La política sobre la coca del gobierno de Carlos Mesa tiende a ceder a la presión de la embajada estadounidense, comprometiendo el acuerdo con el líder cocalero Evo Morales que hasta ahora propició un frágil equilibrio político y social en el país. Así, el proceso completo de restauración de la gobernabilidad se desmoronaría por una resolución gubernamental favorable a la erradicación de cultivos de coca en el Chapare tropical y los Yungas bolivianos. 


Los plazos y la paciencia de Estados Unidos se agotan, poniendo al presidente de Bolivia frente a la disyuntiva de romper relaciones con Washington, y perder la cooperación económica de la que el estado boliviano depende desde siempre, o resignar el vital respaldo parlamentario y sindical del Movimiento al Socialismo (MAS), que le ha servido a Mesa para aplacar a belicosos sectores sociales como la COB de Jaime Solares y la "Coordinadora del Agua" de Oscar Olivera; además de mantener a raya al bloque de partidos tradicionales que componían el gobierno depuesto por la rebelión popular de 2003, y que sobreviven agazapados en el parlamento como una constante amenaza a la gobernabilidad.

 


La erradicación de cultivos de hoja de coca, condición "sine qua non" de Washington para brindar cooperación internacional a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, es también el más importante eje de presión del gobierno de George W. Bush para imponer a Mesa su plan de desarticulación de la organización gremial más importante en Bolivia, después de los sindicatos mineros: El temido movimiento cocalero.


Y es que para Estados Unidos el MAS de Evo Morales encarna el resurgimiento de una izquierda "apocalíptica", que para nada guarda paralelo con esa idílica izquierda moderada y liberal que predican y practican el Partido Socialista chileno de Ricardo Lagos y su sucesora Soledad Alvear. Más bien lo de Morales evoca para la derecha republicana al lamentable gobierno de Salvador Allende y eso le preocupa mucho al saliente inquilino de la oficina Oval.


Por eso la Casa Blanca se ha dado a la labor de abrir frentes en la diplomacia internacional, en los organismos de cooperación y en los medios de comunicación para ponderar los "esfuerzos constructivos" del izquierdismo virtual de La Moneda y simultáneamente detractar la actitud anticapitalista y radical del MAS boliviano, que amenaza extenderse a otros países de Sudamérica como un pésimo antecedente de insubordinación al orden económico y político impuesto por Washington.


Campaña mediática


En las semanas y meses que sucedieron a la insurrección popular de octubre de 2003, la prensa pro republicana hizo del socialismo tema de debate permanente en la agenda internacional.

Andrés Oppenheimer, periodista de Miami Herald claramente identificado con el gobierno republicano de Bush, y que conduce un programa popular en Latinoamérica, ha empleado su espacio en TV para hacer hincapié continuamente en las "diferencias" entre la izquierda "viable" de Lagos y la izquierda "jurásica" del líder indígena Evo Morales, del presidente venezolano Hugo Chávez y del patriarca cubano Fidel Castro. Sin embargo, cada esfuerzo que el desgastado gobierno republicano hace para "satanizar" a los movimientos sociales bolivianos, empieza a repercutir en una animadversión creciente por Bush y los medios, y en una creciente simpatía por quienes se oponen abierta y además exitosamente a ambos.


La popularidad de Evo Morales se incrementó de modo importante después del fallido intento de Oppenheimer de tenderle una celada mediática. Además, la búsqueda de protagonismo de algunos otros líderes de la variada izquierda boliviana han sacado al cocalero del eje de la controversia.


Al margen de lo de Bush y los medios, en la Bolivia post "octubre rojo" no existía la mínima opción de una gobernabilidad estable que no pasara por contemplar e incluir a los movimientos sociales. Por eso la política del actual gobierno ha sido vista con beneplácito por la izquierda y ha sido aceptada como "el menor de los males" por la derecha moderada en Bolivia.


La "mediocracia" de Mesa


Hasta ahora Palacio Quemado se ha servido de la imagen pública, la mística intelectual y la inmejorable relación que sostiene el presidente Mesa con la prensa, para evadir la presión de una cuestionante que está en boca de la opinión pública mundial, pero que ya demora bastante en ser formulada por la prensa: ¿Qué hará Carlos Mesa con el tema de la coca?


En los hechos Mesa es una especie de gurú de la prensa boliviana, y así, desde los empresarios afiliados a la Cámara Boliviana de Medios de Comunicación, hasta el último reportero afiliado a sindicatos y asociaciones de periodistas, respaldan al actual Presidente de la República.


Por ello no sorprende que los asesores del presidente Mesa aprovechen su menor acierto en política exterior para traducirlo en un éxito mediático que le permita avanzar al gobierno boliviano en su sutil pero efectiva política de erradicación de hoja de coca en Cochabamba y La Paz.

