Mas de ochenta y cuatro universos indígenas diferentes están anclados o errando por el territorio colombiano desde tiempos precolombinos. Sociedades mas o menos pequeñas (algunas de solo medio centenar de individuos), que no se dimensionan por su tamaño demográfico, sino por su magnitud como paradigma con ciertos de la diversidad. Son estos pueblos, a menudo visibles a los ojos de Occidente, los que siguen siendo vejados en su integridad y sus posibilidades de existencia como sociedades únicas, irrepetibles y hacedoras de idiomas, sistemas de creencias, sistemas médicos, o tecnologías para entenderse con múltiples ecosistemas.
En el plano contemporáneo del conflicto colombiano, los indígenas tienen nuevos ultrajes que agregar a una larga lista. En el año 2.002 pudieron conocerse 937 casos de victimas indígenas (asesinados, amenazados, desaparecidos, torturados, victimas de contaminación de suelos y aguas, de atentados o detenciones arbitrarias).
Pero mas alarmante aun resulta ser el numero de victimas colectivas: 20 mil amenazados, 10 mil indígenas desplazados, 15 mil mas afectados por la incursión de los grupos armados a sus territorios, 2 mil afectados por daños a sus precarias infraestructuras y 3 mil afectados por las políticas de control de alimentos realizados en sus territorios.
El 12% de los desplazados colombianos son indígenas. Esta cifra resulta dramática al constatar que solo representan el 0.6% del total de la población del país. En el 2.002, 12.649 indígenas tuvieron que abandonar sus territorios ancestrales por presión de los grupos armados. La situación
mas critica la vivieron los pueblos Emberá, en los departamentos de choco y Córdoba, los Kamtza, Uitoto, Siona, Inga, Emberá, Awa y Pasto, en los departamentos del Caquetá y putumayo. Y los kankuamo, Wiwa, Kogui, Arhuaco y Yukpa de la sierra nevada de santa marta y la serranía del perija.
Pero aún en medio de los equívocos ejes atrasados por la sociedad hegemónica, los pueblos indígenas otorgan complejidad y riqueza a un proyecto de nación que aún esta por construirse. Por esto mismo, defienden su autonomía y no consienten el abandono de sus propias condenas de tiempo y espacio. Y por la misma razón, su permanencia interesa a todos aquellos que, siendo colombiano o ciudadanos del mundo, procuran crear y heredar las nuevas generaciones un mundo injusto y plural donde, además, se pueda respirar, beber agua limpia o solazarse en horizontes de colores.
Y es desde estos universos partidos y compartidos, desde donde los pueblos indígenas colombianos quieren hablar a las agencias del sistema de Naciones Unidas el próximo 30 de abril, a sabiendas deque unos y otros piensan en el mismo idioma: el de la VIDA.