En tiempos muy remotos sólo vivían en la tierra los Chamíes y su región estaba situada en el lugar que hoy se conoce como Jeuada; para obtener el agua tenían que ir hasta lugares muy lejanos, y sucedió que un día la mujer de un indio que vivían con un niño y una niña, que eran sus hijos, salió de su choza a rajar leña y vio con sorpresa caer del cielo y muy cerca suyo un gusano rayadito y raro que no solamente atrajo su atención sino que lo cogió y lo echó en una totuma.
Terminada su labor fue hasta la cocina y la colocó en su lugar habitual, al otro día volvió a sus quehaceres y grande fue su alegría al ver que el gusanito permanecía en la totuma y ésta estaba llena de agua; lo sacó y lo pasó a una olla y también se llenó; maravillada contó a su esposo lo que estaba sucediendo y después de intercambiar ideas resolvieron colocarlo en la tierra para ver que pasaría; hacerlo y empezar a formarse una laguna a su alrededor, fue cosa de momentos. Mientras tanto, la familia se abrazaba y gritaba en loca algarabía porque habían resuelto el problema del agua: la tenían allí cerquita en la laguna.
Con el tiempo el indio brujo se hizo amigo del gusano y lo acostumbró a salir de las aguas para darle comida, haciendo sonar un tambor en la orilla; pasados muchos días el gusano fue creciendo y creciendo hasta llegar a convertirse en una culebra que recibió el nombre de Je.
En alguna ocasión los padres de los niños tuvieron que salir a cumplir una diligencia y antes de hacerlo les recomendaron que no fueran a tocar el tambor mientras permanecían ausentes; ellos lo prometieron, pero no lo cumplieron; cuando juzgaron que sus padres estaban lejos, empezaron a tocarlo; de hecho, Je salió al instante de la laguna, abrió su enorme boca y no recibió comida; un poco disgustada volvió a sumergirse y cuando lo hacía escuchó de nuevo el ruido del tambor; salió otra vez a la orilla y nada le dieron de comer; al repetirse lo mismo por tercera ocasión, se enfureció por el engaño y se los tragó.
En la copa de un árbol había una lora que observó la escena y voló presurosa a contarlo a los padres cuando regresaron; el indio quiso entonces matar a Je, pero esta se paseaba a su vista, sin salir del agua, cuando escuchaba el ruido del tambor, y muy impávida le mostraba que ningún miedo le tenía.
Partió entonces el brujo hacia Jebaní, un lugar donde vivían culebras muy parecidas a Je y de nombre Jets; conversó con una, le contó lo que había pasado y la invitó a que viniera con él para atraer a la antropófaga y poder matarla para sacar a sus hijos; la conversación condolió a la Jets y gustosa aceptó la invitación y emprendió camino con el indio; en una de las curvas encontraron un cangrejo con el que a más de saludos intercambiaron conversación respecto a lo que se proponían y él les propuso ayudarles si se lo permitían; aceptada la ayuda marcharon los tres por distintos caminos, proponiendo encontrarse en Burité, lugar cercano a la laguna y muy propicio para lograr el cometido.
Pasaron algunos días y Jets conquisto a Je y salió con ella para Burité; al poco tiempo de estar en el lugar llegó el cangrejo y entablo conversación, y un poco después arrimó el brujo que sin dejarse ver de Je, la señaló al animal de pinzas en la cabeza quien rápidamente dio un brinco y cayó sobre la extremidad superior de la culebra, perforándola con sus tenazas y dándole muerte casi instantáneamente; sin embargo no se contentó con esto y procedió a perforarle el cuerpo, dando también muerte a los niños que en su vientre estaban.
Acongojado el brujo por la acción inesperada del cangrejo, llamó a su amiga, la culebra Jets que le había prestado el servicio, con estas palabras: “Je uada”, que quiere decir “vámonos Je”; desde ese momento el lugar quedó llamándose Jeuada, en recuerdo de lo sucedido.