Los principales turistas que suben son extranjeros, “mochileros”, muy pocos exigentes, que viajan por América Latina o por el mundo por largos períodos. La gran mayoría de ellos no se consideran propiamente turistas sino viajeros que buscan aventura. Una caminata de seis días en una selva que consideran como prístina representa el límite de la aventura. Para ellos la presencia indígena es una prueba más de autenticidad para sus viajes. De hecho, las publicidades de las agencias contribuyen activamente a la producción de este imaginario.
La fotografía turística es mucho más que un simple objeto visual y estético, implica todo un sistema de interacciones que revela los modos de representaciones y de relaciones entre los diversos actores que están en contacto concretamente en el viaje hacia Ciudad Perdida. Por eso, luego de dos viajes a Ciudad Perdida entre diciembre de 2008 y enero de 2009 y de recolectar las voces de los turistas que visitaron el lugar durante tres meses, se plasma aquí una mirada sobre el prisma de la fotografía como práctica y metonimia de los distintos gestos de interacciones en el contexto turístico.
Turismo ético o turismo étnico
El camino para llegar a Ciudad Perdida pasa por las tierras de los colonos, pero lo esencial de la caminata (tres días para subir y tres días para bajar) se encuentra dentro del resguardo indígena Kogi - Wiwa. A pesar de sus diversas luchas contra el desarrollo del turismo en Teyuna, esta actividad se estableció y ahora los indígenas se ven obligados a negociar un ordenamiento para que el turismo les afecte lo menos posible.
En Santa Marta y en Bogotá las distintas instituciones involucradas en el territorio intentan negociar el establecimiento de un turismo ético. Así el Parque Nacional Natural, el ICANH, la Organización Gonawindúa - Tayrona y la Fundación Prosierra intentan negociar con las distintas agencias un turismo que respete tanto la naturaleza como a la población local.
Este proyecto tiene dos límites: primero las negociaciones oscilan entre “torres de babel y torres de label”: parece que todos quisieran construir algo en común pero que nadie se entendiera muy bien sobre lo que quieren y lo que representa, tanto el ecoturismo como el etno-turismo. Segundo, mientras las cosas no están bien definidas, no hay regulación ni control turístico claro en la zona. Por eso, a pesar de todos los acuerdos establecidos entre las instituciones, en la práctica, los únicos que deciden qué tipo de viaje se va a hacer son los guías. De ellos dependen hoy todas las interacciones de los turistas con el entorno y la población local.
Todo depende del guía
En julio de 2008 se reunieron casi todas las instituciones anteriormente citadas para establecer una lista de acuerdos que las agencias se comprometieron a respetar. Uno de estos acuerdos estipula que “está totalmente prohibido a los turistas y guías entrar a la población y tomar fotografías a indígenas”. En la realidad, al comenzar la caminata, los guías sufren inmediatamente la presión de los turistas preocupados por las posibilidades de tomar fotos de indígenas. Los guías, conscientes de que estas fotos constituyen una de las expectativas más importantes de los turistas son incapaces de impedir que los viajeros tomen esas fotos. Sin embargo, conscientes también de que esa práctica molesta a los indígenas, proponen a los turistas un código de buena conducta: Para sacar fotos, tienen que pedir permiso y si es posible al guía.
A veces estos acuerdos tácitos se respetan, pero la actitud de los guías queda ambigua. Los guías más experimentados son más seguros de sus actos, tan seguros que a veces son ellos mismos quienes proponen la oportunidad para sacar fotos. Así, de viajar con un guía hábil, que sabe convencer a los indígenas (por conocerlos desde hace tiempo y regalarles cosas) los turistas tienen la oportunidad de entrar en el pueblo, en donde el guía les anima claramente a tomar fotos.
Los nuevos guías parecen más embarazados con sus papeles de intermedios y no se atreven a entrar en los pueblos. Cuando logran conseguir autorizaciones para que sus grupos puedan sacar fotos lo viven con entusiasmo como si quisieran demostrar que ellos también pueden ofrecer ese privilegio a sus grupos. Parece que para ser buen guía se tiene que conseguir más oportunidades posibles para satisfacer la sed fotográfica de los turistas.