Hombre de medios de comunicación, Mesa Gisbert ha reclutado en su entorno inmediato a periodistas que por su trayectoria son símbolos del movimiento social como Guadalupe Cajías (Zarina anticorrupción) y Ana María Romero de Campero (Coordinadora de la Asamblea Constituyente). Además, su gobierno ha propiciado el nombramiento de otros tantos eméritos comunicadores sociales en cargos públicos claves como Defensor del Pueblo (Waldo Albarracín), la dirección de la Agencia Boliviana de Información (Pedro Glasinovic) y otros. Así, los temas que han sido ejes de conflicto - corrupción, asamblea constituyente, justicia y opinión pública - están en manos de periodistas de renombre, que le han garantizado al gobierno la benevolencia del periodismo y la credibilidad de la ciudadanía.


La meritocracia de Mesa


A esto se añade que la política tradicional de cuoteo de cargos entre la elite económica nacional y la tecnocracia liberal, que practicaron los últimos dos gobiernos, ha sido sustituida por una composición del entorno gubernamental con una "intelectocracia" de izquierda, de pleno consenso público y de trayectoria impecable. Así, el actual poder ejecutivo está administrado aún por la clase media alta que, aunque de modo discreto, no deja de estar más próxima a la izquierda conservadora de Lagos que a la izquierda indígena y reivindicativa de Morales.

Pero, tanto el giro moderado de la nave estatal a la izquierda como la delegación de las responsabilidades públicas más importantes a los mayores líderes de opinión del país, han propiciado un escenario social en que el MAS ha podido entrar a co-gobernar sin el estigma moral que habría producido hacerlo con cualquier gobierno anterior.


Y es que la "meritocratización" de cargos ha dejado a la izquierda más radical la del MIP de Felipe Quispe "El Mallku" y Roberto de la Cruz sin discurso y fuera del escenario político. A esto se suma que la nutrida presencia de líderes del gremio periodístico en la cúspide de la administración pública ha puesto un doble tamiz a la cobertura informativa nacional: Por un lado impone a los periodistas la obligación moral de ponderar generosamente los aciertos del gobierno en política exterior y por el otro les impele a ser tolerantes  hasta condescendientes con sus errores en política interior.


El destino de la coca y el de la izquierda

 

No obstante Evo Morales y el MAS no han retrocedido un milímetro en su defensa del cultivo de la hoja de coca y más bien han conflictuado el discurso de ilegalidad, que justificaría la decisión de erradicación, proponiendo alternativas viables que solucionan el tema de mercados legales para la coca, pero que sacan de tablero a los Estados Unidos y su proyecto de un área de libre comercio continental.


Esa es la verdadera razón por la que Bush y sus aliados del enclave neoliberal chileno, se han empeñado en desestabilizar al gobierno Mesa Morales mediante el boicot parlamentario que encabeza el MNR, partido del depuesto y prófugo Sánchez de Losada, para evitar los juicios de responsabilidades, la recuperación de las empresas estatales privatizadas y la industrialización del gas en suelo boliviano.


La presencia del MAS en el gobierno nacional es evidente por el nivel de respaldo que Mesa ha recibido del bloque de la izquierda continental - conformado por Venezuela, Brasil y Argentina  en su pugna marítima con Chile. Las importantes alteraciones en la política social del país y el abierto enfrentamiento con los intereses económicos de las elites tradicionales, testimonian también el nivel de presencia del MAS en el ejecutivo.


Sin embargo, las señales de desencanto que el gobierno estadounidense ha enviado a Bolivia no se han limitado a las manifestaciones de rechazo del empresariado y de la oligarquía guarecida al sur del país, la campaña que la diplomacia y la prensa internacionales han desatado contra Bolivia es sólo menos infame que la presión económica que han empezado a ejercer los organismos internacionales de cooperación que responden a Washington.


Por todo esto, el destino del país, la consolidación o no del bloque socialista latinoamericano y el éxito o fracaso del ALCA, depende en mucho de una decisión cada día menos mediata de Carlos Mesa sobre el tema de la coca en Bolivia. La decisión del gobierno de Mesa de erradicar o no la coca implica más que simplemente desafiar al movimiento social más vigoroso de la historia contemporánea de Bolivia; implicaría además cercenar el brazo ejecutor de la contraofensiva continental antineoliberal.


Sin coca se desarticula el movimiento cocalero, base y respaldo social del MAS. Sin el MAS la nueva izquierda latinoamericana pierde el pendón y la punta de lanza, pierde la bisagra del activismo anticolonialista; entonces, la de por si difícil perspectiva de una coalición Lula y Kirchner  Castro y Chávez, se alejaría definitivamente. Así, Bolivia no ha dejado de ser, desde octubre del año pasado, el tablero sobre el que se juega el ajedrez de la política internacional en Latinoamérica.


* Erick Fajardo Pozo es periodista boliviano y colaborador de la Agencia de Noticias Adital en Bolivia.

 

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