Por Mario Serrato /
El río ranchería lleva sus aguas a una amplia región de La Guajira. En esas orillas habitan indígenas Wayúu, colonos y campesinos…también industriales del arroz.

Estos últimos gozan de agua a cántaros mientras los indígenas y sus animales mueren de física sed.

Una enorme represa, ubicada en una región del sur de La Guajira,  contiene las aguas del río y las dirige a los cultivos de unos pocos para que sus inmensas plantaciones, según dicen sus propietarios, produzcan el mejor arroz de Colombia. Su indolencia alcanza niveles de crueldad.

El agua de los ríos que debería ser pública, en esta ocasión fue privatizada para beneficio de unos pocos en perjuicio de muchos, incluso de la naturaleza.

Peces, aves y animales de monte, muchos de ellos en vías de extinción, padecen los rigores de la privatización y se convierten en víctimas inocentes e impotentes del modelo económico.

Hasta hace poco la compañía que explota el carbón en el centro de La Guajira, propuso desviar su curso para extraer el material que se esconde bajo sus aguas, mineral que sin duda contribuye de formas muy complejas y misteriosas al mantenimiento del curso y caudal del río.

Los cultivadores de arroz, los mineros indolentes y los servidores públicos que priorizan la producción sobre las necesidades humanas al otorgar las licencias para la construcción de represas y explotaciones mineras, tienen mucha responsabilidad en la sequía, incluso más que los fenómenos naturales hoy previsibles y de algún modo controlables.

Mientras la ambición por el dinero, los intereses gubernamentales y las exigencias del modelo económico se impongan sobre el hombre y la naturaleza, los ríos se seguirán secando, los animales continuarán su inexorable extinción y las aves dejarán de cantar.

La tierra, entretanto, esperará con paciencia el día final en que decidirá la extinción de la más grande y nociva  de sus bacterias: nosotros mismos.

Lástima que esa misma naturaleza, con su clarividencia incomprensible, enfoque sus primeras decisiones hacia los grupos humanos que menos responsabilidad tienen en su deterioro, y permita que los verdaderos responsables se refugien en construcciones, en principio infranqueables, en las que solo dilatarán por unos años más, quizás por unos siglos más, la implacable e inmodificable decisión de la naturaleza de llevar a la humanidad entera a su extinción.

El río Ranchería fue privatizado. No así la sequía que agobia a los Wayúu de La Guajira.

Por ahora, desde esta columna silenciosa, lanzo un grito desesperado: Suelten el agua, arroceros indolentes.

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