Con cinco años de existencia, el vasto territorio autónomo de Nunavut, tierra del pueblo indígena inuit -mal llamado esquimal- en la zona del ártico de Canadá, registra muchas experiencias nuevas. En la próxima primavera tendrá sus primeros 10 abogados recién graduados, sus primeras dos enfermeras profesiona les. En la temporada reciente tuvieron su primer jugador de hockey sobre hielo en ligas mayores canadienses. Y el año pasado figuró en los festivales de cine internacionales su primer largometraje, Atanarjuant, que significa El corredor.

 

Su joven primer ministro, Paul Okalik, también es pionero en varios renglones. Fue el primero de su comunidad en salir a Ontario a estudiar leyes; fue el primer abogado egresado de una universidad, fue el primero en ser electo para encabezar el gobierno de Nunavut cuando aún no cumplía 35 años, al entrar en vigor el tratado que les otorgó la autonomía en 1999.

 

Hoy en día, cuando empieza su segundo término al frente del gobierno, reconoce que aunque se ha avanzado mucho para superar situaciones de discriminación y retraso, los indígenas inuit tienen mucho por conquistar. Entre sus principales demandas, actualmente en juicio en la Suprema Corte de Justicia Canadiense, está la controversia legal para que el gobierno de Ottawa obligue a transnacionales que explotan la pesca en sus mares a que reinviertan al menos 85 por ciento de sus ganancias en el territorio de Nunavut, como obliga la ley en otras provincias como Newfoundland, Yukón o Columbia Británica, y no 25 por ciento, como ahora ocurre.

 

Los inuit -sostiene Okalik en entrevista con La Jornada- "queremos ser parte de Canadá, tener los mismos derechos y obligaciones que los canadienses; pero al mismo tiempo queremos seguir siendo nosotros".

 

Este singular pueblo indígena tiene ramificaciones en todo el Ártico, desde Alaska, Yukón, Québec y Newfoundland hasta Groenlandia, en Norteamérica, llegando a Escandinavia e incluso la lejana Rusia. En Nunavut se reconoce la autodeterminación indígena. Su gobierno está basado en lo que llaman el inuit quajimajatuqangit, o "modo de ser" de los inuit, cuerpo de principios y valores que concentran la filosofía y prácticas de la mayoría y que guían las decisiones, las políticas y leyes de las autoridades. Los funcionarios del poder ejecutivo de Nunavut, el Tunngavit, son electos entre los miembros de la Asamblea Legislativa, que a su vez es elegida en forma directa por cada uno de los habitantes, sin la mediación de partidos políticos, que ahí son inexistentes. El criterio para elegir a sus gobernantes, proceso en donde los consejos de los ancianos tienen gran peso, se basa en el servicio que los candidatos brindan a la comunidad. Mandar obedeciendo, dirían algunos.

 

Un inuit en México

 

Okalik realizó la semana pasada una visita oficial a México para, según afirma, compartir experiencias como pueblo indígena de Canadá y conocer otras experiencias de pueblos que viven en condiciones similares de rezago en educación, salud y desarrollo. Su agenda, programada dentro de los márgenes burocráticos, incluyó un encuentro con la comisionada para pueblos indígenas del gobierno, Xóchitl Gálvez, y un viaje relámpago a Oaxaca, donde se entrevistó con el gobernador Ulises Ruiz.

 

Fue una visita oficial singular porque, a diferencia de otros mandatarios, el primer ministro de Nunavut no busca acuerdos comerciales de ningún tipo. "Quizá en el futuro. Hoy lo que nos interesa es el vínculo con las experiencias de los pueblos indígenas de México para acceder al desarrollo", en particular procesos educativos multiculturales y el desarrollo sustentable.

 

No es su primera visita a México, confiesa. "Cuando era joven e irresponsable mis aventuras me llevaron hasta Mazatlán."

 

Okalik es un hombre paciente. Paciencia aprendida de esperar el paso de una foca, parado silenciosamente sobre una capa de hielo, a la orilla de un agujero. Sus padres, ya finados, vivieron la vida dura y solitaria de las estepas heladas, en un iglú. En 1962 se mudaron por primera vez a una comunidad, Pangnirtung, y dos años después nació su primogénito, Paul. A pesar de vivir en comunidad cada año iba con sus padres a las estepas. Tenía que aprender a cazar y pescar. Una fecha lleva grabada.

