En esta lluviosa tierra de rojos amaneceres y enormes osos negros, los trabajadores están ocupados en la ampliación de 3.716 metros de cuadrados de un museo. Es un proyecto ambicioso, principalmente porque los cientos de máscaras, esculturas y mantas que el edificio tiene intención de exhibir para el pueblo nativo Haida aún pertenecen a algunos de los museos más prestigiosos del mundo.

 

Es probable que haya resistencia a regresar los artefactos, por los haida se han acostumbrado a desafiar y a ganar a ricos y poderosos. Hoy van a la delantera de lo que parece ser un renacimiento de naciones indígenas en Canadá que, expertos en cuestiones legales y otros, dicen podría determinar el control final sobre muchos recursos vitales para el futuro de Canadá, entre ellos el petróleo, la madera y los diaman­tes.

 

Los haida ganaron un caso memorable en noviembre (2004) en la Suprema Corte de Canadá que obliga a la provincia de Columbia Británica a consultar con ellos respecto al uso de tierra en cualquiera de sus tierras natales tradicionales en las Islas de la Reina Carlota

 

No están solos en sus esfuerzos. Grupos nativos ejercen de manera similar un creciente control sobre los recursos naturales en enormes extensiones del norte canadiense que prometen ser económicamente vitales en un futuro de calentamiento global. Los sucesos han complacido a los activistas del medio ambiente. Pero algunos expertos legales advierten que estas pequeñas agitaciones representan un peligro a la unidad de una nación que ya lucha por mantener bajo control las tendencias sepa­ratistas de Quebec.

 

El balance del poder ya está en proceso de cambiar en una nación donde una vasta mayoría de la población raras veces piensa en lo que sucede en el extremo norte. En el Territorio del Noroeste, el grupo dogrib de 4.000 miembros ganó el año pasado el derecho para controlar la pesca, caza y desarrollo industrial de 38.850 kilómetros cuadrados de territorio.

 

El cercano grupo Deh Cho ha logrado aplazar un proyecto de 6.000 millones de dólares para un gasoducto planeado por ExxonMobil y otras compañías a través de sus tierras tradicionales hasta que Ottawa haga importantes concesiones financieras y ambientales.

 

En los bosques nevados del norte de Quebec, los cree hicieron un trato hace tres años con el Gobierno de la provincia que les otorga total autonomía y poderes sustanciales para ayudar a administrar la minería, silvicultura y desarrollo de energía hidroeléctrica

 

“Se han sentado las bases para que los pueblos aborígenes tengan un mayor poder y una verdadera participación en la política nacional”, afirma Dara Culhane, antropóloga de la Universidad Simon Fraser.  

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