Siete meses después que los enfrentamientos entre el Bloque Elmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia y el Frente José María Córdoba de las FARC EP dejaran como resultado el asesinato de 119 personas y un desplazamiento de alrededor de 2 mil habitantes, el pasado 17 de noviembre se produjo un segundo retorno de 170 personas, quienes buscan reconstruir esperanzas en medio de un conflicto social y armado que se torna más álgido.

 

Tras un viaje en lancha de alrededor de 18 horas entre las poblaciones de Quibdó y Bojayá, 170 personas de rostros duros y expectantes regresan a Bojayá, escenario de uno de los más trágicos y dolorosos episodios de violencia armada que ha vivido el país en el último período. Regresan con miedo: miedo de tener que enfrentar a los fantasmas que todavía rondan las humildes callejuelas; miedo de recordar a los parientes que ya no están; miedo de regresar a un pueblo que no cambió, pues los actores armados continúan sigilosos esperando a que se desate otro enfrentamiento; miedo a saber que, como campesinos, serán las principales víctimas de un conflicto armado que les viene quitando la esencia de sus vidas. 170 personas que retornan con la esperanza que el gobierno central les cumpla el acta de compromiso para que Bojayá no siga siendo un pueblo arrasado, perdido en el recuerdo y protagonista de amarillentos titulares de prensa que disuelven con los días. 170 personas que vuelven a soñar, sin desconocer que en cualquier momento y a cualquier hora, esos sueños se pueden disipar ante el ronroneo de las ráfagas.

 

La comisión de acompañamiento, conformada por la Diócesis de Quibdó, instituciones gubernamentales, agencias internacionales y algunas ONG's nacionales y extranjeras (Fundación Hemera entre ellas), también palpó el temor de que reina en Bojayá. A lo largo del recorrido, fueron detenidos en dos oportunidades por retenes apostados por las FARC EP en el Atrato. Incluso, en el viaje de regreso a Quibdó que tardó un promedio de 30 horas arribando a la ciudad en la madrugada del martes 19 de noviembre, soportaron el hostigamiento del Ejército Nacional, el cual reaccionó “echando” disparos al aire para que se tenga presente que entre las 6 de la tarde y las 5 de la mañana nadie puede transitar por el río.

 

Las condiciones de seguridad no son las ideales. De hecho no pueden ser peores. Por todos los rincones del departamento del Chocó se respira un ambiente tenso, incrementando fenómenos como el desplazamiento forzado y demostrando la incapacidad de un Estado para ofrecer las garantías mínimas tanto a la población desplazada, como a las comunidades que esperan a que les llegue el turno para salir corriendo.

 

Así lo manifiesta, con palabras cansadas, Fernando Hernández, miembro de la Fundación Hemera y parte de la comisión de acompañamiento, quien sostiene que la preocupación de la gente es saber si pueden confiar en la palabra del gobierno y en sus promesas. Con tristeza él y los demás integrantes de la comisión tienen que responder que no, admitiendo de paso que el desplazamiento es un fenómeno que rebasó la capacidad de atención institucional: “La situación es tan compleja que, como en el caso de Mungidó, las comunidades se desplazan no por lo que pasó, sino por lo que puede pasar. Quibdó en menos de 30 días recibió a 1.700 personas de Mungidó y 400 personas de las comunidades asentadas en la cuenca del río Quito, desplazadas ante el temor de posibles combates. En el caso del departamento del Chocó, la institución que viene coordinando todas las acciones humanitarias y ofreciendo posibilidades de acompañamiento y reconstrucción es la Diócesis de Quibdó, la cual remplazó al Estado. Por otro lado, la situación con el retorno es que debería cumplirse la consigna de ‘retorno con seguridad y dignidad', pero la realidad muestra otro panorama, y el retorno en Bojayá sigue la misma ruta de casos como El Salao, el Alto Naya o Cacarica, donde la población sigue expuesta a los atropellos de los actores armados”

 

El próximo 5 de diciembre se espera que 500 personas más retornen a Bojayá. Mientras la fecha se acerca, tendrán que seguir soportando sobre sus espaldas el INRI de ser desplazados, víctimas de la tragedia de la guerra, pero también víctimas del marginamiento de una sociedad que, más allá de los primeros lamentos, lo percibe como un ser humano indeseable y molesto que llega a las capitales a visibilizar un drama que más de uno quisiera mantener oculto.

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