Históricamente Bogotá, D.C., se ha caracterizado por ser una ciudad multicultural, como quiera que en ella han coexistido pueblos diferentes.
Sin embargo, pese a esta evidente diversidad étnica y cultural, el Distrito Capital dista mucho de ser una ciudad intercultural que reconozca el polílogo de saberes y el intercambio de conocimientos entre los pueblos que aquí habitan.
Con el presente artículo se busca presentar una mirada panorámica acerca de los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que viven en la ciudad, señalando sus necesidades y principales demandas.
1. Apuntes preliminares sobre los pueblos indígenas de Bogotá
La presencia de comunidades de pueblos indígenas en Bogotá, D.C., se explica principalmente a través de dos fenómenos.
De una parte, responde a procesos migratorios emprendidos por distintas comunidades de pueblos indígenas que desde sus lugares de origen se asomaron a la ciudad para quedarse y, de otro, está asociado a las dinámicas de expansión urbana que terminaron asimilando a comunidades, en apariencia mestizas y campesinas, que se encontraban viviendo en predios de Resguardos disueltos entre fines del siglo XIX y principios del siglo pasado.
El primer fenómeno, es decir el de las migraciones del campo a la ciudad, principia a adquirir relevancia en los primeros años de la década de los años cincuenta del siglo pasado, cuando comienzan a asentarse en la ciudad los primeros contingentes de familias indígenas Inga y, en menor medida, Kamentsa provenientes del Valle de Sibundoy (Putumayo), al igual que familias Kichwa originarias fundamentalmente de la provincia de Imbabura en la sierra ecuatoriana.
Estos flujos migratorios de grupos familiares Inga, Kichwa y, en menor proporción Kamentsa, se mantuvieron constantes en el tiempo y guardando características semejantes hasta fines de la década de los años ochenta del siglo pasado. A partir de esta década las características de los procesos migratorios comenzaron a cambiar.
Los primeros contingentes migratorios de familias Inga y Kamentsa incursionaron en los contextos urbanos con el propósito fundamental de dejar atrás las difíciles condiciones de vida que tenían en sus lugares de origen, dada la presencia de la misión Capuchina en sus territorios que no sólo los había expropiado de sus mejores tierras, sino que los mantenía en la práctica en una situación de servidumbre.
De la misma manera, las familias Kichwa comenzaron a llegar a los centros urbanos de Colombia y de otros países de América Latina, en razón a que en la sierra ecuatoriana las condiciones de vida se estaban haciendo cada vez más críticas por la expansión creciente del régimen hacendatario.
La pérdida de territorio y las condiciones de servidumbre en que se encontraban viviendo estos pueblos indígenas, si bien fueron el detonante que pudo animar el abandono de sus lugares de origen y su incursión en los contextos urbanos buscando mejores condiciones de vida, no son las causas que agotan la explicación de este fenómeno que se mantuvo sostenible en el tiempo a lo largo de varias décadas.
En ese contexto, adicionalmente hay que tener presente, en cuanto a las motivaciones que llevaron a estos pueblos a dejar atrás sus territorios tradicionales, el hecho que históricamente, tanto Inga como Kichwa, se han caracterizado por ser excelentes comerciantes y muy bueno viajeros, casi desde épocas prehispánicas. Sobre el particular no sobra anotar que los Inga llegaron a lo que hoy es Colombia, como mitimaes y que los Kichwa recorrían extensamente Los Andes ofreciendo sus productos manufacturados que tenía una gran demanda por su calidad.
Los Inga y Kamentsa pudieron adaptarse a Bogotá, D.C. y, consecuentemente, no perder sus valores identitarios fundamentales, gracias al ejercicio de sus saberes médicos tradicionales y, sobre todo, al profundo conocimiento y manejo de la planta de poder conocida como yagé o ayawaska. En esa dirección, la actividad central que ejercieron durante muchas décadas los Inga y Kamentsa y por la cual son ampliamente conocidos, es tanto el comercio con fines curativos y medicinales de plantas, partes de animales y minerales, como el ejercicio de sus respectivos sistemas médicos tradicionales. Por su parte los Kichwa incursionaron y se asentaron en los centros urbanos, amparados en sus habilidades como artesanos y comerciantes, que los llevó a configurar empresas familiares exitosas y altamente competitivas.
