuncia. Le impiden organizarse y denuncia. Confirma alianzas entre gobierno y terratenientes y denuncia. Se entera de masacres y homicidios selectivos y denuncia. Descubre que el territorio es usado por unos y otros  para el narcotráfico y denuncia. Verifica alianzas entre actores armados y servidores públicos para narcotraficar y denuncia.

A esto último vino hace unos días a Bogotá: a denunciar ante los medios y al vicepresidente de Colombia que los guerrilleros de las FARC, los paracos de la zona y funcionarios del gobierno, estaban traqueteando unidos en una alianza siniestra e infame.   

No quiero pensar que el personaje no consiguió su objetivo por ser un hombre negro, y que tal situación redujo la posibilidad de ser atendido por el vicepresidente.

No quiero pensar que por ser de raza negra a Adan Quinto le entregaron un esquema de seguridad escaso y limitado.

No quiero pensar que por ser un hombre negro Adan Quinto era  doblemente desplazado.

No quiero pensar que por tener la piel oscura, las amenazas contra Adán Quinto carecían de importancia.

No quiero pensar que por ser afrodescendiente, las denuncias de Adán Quinto pierden credibilidad.

Adán Quinto tenía tantas amenazas contra su vida como las tiene Álvaro Uribe, pero a Adán Quinto le tenían un escolta, un carro, un chaleco antibalas y una medalla de la virgen de los milagros.

A Uribe le tienen doscientos escoltas, 20 carros, dos satélites, más de doscientas pistolas y 50 radios de comunicación.

Adán Quinto denunciaba la alianza entre paracos, guerrillos y funcionarios públicos para traquetear. Álvaro Uribe denuncia un supuesto pacto castro chavista para tomarse El Ubérrimo.

Lo denunciado por Adán Quinto está presente en nuestra realidad, y es un hecho macabro y homicida. Lo que denuncia Álvaro Uribe solo tiene cabida en su imaginación de hacendado resentido y es un modo casi cómico de meter miedo entre el electorado.

Mientras  Adán Quinto luchaba por recuperar su tierra, su espacio y su modo de vida, el gobierno de Colombia ponía en manos de dos colosos de la trampa electoral más de 150 mil millones de pesos para sus campañas. Dinero que hubiera alcanzado para que miles de personas como Adán  Quinto tuvieran tierra para vivir, dotada con distritos de riego  y asistencia técnica  con los que producirían alimentos para toda la nación.

Ahora nos preguntamos: ¿Quién mató a Adán Quinto?

La respuesta está en nuestra conciencia colectiva, en nuestra inequidad galopante, en nuestro racismo sureño. Y en nuestra necia costumbre de no dar importancia a lo importante y darle toda la importancia a la necedad.

Adán Quinto no está solo, gracias a este  gobierno, al anterior y al que viene, muy pronto su tumba tendrá la compañía de otros reclamantes de tierras, negros como él, pobres como él, desplazados como él, ignorados como él y asesinados como él.

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