En el principio de los tiempos sólo había un hombre de nombre Kuy; de él provienen todas las tribus del Vaupés, inclusive los guayaberos. Kuy era feliz porque tenía de todo y cuanto le rodeaba era hermoso hasta la fantasía; sin embargo, dejaba entrever una cierta tristeza, señal inequívoca de que algo le hacia falta, y esto era vedar: la presencia de una compañera le era indispensable; con alguien debería disfrutar todo lo existente y nada mejor que una mujer podría serlo; así lo pensó sentando una tarde en el pico de un pequeño cerro, mientras su vista se extasiaba contemplando en la lejanía la belleza de la tierra que le rodeaba; y se dio a la tarea de crearla.
Tomó un poco de barro y formó un cuerpo; lo llevó hasta la orilla de un río, oró y, acto seguido, se convirtió en una perfecta mujer; alegre, la llevó a su casa y le enseñó a hacer casabe y a rayar la yuca, pero a medida que se mojaba se iba desmoronando hasta que quedó destruida totalmente; por algo era de barro.
Kuy volvió entonces sentir la tristeza y al pasar cerca de una colmena pensó que si la hacia con miel de abejas y con barro, habría de durarle, y, pese al cuidado que para ello puso, volvió a fracasar: la mujer se derritió al pasar cerca de la candela.
Viéndose de nuevo solo, echó a llorar en forma por demás desconsolada, y caminando y pensando por el bosque, fue sorprendido por un eco cercano de unas carcajadas; con cautela llegó hasta el lugar de donde provenía: era del interior de un corpulento árbol.
Salió a toda prisa a traer un hacha y regresó a cortarlo, y cuando lo hubo logrado vio cómo desde si interior salía una hermosa criatura: era la mujer que tanto había soñado y a la que de inmediato hizo su esposa.
Cargada la llevó hasta su choza, le enseñó todos los oficios caseros, la rodeó de los animales y flores más hermosas que había en la comarca y allí viven todavía, disfrutando del amor, la dicha y la felicidad.