Acaso todavía nos falta entender de manera más profunda la diversidad de significados del término globalización. A veces creemos que la globalización es una especie de realidad natural como los ríos, el verano o la nieve. La globalización es un proceso de imposición de reglas económicas a partir de intereses de corporaciones trasnacionales y no a partir de una evolución del género humano. Hemos sido lentos en conceptualizar este proceso y debemos distinguirlo como una nueva forma de colonialismo mundial, una forma de imposición que tiende a uniformar ciertos segmentos de las sociedades del mundo.
Sin embargo, hay culturas que permanecen en sus territorios originales como fundamento esencial de una migración mundial con otra dinámica y sentido. Las comunidades mixtecas y zapotecas en Chicago o en Los Angeles, por ejemplo, van reafirmando su identidad cultural aunque se encuentren en otro territorio. Es decir, la identidad cultural parece no requerir necesariamente de la continuidad de un territorio de origen; sus fronteras pueden ser migratorias. Esto es importante ahora, cuando la globalización busca un mundo con mayor amplitud para capitales y mercancías y no para el trabajo, no para seres humanos. Tanto los pueblos que permanecen en sus territorios de origen como los movimientos migratorios de las culturas tradicionales están mostrando dos facetas opuestas a lo que establece teóricamente la globalización económica contemporánea.
Si no existe una infraestructura familiar previa, un núcleo migratorio encuentra en una ciudad su desaparición, su aniquilación cultural, su aniquilación lingüística. Por ello sorprende que varios núcleos migratorios indígenas recuperen y fortalezcan, en otro territorio, su estructura cultural, aunque hayan sido durante miles de años campesinos y ahora se conviertan en mensajeros, jardineros o albañiles. Hay una reconstrucción del sistema de parentesco y de comunidad, una voluntad de vinculación con sus tierras de origen. Los zapotecos retoman en Los Angeles la Guelaguetza, recuperan la lengua, la gastronomía, incluso. La cultura continúa como un soporte poderoso cuando la comunidad no dispone de la tierra original. La cultura revela su naturaleza migratoria en la memoria misma y en la lengua. Así ocurre con los kurdos en Alemania, los musulmanes en Francia, los gitanos en Italia, los marroquíes en España. La presión en el territorio de origen los obligó a definir su identidad; el país al que llegan les vuelve a exigir esa definición, porque de nuevo les dicen: "tú eres otro". En ese proceso de definición, el "nosotros" que ellos quieren seguir siendo se convierte en una clave fundamental para entender los procesos migratorios de hoy. Es, en términos humanos, sicológicos, lingüísticos, un cuestionamiento a los procesos de la globalización económica de hoy.
Hace poco visité Tlaxiaco, un punto importante de la sierra mixteca de Oaxaca. Al segundo día entré en dos de los bancos que había en el centro. Dos ventanillas estaban ocupadas por familiares de migrantes que trabajaban en algún punto de Estados Unidos y en ellas atendían solamente el cobro de remesas en dólares. La ventanilla sobrante se dedicaba a operaciones con moneda mexicana. Tlaxiaco posee una fuerte identidad en todos sentidos: lingüísticos, religiosos, familiares, gastronómicos, musicales, dancísticos, pero pueden hoy fortalecer su región con el trabajo de los migrantes que se encuentran en Estados Unidos. La relación cultural entre los migrantes y sus familias en Oaxaca tiende a fortalecer las regiones mixtecas donde permanecen los familiares de los migrantes, pero al mismo tiempo tiende a expandir las posibilidades de trabajo para los futuros trabajadores mixtecos en Estados Unidos. Estamos hablando de varias dinámicas de un solo proceso.
No de hablantes de lengua española, sino de la expansión de mixtecos que estaban sometidos a una presión específica en México y que ahora se encuentran sometidos a otra presión en Estados Unidos; que tienen que aprender a responder como pueblo tanto en el país de origen como en el nuevo. Son pueblos que en ambos países saben recordar lo que son, fortalecer su memoria y fortalecer los territorios donde se desenvuelven. Esto es una lección ante la globalización, esto es una lección social, una lección moral. Porque la globalización se expande en el planeta sin respetar el polo subyugado y estos migrantes se expanden a otros territorios limpiando, alimentando, fecundando el territorio donde se expanden y fortaleciendo sus tierras de origen. Son una muestra de que las fronteras abiertas a los trabajadores son un seguro de vida para el planeta y que las fronteras abiertas para capitales y mercancías no son necesariamente un seguro de vida ni de bonanza para el planeta ni para la humanidad.
A lo largo de más de 20 años he comprobado el compromiso que las comunidades indígenas sienten con el mundo como ser vivo. Los pueblos indígenas sienten que deben conservar y cuidar la tierra porque no solamente les pertenece a los que viven, sino también a los que ya murieron y a los que aún no nacen. En este concepto de tiempo donde el pasado no es algo ya agotado y el futuro no es algo inexistente, sino que son dimensiones que van concurriendo a la vez, el respeto a la tierra es un compromiso diario y múltiple. Cuando he andado en Chiapas en terrenos lodosos, reblandecidos por las lluvias, veo a mis compañeros indígenas caminar por encima del lodo, limpios. A mí, en cambio, a cada paso se me forma un zapato adicional de lodo que me impide avanzar; siento que me quedaré ahí para siempre, que no saldré. En esos pueblos hay una elegancia, una limpieza para caminar y relacionarse con el mundo que yo no he logrado aprender pero que sí he logrado respetar y admirar. Nosotros, a partir de un razonamiento teórico, científico, debemos entender que sin el mundo no existiremos. Ellos lo saben desde hace siglos y trabajan para eso. En Guerra en el Paraíso transcribo parte de un discurso de Lucio Cabañas en el que afirma que la revolución ayudará no solamente a los pobres. Explicaba que también serían más felices los arroyos y los venados y las águilas, porque toda la naturaleza viviría mejor. Esto lo afirmó en 1970. La ecología es una ciencia antigua que los pueblos indígenas del continente conocían y siguen conociendo a la perfección, pero que nosotros descubrimos lentamente.