El pasado 26 de junio, el periódico El Tiempo, dedicó su editorial, “Cepos, niños e indiosâ€, al caso de la niña indÃgena quien fuera castigada por su comunidad, debido a la relación que mantuvo con un patrullero de la policÃa. Dejamos a consideración de nuestros lectores este documento para que cada uno haga las reflexiones sobre el particular.
Tomado de: Periódico El Tiempo
Editorial
Cepos, niños e indios
La defensa de las tradiciones indÃgenas debe hacerse sin violentar los derechos fundamentales, en especial los de los menores de edad.
"Una muchacha india estaba con los pies en el cepo y tenÃa los pies tan altos que le quedaba la espalda contra el suelo, y el cepo (que tenÃa los huecos del madero muy estrechos) le hinchó los pies". Esta descripción no es de la noticia publicada por este diario el pasado viernes 23 sobre una niña indÃgena asà castigada por su gente, sino de Alejandro de Humboldt, quien, en 1801, se escandalizó por los maltratos que sufrÃan los indios de manos de corregidores, hacendados blancos y curas.
Lo sorprendente es que el cruel tratamiento empleado contra los indÃgenas en tiempos de Humboldt, lo aplicaran hace unos dÃas miembros de la Asociación de IndÃgenas Desplazados, de mayorÃa embera-chamÃ, en Pereira, contra una niña de su comunidad, por el ‘delito’ de tener relaciones con un agente de PolicÃa.
En efecto, el cepo fue la forma de castigo preferida por todos los opresores de los indios durante la Colonia y hasta bien entrada la República. Hace unos 40 años, VÃctor Daniel Bonilla, en su libro Siervos de Dios y amos de los hombres, denunciaba cómo los indios de Sibundoy eran todavÃa sometidos a esta práctica colonial. Por eso, sorprende saber que hoy una niña indÃgena es sometida al cepo, esta terrible tradición de los españoles, y que haya indÃgenas que quieran defender como parte de su patrimonio cultural la barbarie de sus opresores, como lo declaró un lÃder de la Asociación.
Este episodio pone de presente los excesos a los cuales puede conducir una desacertada interpretación de la ‘discriminación positiva’. Por una parte, la defensa de las tradiciones culturales indÃgenas debe hacerse, pero de una manera que no violente los derechos fundamentales de las personas. Y, en especial, los de los menores de edad, los cuales están constitucionalmente por encima de cualquier consideración cultural, étnica o religiosa.
Preocupa, además, la motivación esgrimida. Se entiende que grupos minoritarios como los embera-chamà fomenten casarse entre sà con el fin de preservarse. Pero prohibir relaciones entre miembros de su etnia y los ‘blancos’ –so pena del cepo– suena más bien a discriminación del indio contra el blanco. Lo cual va en contra de principios básicos de convivencia en una sociedad multicultural como la colombiana.
En tiempos recientes se han presentado casos que a algunos pueden parecer de excesiva amplitud frente a los indÃgenas, los cuales gozan ya, en el paÃs, de amplias garantÃas como minorÃas. Contrasta el benévolo tratamiento legal dado a la concejal indÃgena Ati Quigua, quien, pese a haber sido elegida con 22 años de edad, fue autorizada a posesionarse, con el trato del que fue objeto la sustituta de Guillermo Fino en el mismo Concejo: a ella, pese a faltarle apenas unos meses para la edad reglamentaria de 25 años, no se le permitió posesionarse. Y qué tal el arreglo que intentaban hacer, de acuerdo con su justicia, algunos padres wayú, negociando en chivos y otros elementos, como reparación, con profesores que habÃan violado a sus hijas en un colegio de La Guajira.
Estas prácticas llaman a debatir los lÃmites de competencia de la legislación indÃgena y los excesos a los que puede conducir demasiado celo en su aplicación. No, por supuesto, para recortarla. Pero sÃ, por ejemplo, para estatuir con claridad que los derechos de los niños deben defenderse por encima de toda consideración cultural o étnica. Si los propios indÃgenas no lo asumen asÃ, le tocará al Estado hacer respetar esos derechos. Sin embargo, los indÃgenas, en años recientes, han demostrado inteligencia, flexibilidad y sutileza en la defensa de sus derechos y su cultura. Esperemos que esta sea una situación en la que sus autoridades, seguramente, volverán a mostrar sus virtudes tradicionales.