 

"A los ocho años maté mi primera foca." Es un hecho iniciático. "Se hizo una ceremonia tradicional. Aún hoy me siento orgulloso." Su hija Shasta, quien hoy tiene 13 años, mató a su foca a los 11 años y su hijo Jordan, hoy de 11, cuando tenía 10.

 

-Perdón por la pregunta, pero ¿por qué matar focas?

 

Okalik responde con mirada atónita:

 

-Para comer.

 

Matar focas, desde luego, no está reñido con la filosofía de conservación del medio ambiente, protección de la vida silvestre y desarrollo sustentable del gobierno autonómico de Nunavut, aclara el primer ministro, quien viste chaleco de franela bordado con pequeñas ballenas, focas y caribús. De hecho, es el primer gobierno del mundo cuyas primeras leyes emitidas refieren a la conservación ambiental y a la regulación de todas las formas de explotación del medio natural.

 

La lucha por la autonomía de los inuit

 

El tratado de 1999 que otorgó a los milenarios inuit de Nunavut su autonomía culminó un largo proceso de luchas y negociaciones de distintas organizaciones indígenas de la región. Explica su primer ministro que antes del primer contacto con los europeos los inuit vivían en su enorme territorio, se gobernaban a sí mismos y administraban sus escasos recursos conforme a su conveniencia. Cuando se formó la nación canadiense y la zona quedó incorporada como territorio noroccidental, fue "un choque disruptivo muy fuerte para nuestra gente". Un pueblo que nunca había sido conquistado, que nunca firmó pacto alguno, fue obligado a obedecer una ley ajena. Sus jóvenes fueron forzados a ir a la escuela, a aprender una lengua extranjera, a olvidar la propia. Pero mediante organización y demandas a mediados de los años 60 del siglo pasado los inuit obtuvieron el derecho al voto. "En ese momento las cosas empezaron a cambiar porque el pueblo pudo tener más participación en la construcción de Canadá."

 

Los inuit siempre reclamaron derechos sobre sus tierras y en 1973 se produjo el primer fallo en una corte en favor de esos derechos de propiedad y decisión.

 

Al inicio de las negociaciones con el gobierno nacional, Canadá ofreció dinero y tierras a cambio de la soberanía sobre el territorio y sus recursos. "Pero mi pueblo rechazó este ofrecimiento. Nuestra demanda era más de fondo. Queríamos propiedad sobre nuestras tierras y el derecho de vivir nuestra cultura, defender nuestra lengua."

 

Finalmente los reclamos de propiedad y autonomía quedaron plasmados en el tratado de 1999, que dio nacimiento a la región autónoma de Nunavut.

 

-¿Nunca tuvieron aspiraciones de ser independientes?

 

-En alguna etapa el pueblo discutió esa opción, pero finalmente tuvimos capacidad de negociar con el gobierno canadiense. Fue el consejo de mayores el que nos aconsejó integrarnos a la nación canadiense, opción que nos daba mayor potencial de desarrollo.

 

-¿Su pueblo sufre discriminación en el marco del sistema canadiense?

 

-La sufrimos, sobre todo en el pasado. Pero también hemos avanzado.

 

Hemos conquistado el derecho de usar nuestra lengua. Tenemos derechos especiales sobre nuestras tierras y podemos administrar nuestros asuntos conforme a nuestras propias formas de gobierno. Tenemos el usufructo sobre los recursos naturales, minerales sobre todo. Las cosas han cambiado mucho desde los años en los que vivían mis padres.

 

Usufructo y disfrute de los recursos propios

 

A propósito de recursos del subsuelo, lo que puede haber debajo del hielo del Ártico es, por el momento, un misterio. Pero se invierten sumas millonarias en exploraciones de todo tipo. Por lo pronto se han encontrado yacimientos de diamantes y dentro de diez años los inuit tendrán sus dos primeras minas de oro en proceso de explotación.

 

Su principal riqueza, por ahora, es la pesquería, que es explotada por compañías extranjeras. Y éste es un importante frente de batalla de los inuit.