Los viajeros no son tampoco los más disciplinados. Son conscientes del disgusto que provocan sus actitudes de “paparazzi” pero no pierden la posibilidad de sacar una buena foto. Cuando se encuentran frente a indígenas sacan sus cámaras y les piden directamente el permiso. Generalmente los indígenas aceptan sin palabras y con aire de resignación. Ocurre también que el turista se ponga un poco cobarde y no se atreva a solicitarles. En esos casos si el guía está presente, finge no ver esa impostura. Otros guías, a veces, se ríen de algunas interacciones fotográficas aprobando así de manera indirecta la foto sin que se haya llevado ninguna negociación ni pedido, ningún permiso.
La interacción fotográfica: Afirmación de su identidad de viajero aventurero
A pesar de todas las riquezas culturales que ofrece el viaje a Ciudad Perdida, lo que más buscan los turistas es una aventura doblada de un consumo visual fuerte que atestiguarían de sus experiencias en el confín del mundo. La fotografía ofrece un testimonio imborrable que permite al turista reafirmar su identidad de viajero aventurero. Observé a varios turistas que realizaban verdaderas hazañas para sacar fotos. Para ellos el desafío es tomar la foto más improbable. Los ejemplos de fotos sacadas a las espaldas de los indígenas no se pueden cifrar. A algunos turistas les hubiera gustado volverse camaleones para poder desaparecer en la naturaleza que les rodaba con el fin de conseguir la foto más auténtica posible. No todas las fotos están robadas.
Nos podemos preguntar lo que anima al turista para actuar así. La fotografía tiene una función ilustrativa más fuerte que cualquier relato de viaje. El resultado de su proeza fotográfica, es decir el objeto, la foto como tal, le sirve al regresar de su periplo para contar su viaje y así para contarse él mismo con más fuerza. El poder de las imágenes fotográficas, consideradas como testigos de algo real, contribuyen a modelar los prejuicios, los imaginarios exóticos, las fantasías de un mundo remoto, y sobre todo la desinformación. Así, al mostrar sus fotos, el turista se vuelve un verdadero aventurero, un explorador que supo llegar hasta los mundos remotos donde el indígena revela todo el exotismo. La foto, más que nada, logra cumplir con la búsqueda de distinción del viajero, participando en la construcción de su identidad. Al final podemos decir que esas fotografías sirven más para mostrarse a sí mismo que lo que aparece allí mismo en la foto.
La interacción fotográfica: Reificación de los indígenas
Barthes escribió “cada vez que me hago (me dejo) fotografiar estoy irremediablemente rozado por una sensación de inautenticidad, a veces de impostura [...] la fotografía representa este momento donde no me siento ni un sujeto ni un objeto sino más bien un sujeto que se siente volverse objeto: Vivo entonces una micro-experiencia de la muerte; me vuelvo realmente un espectro”.
Que la interacción fotográfica esté negociada o no, siempre provoca un proceso de reificación de los indígenas. Más que el deseo de referirse al modo de vida Kogi o Wiwa, del que ignoran casi todo, los turistas están en un proceso de estetización de esa población. Durante una interacción fotográfica el turista entra en relación únicamente con la imagen de la persona y no con la persona misma. El turista llega, saca sus fotos y se va. Por un proceso de museificación los indígenas ya no son sujetos sino objetos que pertenecen a una lógica de mercancía visual.
¿Dónde desaparecieron las reglas de civilización?
Para sacar buenas fotos es muy cómodo ignorar las reglas de civilización. La falta de información ofrecida a los turistas sobre la cultura indígena les impide percibir lo que pueden hacer o no, sin entrar en conflicto con las reglas y las costumbres de los indígenas de la Sierra. Cabe añadir que los viajeros tampoco intentan entenderlo. Además, sus expectativas fotográficas les llevan a olvidar sus propias reglas de cortesía y de respeto. Así, están totalmente libres de sacar cualquier foto sin preocuparse por saber si sobrepasan algunos límites o no.
En una cabaña donde nos quedamos para dormir, Antonio, un turista colombiano, entra en contacto con Luis, un viejo indígena que estaba poporeando. Antonio se sienta al lado suyo con una botella de Coca-Cola. Con un signo de la mano llama a otro turista para que le tome una foto con su cámara. Sin avisar, Antonio agarra el poporo de Luis y le pone entre las manos su botella de Coca-Cola. Para la foto Antonio quiso chupar el palillo del poporo como si fuera suyo y, sobre todo, sin preocuparse por saber lo que representa simbólicamente este objeto para el indígena[1] .
