Florent Marcellesi
El portavoz de Equo en el Parlamento Europeo, Florent Marcellesi, analiza la relación entre el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) y el cambio climático.
No cabe duda de que el cambio climático es la gran lucha del siglo XXI. Y esta gran lucha, como bien dice Naomi Klein, lo cambia todo. Por tanto, tal como plantean el grupo de científicos internacionales sobre cambio climático de cara a la cumbre sobre el clima de París, es lógico que utilicemos "todas las herramientas y medidas disponibles para hacer frente a este desafío". Con un corolario de sentido común: cualquier instrumento que refuerce el calentamiento global debe ser rechazada. Así que, sin rodeos, preguntémonos: ¿es el TTIP una herramienta de lucha contra el cambio climático?
El TTIP y la energía fósil
La quema de combustibles fósiles es la principal causa de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Por tanto, para cumplir con el control de los efectos del cambio climático, lo primero que debemos hacer es dejar bajo tierra una tercera parte de las reservas actuales de petróleo, la mitad de las de gas y más del 80% de las reservas de carbón. Unido a esto, la transición ecológica solo será posible si dejamos de subvencionar este tipo de energías, que reciben de forma directa o indirecta 10 veces más que las energías limpias.
Sin embargo, el TTIP vive en otra dimensión. La Unión Europea quiere acordar dentro de este tratado con Estados Unidos la inclusión de un capítulo energético para facilitar la exportación de "carbón, petróleo crudo, productos derivados del petróleo, gas natural, en forma licuada o no, y energía eléctrica" desde EEUU a Europa. A cambio, EEUU pide que el gas de esquisto proveniente del fracking estadounidense y el petróleo proveniente de las arenas bituminosas de Canadá se incluyan en esta mezcla. Dicho de otra forma, el TTIP terminaría con cualquier restricción para la exportación de estos "bienes energéticos", alentando aún más su extracción, consumo y emisiones de CO2. A lo que se suma que ninguna de las partes haya puesto en la agenda de las negociaciones el fin de las subvenciones a la energía fósil.
El TTIP y las energías renovables
Las energías renovables, junto con la disminución del consumo energético y la eficiencia energética, son un pilar fundamental de la transición energética. Para que puedan sustituir de forma eficiente las energías fósiles, tiene que darse tres condiciones: el fin de la subvención a las energías fósiles (ausente de las negociaciones), una financiación pública para las renovables y una estrategia de relocalización energética para acercar el lugar de producción al lugar de consumo.
Pues bien, en las negociaciones del TTIP, se baraja la posibilidad de que los países firmantes "no deban adoptar ni mantener medidas que prevén exigencias de localidad". A través de la eliminación de estos requisitos de contenido y compra locales, el TTIP podría por un lado permitir la prohibición de ayudas estatal o nacional a las energías renovables. Por otro lado, profundizaría en la globalización energívora, controlada por las multinacionales de la energía, en vez de desarrollar saberes, tecnologías y empresas o cooperativas locales, dar más espacio a la remunicipalización de la energía, así como a la autoproducción y al autoconsumo.
El TTIP y la soberanía energética
La energía es un asunto altamente democrático, tanto en su producción como en su consumo. Y frenar el cambio climático supone a su vez una ciudadanía despierta, activa y comprometida. Para ello, es importante que la ciudadanía pueda controlar y regular de manera democrática, justa y sostenible la explotación de sus recursos energéticos finitos y la utilización de la atmósfera (como sumidero limitado de CO2), es decir ejercer su soberanía energética y climática.
Frente a ello, el TTIP quiere poner en marcha mecanismos que refuerzan el poder de las multinacionales, frente a la soberanía de los Estados y de la Unión Europea. Principalmente, propone instaurar un tribunal de arbitraje entre inversores y Estado (ayer llamado ISDS, y hoy reconvertido en ICS). Este mecanismo ya ha sido utilizado por la multinacional Lone Pine que, a través del tratado de comercio entre EEUU, Canadá y México (el NAFTA), demanda hoy 250 millones de dólares a Canadá por la moratoria de Quebec sobre el fracking. Es evidente que la amenaza de ser demandado por miles de millones de dólares podría crear un efecto devastador sobre las políticas climáticas valientes que, si bien defienden el bien común, serían contrarias a los beneficios e intereses privados de las grandes corporaciones.
El TTIP y las emisiones de gases de efecto invernadero
Llegado a este punto, está bastante claro que el TTIP no reducirá las emisiones de CO2. Además de que el aumento del comercio transatlántico irá acompañado de un aumento del transporte transatlántico lo que a su vez aumentará las emisiones, el TTIP favorece las energías fósiles, abre las puertas al fracking y pone trabas a las energías renovables.
No es de extrañar que la propia Comisión Europea (CE) reconozca que el TTIP supondría un ligero aumento de las emisiones de CO2. De hecho, en uno de sus informes de impacto, el escenario más ambicioso del TTIP (el deseado por la CE) predice un aumento en las emisiones de CO2 de 11,8 millones de toneladas (repartidas entre la UE, EEUU... y China!). Pero, esta estimación parece muy optimista. Según un recién estudio de Enginyeria Sense Fronteres se produciría un aumento mucho más considerable puesto que sería necesario tener en cuenta la combustión de destilados derivados de las arenas bituminosas, la extracción del gas no convencional mediante fracking o la sustitución de las actuales importaciones europeas de gas ruso por gas estadounidense. Resultado: hasta 6.000 millones de toneladas de CO2 suplementario, más de 200% en 2030 respecto a los niveles actuales. O sea, en total contradicción con el objetivo presentado por la UE de cara a la cumbre climática de París de una reducción de 40% de las emisiones de CO2 en 2030.
Está claro que el TTIP no es una herramienta de lucha contra el cambio climático. Más bien al contrario, lo refuerza y es incoherente con la transición hacia un modelo energético limpio, justo y democrático. A estas alturas de la historia climática, este tratado comercial no tiene por tanto razón de ser. En el siglo XXI, la economía tiene que estar al servicio del clima.
Florent Marcellesi, Portavoz de Equo en el Parlamento Europeo.