 

Hace años presentaron una demanda penal que actualmente ha llegado a la Suprema Corte de Justicia para que las empresas pesqueras ofrezcan a los inuit las mismas oportunidades de empleo y pago de derechos que obtienen las demás provincias del sur, como Newfoundland, Columbia o Yukón, en donde las compañías pesqueras comerciales están obligadas por ley a invertir 80 y hasta 85 por ciento de sus utilidades. En Nunavut apenas se invierte 25 por ciento.

 

La filosofía del pueblo inuit ante el capital extranjero se basa en dos principios: "Por un lado esperamos que haya muchas más inversiones. Por otro, somos muy proteccionistas. Sólo tenemos pesca y minería, no tenemos nada mas". El Tratado del Reclamo Territorial de Nunavut de 1999 establece la soberanía del pueblo inuit sobre los recursos naturales y ofrece certidumbre sobre la propiedad del territorio y las reglas a los inversionistas. Esto ha sido determinante para que las empresas fluyan e inviertan en las dos únicas ramas posibles, minería y pesca, ya que en el Ártico no hay agricultura ni bosques.

 

La escuela tradicional en el Ártico

 

La derrama de esta millonaria producción es vital para el desarrollo de las 26 comunidades que integran la nación, en particular para abatir la tasa de desempleo. Entre la población indígena de Nunavut, que abarca 85 por ciento de la población, la falta de trabajo remunerado afecta a 30 por ciento, la tasa más alta del país. Mientras, el desempleo entre la población no indígena del territorio es de sólo 4 por ciento. Abatir esa enorme brecha, muy ligada al nivel educativo, es la meta prioritaria del gobierno de Okalik.

 

La institución escolar no forma parte de la cultura ancestral inuit, explica el funcionario. Lo que el pueblo aprendía tradicionalmente hasta hace pocos años, era la caza y la pesca, en el caso de los niños, y mantener la vida cotidiana en el iglú, en el de las niñas. La cultura y la lengua milenarias de este pueblo se heredaron oralmente de generación en generación. Cuenta con su alfabeto propio.

 

Para Paul Okalik, su experiencia de escolarización fue traumática. "Cuando entré a la escuela viví un choque cultural. Tenía que aprender inglés y nadie me podía ayudar. Mis padres venían de un mundo totalmente diferente". Desertó de la escuela a pesar de los ruegos de su difunta madre. Pero cuando su primera hija venía en camino reflexionó y regresó a las aulas. Así terminó la carrera de derecho en Ontario.

 

"La educación de nuestros antepasados, inclusive la de nuestros padres, era para sobrevivir en un clima hostil. Pero hoy vivimos en otro mundo. Habitamos casas, como cualquiera, nos transportamos en aviones y vehículos para nieve, no en trineos jalados por perros. Tenemos que sobrevivir en una comunidad global y para lograrlo necesitamos educación."

 

Durante su primer periodo en el gobierno el principal rubro de inversión estatal fue en escuelas. Y se logró que 600 jóvenes terminaran sus estudios de preparatoria, un récord para esta población de 30 mil habitantes dispersos en una inmensidad helada de 2 millones de kilómetros cuadrados, concentrados principalmente en 26 comunidades con una densidad poblacional de un habitante por cada 700 kilómetros cuadrados. Hubo también un incremento de 30 por ciento de jóvenes becados para estudiar en universidades de Canadá.

 

No se trata solamente de educar más, sino de educar dentro de la cultura inuit. De este modo en todas las escuelas es obligatorio el inuktitut, su lengua, además del inglés y el francés, y en todos los salones de clase se transmite el inuit quajimajatuqangit, o "modo de ser" de los inuit. No es fácil porque no hay suficientes maestros indígenas.

 

Este año varias decenas de jóvenes inuit ingresaron con becas a escuelas canadienses para estudiar medicina, ingeniería y otras carreras. Nunavut no tiene recursos suficientes para abrir una universidad, pero cuenta con el Colegio del Ártico, de estudios superiores, y con una Escuela de Estudios Culturales, ambas ubicadas en la capital, Iqaluit, con una población de 6 mil 500 y a tres horas de vuelo de Ottawa o Montreal.

 

* Periodista del Diario La Jornada

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar