Trece bombas en cuatro trenes, sincronizadas para estallar simultáneamente -a semejanza de los cuatro aviones del 11 de septiembre- debieron involucrar todo un equipo de personas (incluidos suicidas), con un detallado y preciso plan de operaciones en un momento políticamente estratégico, a tres días de los comicios electorales españoles, con una determinación clara de venganza, causando el mayor daño posible, sin consideración por víctimas inocentes.
Estos datos evidencian la existencia de organizaciones terriblemente radicales, con estructuras internacionales y gran poder de desestabilización política. Doscientos muertos y mil quinientos heridos es el cobro de este golpe contra España. Si la venganza, como parece serlo, fue por la participación de España en apoyo a los Estados Unidos en la guerra de Irak, hechos similares podrán presentarse en los otros países de esa alianza (Inglaterra, Italia, Japón y otros), en los cuales difícilmente la cotidianidad podrá volver a ser tranquila. Ojalá Colombia, que también respaldó moralmente a los Estados Unidos ya que afortunadamente no podía hacerlo materialmente, no esté en la lista de la venganza. A cada hecho de terror se sumarán las paranoias, pues difícilmente los sistemas técnicos de prevención podrán garantizar un margen suficiente de seguridad.
En el origen de esta creciente bola de fuego parece estar en ese explosivo cocktail de fundamentalismo religioso y nacionalista, de pueblos con una carga histórica de resentimiento que convierte al suicida y terrorista en héroe con pasaporte a la vida eterna. Pero igualmente, se alimenta de las brutales respuestas militares dirigidas no sólo contra los grupos terroristas sino contra sus pueblos, como ha sucedido en las recientes guerras de Afganistán e Irán de los cuales el mundo entero fue testigo impotente.
Hechos como los de Madrid y los del 11 de septiembre en Nueva York, lo mismo que las guerras de Afganistán e Irak, constituyen un duro golpe contra los derechos humanos de tantas vidas sacrificadas inocentemente. De nada valieron en su momento las marchas gigantescas en todo el mundo contra la devastación de Afganistán e Irak por parte de los Estados Unidos, en las que también murieron y quedaron mutilados tantos seres inocentes, e incluso de quienes eran víctimas de los talibanes o de Hussein. Esos hechos alimentaron en los fundamentalistas su política de ojo por ojo que amenaza a todos los países de la alianza.
No obstante, la respuesta del pueblo español es esperanzadora porque ha sido una cuenta de cobro contra un gobierno que los involucró en una guerra injusta sustentada en la mentira. El triunfo del voto castigo contra Aznar y su partido transfiere el poder a los socialistas y alienta para todo el mundo la decisión de no dejarse involucrar en este tipo de acciones y de construir alternativas de solución política y pacífica a los problemas del mundo. Gran parte de la humanidad, ojalá la mayoría, está reaccionando a favor del respeto por los derechos humanos tanto por parte de los Estados como por todos los grupos involucrados en conflictos armados, como el que afecta a nuestro país. Así lo ha demostrando la presión internacional de los últimos meses contra todos los actores del conflicto en Colombia.
La derrota de Aznar anuncia un posible efecto dominó sobre los Estados Unidos y los demás gobiernos que lo respaldaron en su aventura guerrerista. Pero de llegarse a consumar los actos terroristas anunciados, habrá también un efecto perverso, una reversa en el camino avanzado contra la discriminación étnica, lingüística, religiosa, nacional, el racismo y la xenofobia. Los musulmanes, el idioma árabe, el Corán y las mezquitas, son en este momento mirados con sospecha y ya están comenzando a ser víctimas de ataques. Mañana podrán intensificarse contra cualquier tipo de inmigrantes en Europa. En los Estados Unidos, el libro de Huntington ¿Quines Somos? señala a los latinos como peligrosos para la unidad de la nación americana.
Si la humanidad no reacciona pronto, el fenómeno de la discriminación podrá extenderse por todo el mundo, afectando también nuestros países. Ya los colombianos, por causa del narcotráfico y el conflicto armado somos vistos con sospecha y discriminados en nuestros países vecinos y mucho más en Estados Unidos y en Europa. Al interior de nuestros países podría llegar a incentivarse nuevamente el racismo que subsiste contra indígenas y afrodescendientes.
El mundo ya experimentó lo que fue la época del macarthismo en los Estados Unidos –extendido el fenómeno a muchos otros países-, cuando se cometieron tantos atropellos a los derechos humanos y políticos en nombre de la lucha contra el comunismo. Peores arbitrariedades pueden volver a suceder con el término “terrorismo”. En ambos casos se reduce la complejidad de los problemas a un solo factor y una sola respuesta: la represión por la fuerza contra todo lo que se pueda vincular a ese término, dejando de lado la historia y las causas de los problemas y, por consiguiente, las soluciones de fondo para la convivencia entre los pueblos.
Se necesitan otras respuestas que tiendan a deslegitimar la violencia y el terrorismo de un lado y del otro; que fomenten el reconocimiento y respeto entre los pueblos y los grupos humanos, que diferencien claramente entre una organización terrorista y las naciones de que forman parte; que conlleven una reflexión crítica sobre los acontecimientos que contribuyeron a precipitar esta nueva ola de terrorismo internacional; y a una reflexión profunda contra los fundamentalismos de todo tipo. Es preciso contrarrestar las tendencias hacia la discriminación, con más apertura de las mentalidades y los sentimientos hacia el pluralismo cultural. Más que golpes de fuerza, hoy día lo que la humanidad necesita es más diálogo intercultural que contribuya a la comprensión de la diversidad humana y a generar mecanismos eficaces de respuesta contra las causas que de un lado y del otro están conllevando a una nueva espiral de violencia en el mundo.
El mejor combate contra el fundamentalismo islámico no son los bombardeos sino el humanismo que históricamente han demostrado la civilización árabe e islámica, que no por ser diferente de la occidental tiene menos valor y sí mucha más historia. Humanismo que también debe fortalecer en Occidente para que los Estados que dicen ser la mayor expresión de la democracia lleguen de verdad a serlo, de manera que nunca más un gobierno pueda inventarse una guerra petrolera disfrazada de lucha contra un tirano, sumiendo a la humanidad en un riesgo como al que actualmente está abocada.