Un grupo de turistas, al hacer el recorrido por Ciudad Perdida, llegan al lado de la casa del Mamo, que no está presente, y se dan cuenta de que una puerta está abierta: Sin esperar más entran y sacan unas fotos del interior.
En su propio entorno social, no creo que ninguna persona “civilizada” se permita entrar en casa de alguien sin pedirle permiso. Para nosotros el hecho de entremezclar su saliva queda un acto simbólicamente fuerte y no nos permitimos imponerlo tampoco a cualquiera persona.¿Por qué el turista, en este contexto, omite las reglas básicas de su “buena educación”? ¿No merece el indígena el mismo respeto? Si el turista olvida sus reglas de hombre civilizado, ¿quién es el salvaje? ¿El que saca la foto o el que está tomado en foto?
Los dualismos modernos reafirmados
Para los viajeros, la práctica fotográfica permite reafirmar la dicotomía entre sociedad salvaje y sociedad civilizada y el dualismo moderno naturaleza/cultura. Este dualismo se expresa a través de la búsqueda de la estética del contraste o la asociación insólita (M-O Giraud, 2002). Se trata de combinar un elemento familiar (una botella de Coca-Cola) con un elemento extraño (puede ser el indígena como tal). La foto que resulta de este montaje tiene un efecto de oxímoron, al acentuar el contraste entre “Nosotros y los otros”[2]. Por ejemplo, un niño indígena de siete años descubrió con la ayuda de un turista lo que era un I-Pod. Su actitud un poco torpe y su fascinación por esa máquina llamó la atención de los turistas que imortalizaron esa escena con sus cámaras.
La mayor parte del tiempo, este tipo de fotos lleva tanto a los turistas como a los guías a reírse. Esta ironía manifestada evidencia sus maneras de considerar a los indígenas: Personas tiernas, lejanas de la modernidad que viven en su entorno prístino en perfecta comunión con su naturaleza fuera de la sociedad de consumo porque no necesitan nada. El turista reafirma su superioridad hasta pensar a veces que los indígenas se sienten acomplejados con nosotros por no ser desarrollados (opinión de un turista Irlandés).
Los indígenas, entre resistencia y colaboración
La actitud de los indígenas representa algo enigmático para los turistas. Si no hay más interacción y más interés en conocer a los indígenas, es también porque ellos rechazan toda relación con los turistas. Es en el camino en donde se producen los encuentros. Los indígenas nunca miran a los turistas, no les hablan, apenas les saludan, pero cuando es posible, los viajeros les piden sacar fotos (aún más cuando son niños o mujeres ya que los turistas se atreven menos con los hombres). Una sonrisa permisiva basta para sacar la cámara. Los indígenas posan con una indiferencia aparente, de tal manera que parecen insensibles o más bien, aburridos por el interés que suscitan. Eso provoca un doble sentimiento en los turistas. Oscila entre el placer de poder obrar como les guste y la decepción por el que los indígenas no demuestran más complacencia. Esa actitud les hace sentirse como mirones a quienes critican tanto cuando no son ellos y de viajeros aventureros pasan inmediatamente a meros turistas.
Los turistas se enfrentan a lo mismo cuando intentan sacar fotos sin querer que se les descubra y que la persona se dé cuenta. Puede que la reacción sea un poco agresiva y que los indígenas miren a los turistas con rabia y les pidan plata, pero la mayoría del tiempo huyen para esconderse en sus casas.
Estas distintas maneras de reaccionar por parte de los indígenas muestran que todavía no tienen claro cómo reaccionar frente a esas hordas de turistas que se fascinan por sus casas, sus niños, sus ropas.
La doble moraleja de los turistas
Durante mis dos expediciones a Ciudad Perdida y los tres meses vividos en Santa Marta me apliqué a recolectar las voces de los turistas. Quise saber cómo habían vivido el contacto con los indígenas durante el viaje. Todos están de acuerdo en decir que hubieran querido tener más relaciones con los indígenas, todos tuvieron la sensación de una presencia fantasma. Brad, un irlandés, me confesó: “Nos habían dicho que íbamos a cruzar un pueblo indígena pero en la realidad ¡casi no vimos nada! Además los indígenas son muy reservados, pues casi no vimos a ninguno aparte de los dos adolecentes que cargaron nuestras cosas. A mí me gusta tomar fotos, entonces me hubiera gustado tomar mejores fotos de ellos”.