A través del ejercicio de estos oficios tradicionales --es decir, del comercio, la elaboración de productos artesanales de alta calidad y de la práctica de unos complejos y profundos saberes médicos ancestrales-- los Inga, Kamentsa y Kichwa configuraron con los años unas amplias y efectivas redes que articulan entre sí a diversos grupos familiares y los conecta permanentemente con sus territorios de origen, impidiendo con ello el desarraigo y la pérdida de sus valores identitarios tradicionales más relevantes.
Por ello puede decirse que estas redes hicieron evidente para Inga, Kamentsa y Kichwa que el éxito de sus actividades económicas y productivas se fundaba en el hecho tanto de no perder los vínculos, así sea simbólicos, con sus lugares de origen, como de conservar, proteger y desarrollar su patrimonio cultural e intelectual.
En cuanto al segundo fenómeno, es decir el referido a la expansión urbana que terminó por incorporar territorios de antiguos Resguardos indígenas al perímetro urbano de la ciudad, comienza a visibilizarse con mayor notoriedad con posterioridad a 1991 año en el que se expide la Constitución Política que reconoce el carácter multiétnico, plurinacional y polilingüístico del país. En esa perspectiva, comunidades en Bosa y Suba, que se consideraban mestizas y con gran arraigo campesino, irrumpen reclamando con inusitada vitalidad su condición de indígenas pertenecientes al pueblo Muisca.
Pese al imaginario de la sociedad mayoritaria que desde las postrimerías del siglo XIX daba por extinguido al pueblo Muisca de la sabana de Bogotá, cabe destacar que durante un tiempo de aproximadamente un siglo, una conciencia indígena Muisca había permanecido latente y mimetizada bajo el manto de formas culturales mestizas y campesinas en comunidades que ocupaban, desde tiempos inmemoriales, predios de los antiguos Resguardos de Bosa, en Bosa y El Cerro, en Suba --disueltos de manera arbitraria entre fines del siglo XIX y principios del XX-- esperando un contexto político propicio para poder activarse y expresarse, lo que se vino a dar después de 1991 con la irrupción en la escena nacional de las luchas indígenas y, consecuentemente, de una mayor comprensión de la diversidad étnica y cultural.
Los Muisca son los primeros habitantes de la ciudad y siempre han estando viviendo en ella. En un proceso de larga duración que los llevó de la visibilidad de la época del domino hispánico a la invisibilidad de la República y finalmente de vuelta a la visibilidad desde la última década del siglo XX hasta hoy, los Muisca de Bogotá, D.C. han venido configurado así su identidad étnica y cultural a partir de la descendencia de las familias que ocupaban los Resguardos al momento de su disolución y por seguir ocupando ininterrumpidamente los territorios que actualmente habitan.
Adicionalmente a los dos fenómenos antes mencionados, se precisa anotar que la presencia de comunidades de pueblos indígenas en el ámbito bogotano se ha visto acrecentada a partir de tres fenómenos:
En primer lugar, y en razón a la degradación y profundización del conflicto social y armado que vive el país, especialmente en la última década, la ciudad ha visto la llegada de miles de desplazados, entre los cuales se pueden contar una significativa población indígena perteneciente principalmente a los pueblos Kankuamo de la Sierra Nevada de Santa Marta, Pijao del Tolima y Embera del Chocó y Antioquia. Si bien la situación de desplazamiento de esta población indígena generalmente tiende a ser transitoria, el caso de los Pijao adquiere relevancia por cuanto desde hace cinco años están demandando ante la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia, el reconocimiento a su Cabildo, lo que implica la perspectiva de su asentamiento definitivo en la ciudad.
