Poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el diez de diciembre de 1948, las Naciones Unidas adoptaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy, 56 años después, se celebra un nuevo aniversario en un ambiente internacional marcado por dos guerras recientes en las que se violaron masivamente tales derechos.
En Colombia en particular, no hay nada que celebrar pues los últimos diez años hemos sido uno de los países campeones en las violaciones de derechos humanos. Pero este día sí debe servirnos a nosotros y a la comunidad internacional, para reafirmar el compromiso con esta causa. La bandera de los derechos humanos representa, hoy día, la consigna más elevada de la civilización humana. Ciertamente ha habido avances mundiales a nivel de la consagración jurídica de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. Colombia también es un ejemplo de ello, especialmente en la nueva Constitución Política. Pero ello es, apenas, un logro parcial ya que la realidad nacional e internacional dista mucho de la letra jurídica, de manera que los avances no sólo son parciales sino que también hay retrocesos.
El 11 de septiembre de 2002 representó un nuevo quiebre en el ascenso de la conciencia internacional por los derechos humanos que se venía experimentando desde la Declaración Universal. Ciertamente, el camino ha tenido reveses permanentes, como los de tantas guerras que han ocurrido alrededor del mundo, entre las que se destacan horrores como los de Estados Unidos en Viet Nam, los de la Unión Soviética en Afganistán, los de las dictaduras militares en América Latina y la permanente violencia de nuestro país, tan acentuada en los últimos diez años.
Los fundamentalistas talibanes, al estallar su odio centenario contra los Estados Unidos, no tuvieron ninguna consideración por las vidas de los miles de civiles que murieron en los atentados contra las torres gemelas. Para ellos, se trató de un ritual en el que ellos mismos ofrendaron sus vidas. Pero la respuesta de los Estados Unidos, primero en Afganistán y luego en la guerra petrolera de Irak, no ha sido menos terrorista. ¿Cuántos civiles inocentes y aún víctimas de los Talibanes o de Hussein murieron en esos bombardeos?. Y cuántos miles de hombres y mujeres siguen muriendo por defender su patria contra la invasión de los Estados Unidos? Las cárceles de Abu Grahib y Guantánamo son dos escenarios que deberían ser consagrados como símbolos de ignominia para que la humanidad del futuro no olvide la forma como en esta época bárbara se están violando los derechos humanos.
Cuál ha sido la capacidad de los organismos internacionales de DDHH para impedir semejantes niveles de terror y oprobio?. A pesar del clamor en todos los países del planeta en contra de la guerra de Irak, la Organización de las Naciones Unidas no tuvo la decisión de desatar siquiera una crisis diplomática internacional o algún hecho contundente para impedir una guerra tan degenerada como esa. Kofi Annan pasó de agache y ahí sigue. Ni qué decir de otras instancias internacionales como el Vaticano cuya misión tiene que ver con la defensa de la vida humana. Sus declaraciones y plegarias tampoco tuvieron ningún impacto. También hay diplomacia y competencia (y en el pasado muchas guerras) entre las religiones y los dioses.
La reelección de Bush evidencia que la mayor parte del pueblo de los Estados Unidos respalda sus terroristas acciones bélicas, su política de seguridad preventiva que representa una amenaza contra la comunidad internacional, su desprecio por los derechos humanos. Desafortunadamente eso ha sido parte de su historia: ayer no más, los Estados Unidos fueron el principal apoyo de las dictaduras militares en América Latina, sostenidas a base de violaciones de derechos humanos. Hoy siguen siendo el mayor apoyo de Israel en su genocidio contra los palestinos.
Los Estados Unidos se ganaron con creces el odio de las próximas generaciones de musulmanes, pero es necesario que toda la humanidad esté dispuesta a impedir ese tipo de atropellos no solo de los Estados Unidos sino de cualquier otra potencia.
Colombia también ha sido durante más de cincuenta años, pero especialmente en los diez últimos, uno de los casos más escandalosos de violación de derechos humanos. Durante la violencia gobiernista de los años cincuenta, se cometieron crímenes tan atroces (como el corte de franela o el futbol con cabezas humanas) que hicieron llorar de angustia a nuestros padres. No obstante, tal ferocidad volvió a expresarse recientemente en la motosierra de los paramilitares, y en la crueldad y total desprecio que ha caracterizado a los grupos insurgentes y a la fuerza pública en tantos crímenes y masacres cometidos en casi toda la geografía nacional: Bojayá, Urabá, Sierra Nevada, Catatumbo, Machuca, Putumayo, el Naya, etc.. Alguno de estos actores armados tiene autoridad moral para hablar de derechos humanos?. Santa Fé de Ralito será recordado no como símbolo de reconciliación sino de impunidad. Razón tenía el “Señor de las Moscas” (Fernando Garavito, hoy exiliado) cuando decía que nuestra bandera era un trapo tricolor manchado de sangre.
Ahora que estamos frente a un proceso de desmovilización de los paramilitares, no se puede aceptar que la paz tenga que llevar a la impunidad para quienes aparecen como los campeones en violaciones de derechos humanos, crímenes atroces y delitos de lesa humanidad. Es necesario el perdón y la reconciliación, pero no sobre la base de la impunidad y del engaño para la institucionalización del narcogamonalismo, sino sobre la base de la Verdad, la Justicia y la Reparación. Pero qué verdad puede esperarse de unas negociaciones de espaldas a la opinión pública? Qué tanto justicia si quienes se desmovilizan son esa tropa de campesinos que se jugaron la vida al servicio de sus amos en el escenario de la guerra, en tanto que éstos quedarán sin culpa y afianzados en su poder local? Y si la reparación se queda en entregar la tierras de los desplazados a cooperativas de excombatientes? Verdad, Justicia y Reparación son los principios sobre los que, igualmente, deberán basarse las negociaciones con los grupos guerrilleros, cuando este país llegue a la conclusión de que la guerra no dejó sino un montón de muertos.
En medio de su barbarie, Colombia también ha tenido ejemplos de lucha por los derechos humanos, empezando por la resistencia de las comunidades indígenas, negras, campesinas o las organizaciones de mujeres en contra de todos los actores armados; la tarea silenciosa de organizaciones civiles y religiosas, nacionales e internacionales de derechos humanos; la permanente denuncia de las organizaciones no gubernamentales, que tanto le incomodan al presidente de la república.
Esa humanidad que se movilizó recientemente en contra de la guerra de Irak y de todos los hechos terroristas de uno y otro lado, esa humanidad representada por los defensores de derechos humanos en todos los países del mundo, esa humanidad que sí tiene el valor moral de hacerlo, es la que le da sentido y profunda significación al día internacional de los derechos humanos.