Cuando los extranjeros piensan en el desarrollo del turismo en esa zona se ponen de acuerdo para condenarlo. Como muchos, Marcela, una turista colombiana, está segura de que esa actividad va a modificar a la población indígena y lo deplora sinceramente. Más adelante durante nuestra conversación ella me dice que le gustaría pasar tiempo en inmersión en esa población porque se queja de haber tenido muy pocos contactos. Elisa, una francesa se queja de la falsa negociación entre su guía y una mujer indígena para que pueda sacarle una foto. Se sintió muy mal por adquirir la imagen de esa persona después de que el guía le hablara y conversaron sin que ella dijera ni una palabra. Pero después Elisa no entendió por qué una mujer se enojó cuando ella la sacó de espaldas: “¡Pero era de espalda! ¡No es lo mismo!”.
Generalmente, estos turistas tienen un nivel de educación bastante alto y son sensibles al discurso, hoy en día transnacional, acerca del respeto de las culturas minoritarias, y de las luchas para la conservación de la diversidad cultural (discursos de organizaciones internacionales como la UNESCO, de muchas ONG etc...). Sus conciencias educadas les llevan a ser críticos frente al desarrollo de algunas formas de turismo, pero en la práctica no demuestran siempre coherencia con sus principios, sobre todo cuando se trata de saciar sus deseos fotográficos. Parece que por un minuto se olvidan totalmente de esa buena moral transnacional para conseguir una sola foto.
También hablan como si no participaran en el turismo: Los que van a dañar a esas culturas no son ellos. Se consideran así como los privilegiados que han podido conocer a esas poblaciones antes de que caigan en la decadencia de nuestro mundo moderno. En el discurso de los turistas todo aparece como si los indígenas tuvieran que quedarse como son ahora, no para preservar una cultura sino para preservar la mirada que estos viajeros tienen sobre esa cultura. Lo importante para el turista es proteger su experiencia y su sentido de la autenticidad no la autenticidad como tal. La cultura indígena tiene que permanecer como si fuera una obra de museo que cualquier turista pudiera sacar en foto para sentirse orgulloso de haberla visto de verdad.
Conclusión: ¿Qué es el etnoturismo?
A través del análisis de las interacciones provocadas por esas prácticas fotográficas es fácil darse cuenta de que el turismo que se está desarrollando hacia Ciudad Perdida no está bien definido. En las instituciones se habla de eco y etnoturismo como si fuera un código ético viable. En las agencias el término de etnoturismo se usa como publicidad, garantiza el encuentro con los indígenas detrás de un imaginario ético que sirve al viajero para quitarse la culpa de hacer turismo.
En la realidad el etnoturismo no tiene forma porque nadie entiende claramente lo que debería ser. Sólo el ejemplo de las fotos de indígenas lo muestra: Hay acuerdos oficiales pero no son respetados por los guías, por ejemplo. Los turistas actúan con doble moraleja.
Para protegerse, los indígenas deciden no entrar en contacto con estos extranjeros pero de esa manera participan en su reificación. Otros piden plata a cambio de las fotos, lo que puede ser interpretado como un acto de oposición o como el deseo de entrar en el circuito turístico en el cual económicamente no están bien incluidos todavía. Sólo el tema de las interacciones fotográficas revela que los distintos actores involucrados en el desarrollo turístico no comparten las mismas expectativas. Algunos mencionan que la solución queda en la educación y la concientización tanto de los guías como de los turistas, otros consideran que sólo los indígenas pueden desarrollar un turismo ético, considerado por otros como un suicido de su cultura.
Marie-Laure Guilland. Master 2 Recherche IHEAL. ParisSorbonne Nouvelle.
[1] El palillo sirve para extraer, en su extremo inferior humedecido con saliva, adheridas pequeñas cantidades de cal para llevarse a la boca y mezclarla con las hojas de coca masticadas, proceso en el cual se precipita el alcaloide. Para los actuales indios de la Sierra Nevada el poporo y su palillo conllevan un simbolismo muy complejo (refeirse a: Orfebrería y chamanismo Un estudio iconográfico del Museo del Oro G Reichel-Dolmatoff).
[2] T.Todorov. Nosotros y los otros: reflexión sobre la diversidad humana, Siglo XXI, 1991