En segundo lugar, recientemente en la ciudad han aparecido significativos contingentes, sobre todo de mujeres Kichwa de origen ecuatoriano, que con sus hijos menores se localizan estratégicamente en los semáforos y en las esquinas de las calles para mendigar y vivir de esta manera de la caridad pública. Si bien estas mujeres son Kichwa y provienen también de la sierra ecuatoriana, cabe aclarar que étnicamente pertenecen a pueblos Kichwa distintos a los que están asentados en Bogotá, D.C., desde la década de los cincuenta el siglo pasado. Este fenómeno al parecer no es espontáneo y puede estar asociado a individuos y pequeñas redes que traen a estas mujeres y sus hijos a cambio de algún dinero.
En tercer lugar, también llama la atención la presencia de mujeres indígenas, sobre todo originarias de los pueblos indígenas de los diferentes departamentos de la Amazonía colombiana, que viven en Bogotá, D.C., ejerciendo diversos empleos, ya sea como asalariadas en fábricas, en el servicio doméstico e, incluso, ejerciendo la prostitución. La presencia de estas mujeres indígenas en la ciudad se remonta con significación desde la década de los ochenta del siglo pasado.
Además de los procesos que explican la presencia indígena en la ciudad, se hace necesario tener en cuenta las dinámicas organizativas que la población indígena ha venido ensayando a lo largo de su historia en Bogotá, D.C. En ese sentido se pueden distinguir tres situaciones.
Una primera situación corresponde a la población indígena que por estar compuesta por grupos familiares, constituyendo comunidades, se encuentra organizada a partir de la figura del Cabildo. Al respecto se pueden mencionar los siguientes Cabildos: Inga de Bogotá, Muisca de Bosa, Muisca de Suba y Pijao de Bogota.
Las parcialidades Inga de Bogotá y Muisca de Bosa, se encuentran reconocidas como tales por la Dirección de Etnias del Ministerio el Interior y de Justicia y por ello sus respectivos Cabildos se encuentran inscritos formalmente ante la Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C. Por su parte la comunidad Muisca de Suba, si bien estuvo reconocida durante varios años como parcialidad, debido a problemas internos fue recientemente desconocida por la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia y, consecuentemente, se le revocó la inscripción que había efectuado ante la Alcaldía Mayor de Bogotá. D.C. Finalmente el Cabildo Pijao de Bogotá no ha logrado su reconocimiento como parcialidad ante la entidad competente y por ello su Cabildo funciona de hecho.
Una segunda situación corresponde a las comunidades del pueblo Kichwa que históricamente se han organizado en Bogotá, D.C. a través de la conformación de grupos culturales, principalmente de música, de grupos de artesanos y de empresas familiares. Recientemente estas comunidades del pueblo Kichwa con una larga presencia en la ciudad, y cuyas nuevas generaciones son colombianos de nacimiento, están en proceso de organizarse mediante un Cabildo que los represente. En similar situación a la el pueblo Kichwa se encuentra la comunidad del pueblo Kamentsa.
Una tercera situación corresponde a la población indígena que en grupos familiares se encuentra en calidad de desplazados en la ciudad y que han estructurado de hecho procesos organizativos para demandar de las instituciones nacionales y distritales adecuada atención. En este contexto cabe mencionar a la población del pueblo Kankuamo.
Una cuarta situación es la población indígena que se encuentra en la ciudad sin referencia a una comunidad específica. Aquí se pueden mencionar a los siguientes grupos poblacionales: i) estudiantes, universitarios y de bachillerato, ii) trabajadores y empleados, iii) desplazados individuales o en pequeños núcleos familiares, iv) mujeres con sus hijos dedicados a la mendicidad... En términos generales esta población no se encuentra organizada formalmente aunque se han dado intentos como el del llamado Cabildo Indígena Multiétnico de Bogotá, D.C. al cual le fue rechazada, hacia el año 2000, su solicitud de reconocimiento como Cabildo, precisamente por no conformar una parcialidad sino por estar compuesto por la asociación de personas de diverso origen étnico.
En otro orden de ideas, se hace indispensable para completar la visión panorámica que se ha hecho sobre los indígenas urbanos, destacar que el principal problema al que se está enfrentando actualmente la población indígena en las ciudades es la negación, por parte del Estado colombiano, de la identidad étnica de estas comunidades y pueblos. Ello se traduce en que a través de diferentes actos administrativos la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia ha impedido que muchas parcialidades indígenas, que por motivos diversos están en las ciudades desde hace muchos años, inscriban sus Cabildos ante las respectivas alcaldías municipales. Esta postura del Estado colombiano apunta a señalar que los indígenas que viven en las ciudades no pueden ser sujetos de derechos colectivos, sino simplemente de derechos de corte individual, con lo que se ha desatado una polémica que apenas principia.
Finalmente, hay que destacar que la significación de la presencia indígena así como su larga historia en la ciudad, no ha llamado suficientemente la atención de los investigadores sociales. Ello se evidencia cuando se hace una revisión bibliográfica y se encuentra con que los estudios referidos a los indígenas urbanos son casi inexistentes. Al respecto, cabe anotar, la poca bibliografía producida y disponible tiene su origen en investigaciones y trabajos que han adelantado las propias organizaciones indígenas concernidas.
2. Notas sobre el pueblo Rom de la kumpania de Bogotá
El Rom es un pueblo originario del norte de la India, que aproximadamente hacia el año mil de nuestra era comenzó una diáspora hacia el Occidente que lo llevó, con el paso del tiempo y dado su ancestral nomadismo, a ubicarse en casi todos los países del planeta.
Los documentos históricos dan cuenta de la presencia del pueblo Rom en América desde un año tan temprano como 1498, cuando se los ubica como parte de la tripulación del tercer viaje colombino, desempeñando trabajos forzados en las galeras. La presencia en Colombia del pueblo Rom se remonta a los primeros años de la época colonial, lo que significa que se encuentra viviendo en nuestro país desde antes de la conformación de la actual República.
A lo largo de toda su historia tanto colonial como republicana, Bogotá, D.C., ha contado con una incesante circulación de diversos patrigrupos familiares Rom que la recorrían o la habitaban temporalmente. Desde la década de los años veinte del siglo pasado se puede identificar con mayor claridad una presencia más permanente de patrigrupos familiares Rom cuyos descendientes, con el paso de los años, terminan transformando su ancestral itinerancia en una amplia movilidad geográfica que se expresa actualmente en una mayor sedentarización.
Los Rom de Bogotá, D.C., viven en una kumpania (kumpeniyi plural) dispersa en las localidades de Puente Aranda, Kennedy y Engativá. La kumpania, de manera sencilla, podría definirse como el conjunto de patrigrupos familiares pertenecientes ya sea a una misma vitsa (o linaje), o a vitsi (plural de vitsa) diferentes que han establecido alianzas entre sí, principalmente, a través de intercambios matrimoniales, y cuya interacción y relaciones endógenas generan, de hecho, una apropiación espacial sobre las cual se construye la jurisdicción de los Sere Romengue (Sero Rom, singular). Cabe destacar que la dimensión espacial que comportan las kumpeniyi no es otra cosa que la apropiación simbólica de los lugares que se habitan y utilizan económicamente, a partir de la producción de un sistema de representaciones y de significación del espacio, que se levanta sobre los territorios de los pueblos sendentarios.
La inmensa mayoría de la población Rom que vive en Bogotá, D.C., evidencia elevados índices de pobreza y de Necesidades Básicas Insatisfechas, presentando niveles de vida que se encuentran muy por debajo de los promedios nacionales. En este contexto hay que relevar que esta situación de creciente pauperización ha entrado a incidir negativamente en la identidad cultural del pueblo Rom.
En Colombia no existe un censo que refleje con claridad la pertenencia étnica de los colombianos y esto es un impedimento para precisar cifras sobre la población de nuestro pueblo.
Los Rom hemos habitado en el territorio colombiano desde la época colonial y hemos ayudado a la configuración de la nacionalidad colombiana mediante