Marios Serrato /
En 1993 los indígenas Wayúu del municipio de Hato Nuevo, colindantes con la mina a cielo abierto más grande del mundo, se “pararon”,  se decidieron y se fueron, acompañados por la valiente Chayo Epiayú, a la capital de La Guajira en donde se tomaron la plaza Almirante Padilla de Riohacha.

Durante 7 días los Wayúu, contaminados por El Cerrejón, denunciaron el modo en que la mina los afectaba. El gobernador de La Guajira se escandalizó. No podía concebir como un puñado de indios, de los que toda la vida habían prestado el servicio doméstico en su casa ostentosa del sur de La Guajira, ahora se encontraran protestando contra la empresa que generaba jugosas regalías a su departamento y a su clase.

Los dirigentes de El Cerrejón y los dirigentes departamentales compartían relaciones de amistad y en muchas ocasiones de familiaridad. Pero sobre todo compartían un criterio: la imposibilidad de concebir que sus indios sumisos y apacibles se organizaran, alborotaran y protestaran.

Más de 10 arroyos de aguas cristalinas y abundantes se secaron por razón de las actividades de la mina de El Cerrejón.

La Guajira, el departamento más seco de Colombia, el mismo que padece cada año sequías bíblicas, ha sacrificado sus escasas fuentes de agua para que la industria inglesa y la emergente industria china puedan mantener sus productos de alta tecnología y manufactura en los primeros lugares de ventas en el mercado.  

Los Wayúu, por su parte, con la toma de la plaza Almirante Padilla de Riohacha, ponían fin a casi 20 años de soportar la contaminación por polvillo de carbón, la mano baladrona del político de turno, la evasiva continua del sistema gubernamental y el manoseo de los burócratas.

Fue así y solo así, como aquellos Wayúu, liderados por el viejo Curira Ipuana, consiguieron que la empresa los reubicara y les pagara, así fuera con poco, el daño que la forma de explotación de la mina había ocasionado en sus vidas, su salud y su cultura.

La empresa minera de El Cerrejón, la misma que exhibe su título vergonzoso de explotar la mina a cielo abierto más grande del mundo, es decir: la emisora de polvillo de carbón más eficiente del sistema solar, ahora necesita más espacio para trabajar. Más espacio para contaminar, más espacio para desecar, más espacio para explotar.  

En la población de Jamiche, municipio de Barrancas, El Cerrejón y la alcaldía de Barrancas están a punto de desalojar a 20 familias Wayúu. El alcalde de Barrancas quien responde al nombre inverosímil de Javith(Figueroa)  les advirtió que de no desocupar a las buenas y de inmediato, los saca con el ESMAD.

A estas mismas familias hace más de 20 años les prometieron un programa de vivienda financiado con las mismas regalías con las que hoy financian el ESMAD. En un giro insólito y macabro, cambiaron los lotes, los ladrillos y los lavamanos de las casas prometidas, por bolillos, gases lacrimógenos y patadas, estas si de verdad.

El territorio ancestral de los Wayúu importa poco o nada. Sus cementerios, con la inconmensurable connotación cultural que representan para el pueblo de Juyá y de Wanurú, son solo estorbos, obstáculos a remover en el incesante e implacable paso del desarrollo.

La constitución y su reconocimiento y protección de la diversidad étnica y cultural de la nación, son letras muertas en el mundo carbonezco de El Cerrejón y del alcalde de Barrancas en cuyo pecho no se oye el palpitar del órgano del amor, sino el sonido incesante de la máquina registradora sumando regalías.

Es muy probable que a los indígenas Wayúu de Jemiche los saquen a patadas y a bolillo de sus tierras ancestrales. Es muy probable que las malditas regalías que tanto defienden las autoridades La Guajira, ahora convertidas en fogonazos y gases lacrimógenos, terminen por apropiarse de las últimas tumbas sagradas del pueblo Wayúu.  Es casi seguro que las advertencias de un alcalde con nombre inverosímil y alma  de conquistador se impongan sobre la vida y esperanza de niños y ancianos sin destino.

Sin embargo la cultura Wayúu perdurará más allá del último gramo de carbón, más allá del último centavo de unas regalías que nunca llegaron y mucho más allá de la desfachatez de funcionarios sumisos a los intereses de empresas depredadoras de hombres y de ambientes.

Entretanto el alma del viejo Curira Ipuana, el único que los detuvo con dignidad ancestral y decisión inquebrantable, los mirará desde Mareiwa, el sitio al que llegan los muertos, y desde allí les seguirá indicando el camino a seguir.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar