Los Tunebos fueron una tribu indígena que vivió en Güicán, cerca de la Sierra Nevada del Cocuy y que tuvieron fama de poseer enormes tesoros de oro. 

 

 

 

Acostumbran reunirse en un bohío especial llamado la Casa del Sol y allí dejaban sus regalos de oro para sus caciques; Hernán Pérez de Quesada tuvo noticias de esa casa y empezó a buscarla y a perseguirlos; los Tunebos, en compañía de los sativas, huyeron y se refugiaron entre peñas y cañas cerca de la Sierra Nevada que circundaba sus tierras, pero hasta allí llegaron los conquistadores.

 

Los Tunebos, amantes de su libertad, subieron hasta el peñón que hay en esas tierras, que tiene una altura de 390 metros, y por cuya base corre el río Nevado y resolvieron suicidarse antes que verse sometidos a las crueldades de sus perseguidores.

 

Uno a uno, hombres, mujeres y niños, se fueron arrojando por el peñasco y cuentan que fueron tantos los que cayeron en busca de la muerte que el curso del río se desvió entre el montón formado por los cadáveres; desde ese instante el lugar se llama el “Peñón de los Muertos”.

 

“Por las noches, en tiempos de menguante, al rayar la media noche, se ven, allá encima del peñón, las almas de los muertos que bailan al rayo de la luna; bailan y bailan hasta que canta el gallo; entonces se echan al río, rodando por el peñón, como ruedan en tiempo de helada los copos de nieve.

 

Dicen por ahí que es el diablo el de esas andanzas o que son las brujas; nada, yo las he visto, son las almas de los muertos las que vienen a recoger a sus huesos que nadie ha sepultado todavía”.  

 

 

 

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