Por Luis Carlos Osorio R.

Los indígenas de Polines son como la hierba que pisotean hace unos cincuenta años la guerrilla, los paramilitares y los miembros de la Fuerza Pública.

Éstos, los grupos armados legales e ilegales, para los indígenas son como inmensos elefantes, que no hacían propiamente el amor al momento de la caída de un helicóptero militar en su territorio, ya fuera “por fallas técnicas o de la naturaleza”, como reza  la versión oficial, o por haber sido derribado por alguno de esos elefantes que tienen que soportar, como dijo el gobernador indígena Darío Carupia.

Hay razones históricas y de fondo para creer la versión de los indígenas de Polines, resguardo ubicado en el municipio de Chigorodó en el Uraba antioqueño. Ellos han dicho que antes de ser derrumbado el helicóptero, “ya iban tres o cuatro combates muy fuertes en poco más de cuatro meses”. Tampoco es traída de los cabellos la denuncia que hace William Carupia, uno de sus líderes,  cuando asegura que estos elefantes “se han tomado como trincheras las casas de la población indígena”, poniendo en peligro la vida de sus niños, sus mujeres y sus ancianos, en una comunidad que apenas sobrepasa las mil personas.

¿Cómo no creerle a la comunidad Embera  Katío de Polines su versión, cuando ellos han sido testigos indefensos de la violencia generada por guerrillas y paramilitares desde los años setenta en esa extensa región limítrofe entre Antioquia y Córdoba? Allí, en su territorio, hicieron presencia de manera sistemática, primero los frentes que dieron origen al EPL, luego varios frentes de las FARC e incluso algunos grupos del ELN, tal y como lo señala el “Diagnóstico de la Situación del Pueblo Indígena Embera Katío”, publicado por el Programa Presidencial de DDHH en el 2009.

En este territorio, donde también han tenido grandes intereses ganaderos y bananeros, mediaron en su disputa los grupos paramilitares. Y es que este territorio, como lo dice el informe gubernamental, ha sido un importante corredor estratégico que comunica la zona del Urabá con el interior del país. No gratuitamente por esos lares tuvieron también origen, primero las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) de Fidel Castaño, que luego se transformaron en las AUC lideradas por su hermano Carlos, Mancuso y otros, y después de la desmovilización de los jefes de estas estructuras paramilitares, le quedó el espacio libre a las BACRIM, en sus versiones de “Águilas Negras”, “Traquetos”, “Urabeños”, o más recientemente, en su versión de “Clan Usuga”.

Así, en sus resguardos, los Embera Katío han sido testigos mudos de la movilización de hombres armados que trafican armas y transportan insumos para el procesamiento de drogas; incluso han tenido que soportar la presencia de estos grupos armados que han ocupado su territorio para el “establecimiento de sus retaguardias”, como lo señala el informe. Ellos, que han visto como los diferentes actores cambian de nombre y de uniforme, no han conocido un solo momento de tranquilidad en los últimos cincuenta años.

Algunos tenemos en la memoria la imagen viva de Eulalia Yagary, exdiputada indígena de Antioquia, quien por el año de 1997 le gritó a los cuatro vientos a guerrilleros y paramilitares: “Queremos que se larguen y se vayan a pelear a otra parte”, luego que cinco indígenas fueron asesinados por integrantes de las Autodefensas de Córdoba y Urabá en su disputa territorial con la guerrilla. Este y otros hechos similares llevaron a los indígenas de Antioquia a declararse en “neutralidad activa”, como una forma de mantenerse al margen del conflicto, llegando incluso a reunirse con los máximos jefes del paramilitarismo, obteniendo de éstos el compromiso de no volver a atentar contra sus líderes.

Por eso la indignación de los indígenas de Antioquia por las declaraciones del Comandante de la Regional 6 de la Policía, General José Ángel Mendoza, quien aseguró que los indígenas desplazados del resguardo Polines han sido persuadidos por integrantes del “Clan Úsuga”, para entorpecer las operaciones policiales. Para el general Mendoza, los desplazamientos de esta comunidad obedecen a una estrategia política de la cual los indígenas son cómplices y no a los enfrentamientos de la policía con presuntos integrantes del “Clan Úsuga David”, que han puesto en peligro la vida de los Embera Eyábida dentro de su propio resguardo.

El general Mendoza se pone a tono con la política de estigma contra los indígenas iniciada por algunos congresistas, y muy bien interpretada por el periodista Manuel Teodoro, en el sentido de involucrarlos como actores –no víctimas- del conflicto, comprometidos con la guerrilla en unos casos y ahora con los paramilitares, como en el caso de Polines.

Para los líderes indígenas, que han reivindicado sus territorios como “territorios de paz y convivencia” y han sido enfáticos en rechazar que éstos puedan convertirse en zonas de refugio de los grupos armados ilegales o en campos de batalla de una confrontación bélica que ponga en peligro la vida de sus comunidades, tan lesivo es el tratamiento de los medios amparados en la libertad de información como los señalamientos de un general de la república, que pone en riesgo su integridad y estigmatiza también a la población civil como coparticipe de acciones de grupos ilegales.

Flaco favor le hacen al proceso de paz que actualmente se desarrolla con las guerrillas de las FARC en la Habana, las declaraciones de algunos mandos del ejército y la policía que estigmatizan a la población indígena. Si alguien debiera entender que los indígenas no participan en el conflicto por decisión propia, sino que han sido constreñidos a hacerlo por los distintos actores, son los propios agentes del estado, que están en la obligación del cuidado y protección de estos pueblos, que superviven en la indefensión y en la pobreza más absoluta.

Los indígenas han conminado al Ministerio Público en cabeza de la Procuraduría, a la Defensoría del Pueblo y a algunos organismos internacionales, para que constaten lo que sucede en sus territorios y los acompañen en su viacrucis. Mientras tanto, ellos se rodean de una guardia indígena que solo puede protegerlos con sus bastones de mando, mientras los elefantes que los invaden, hacen la guerra.

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