El sábado cinco, fuimos a la tierra indígena Caarapó. Es parte de ocho tierras que fueron reservadas, desde la década de 1920, por el extinto Servicio de Protección al Indio (SPI) y tiene 3.594 hectáreas, con 2.377 habitantes.

 

Es una tierra que tiene todos los mismos problemas que las otras, en la atención de la salud o en la realidad de tierras degradadas, pero que cuenta con experiencias de incentivo a la producción y de recuperación ambiental. (Lea abajo el texto El camino a Caarapó: Sol caliente y polvareda)

 

A Caarapó, llegué con la intención de conseguir conversar con las mujeres, lo que exige un esfuerzo adicional de aproximación, ya que los líderes políticos, con quienes tenemos contacto primero, generalmente son hombres. Por la mañana, mientras ellos estaban reunidos al frente de la casa debatiendo la próxima reunión general del pueblo, llamada Aty Guasu, fue posible conversar con la esposa de uno de ellos, que estaba preparando el almuerzo para todos nosotros.

 

Braulina es profesora de la escuela indígena. Este año ella da clases de Guaraní para la quinta serie. En Caarapó, 235 niños van a cinco escuelas esparcidas en el área. Ella muestra orgullosa su carpeta con dibujos y textos de los alumnos. Braulina no trabaja en los cultivos porque trabaja en la escuela.

 

Pregunto sobre la quinta que ella tiene alrededor de su casa. Ella siembra maíz, mandioca, banana y sandía. Pregunto si también hay remedios en la quinta y ella dice que no planta muchos. Ella tiene Doril, que sirve para el dolor de cabeza, menta, y usa también la hoja de una bella flor del cerrado, que calma a los niños. Remedio yo saco de allá, en el matorral, dice Braulina.

 

Antonio Brand, investigador que coordina el Programa Kaiowá-Guaraní de la Universidad Católica Don Bosco de Mato Grosso do Sul, nos había contado que en Caarapó, una de las actividades del Programa que funcionó bien, incentivaba a las mujeres a plantar en sus quintas.

 

El trabajo anduvo bien y contribuyó inclusive con la reversión de la desnutrición. Son prácticas que también fortalecen la autoestima: las mujeres retoman su papel en la producción y administración de las casas. Según el investigador, el papel de la mujer en la administración de la casa y de la alimentación comenzó a ser perdido cuando los hombres pasaron a trabajar en los ingenios o en las haciendas, trayendo de allí gran parte del dinero que sustenta las casas.

 

No fueron necesarios mas que algunos minutos de conversación con todas las mujeres para que ellas citasen el trabajo en los ingenios, que son la principal fuente de trabajo para los hombres no sólo en Caarapó, sino en otras áreas, como la de Dourados. El trabajo se produce por contratos temporarios, y los hombres se quedan sin él a veces por períodos de 70 días. En general, reciben un adelanto que varía entre R$ 70 y R$ 150,00 reales. Sólo en Caarapó, cada año salen de 400 a 450 hombres hacia las fábricas. Por las conversaciones que tuvimos, el uso de este dinero varía dependiendo de las familias. Hubo mujeres que dijeron que los maridos envían dinero cada mes. Otras cuentan que es posible usar vales en los mercados de las ciudades próximas. Pero no siempre ese rendimiento es usado en la sustentación de las familias. Muchas veces es gastado por los hombres antes de llegar a sus casas, especialmente en bienes que dan algún prestigio, como bicicletas o ropas. Así, no siempre el trabajo en los ingenios se revierte en beneficios conjuntos para las familias indígenas.

 

Después del almuerzo, fuimos a visitar a María, esposa del capitán de Caarapó, Zenildo. En la quinta de esta familia, que tiene 3 hijos, los árboles frutales contrastan con la aridez del paisaje de los otros lugares de la tierra indígena. Cuando llegamos, María conversaba con dos mujeres, sentadas a la sombra, debajo de un árbol de manga (que da frutos carnosos y sabrosos).

 

Somos recibidas con Tereré y con naranjas, recogidas allí mismo, en la quinta. Hay también pies de manga, aguacate, jabuti, mexerica, guayaba, ananá y limón. Es decir, el limón usado para el jugo que tomamos en el almuerzo, en la casa de Braulina, vino de allí.

 

María dice que ya trabajó mucho en los cultivos, pero que dejó estas actividades después que pasó a cuidar los hijos. Sólo vivimos así, del contrato, cuenta ella, refiriéndose al trabajo de los hombres en los ingenios de caña de azúcar de la región.

 

María habla bastante sobre la dificultad que es andar por la tierra indígena bajo el sol y de la dificultad de ir hacia los cultivos en esas condiciones. Cuenta que no tienen más ganas de ir a tomar baños en la presa de la acequia porque está sucio. Ella dice que prefiere quedarse en la casa cuidando a los hijos. 

 

Panambizinho: vuelta reciente a la tierra

 

Al final de la tarde, llegamos a otra aldea, llamada Panambizinho. Si no fuese por el cartel de la Funasa, avisando que en cierto punto del camino de tierra, comenzaba una tierra indígena, podríamos pasar por allí sin sospecharlo siquiera. En los costados del camino, el mismo paisaje de maleza infinita.

 

Las 64 familias Guaraní-Kaiowá de Panambizinho vivieron por décadas en medio del colonião y de la brachiara (tipos de pasto o maleza) y de la soja, cercados por haciendas que invadieron su territorio tradicional, en una situación de violencia que les impedía hasta circular por la región.

 

El área fue homologada en el 2004 y los colonos fueron reasentados por el Incra (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria). En octubre del año pasado, después de 30 años de lucha y negociación, el grupo indígena puede volver a ocupar las 1.028 hectáreas de sus tierras.

 

Pudieron también volver a plantar mandioca, maíz y calabaza, como nos contó Roseli Jorge, indígena que vive en Panambizinho.

 

Ya hacía algunos minutos que estábamos conversando con Valdomiro, vice-capitán de Panambizinho, cuando Roseli nos trajo agua helada para el tereré y nos saludó. Llevando el hijo más pequeño en su falda, ella se aproximó y comenzamos a conversar sobre sus hijos que están en la escuela, sobre la división de las casas de las haciendas después de la retirada de los colonos, sobre su trabajo en la plantación. Cuenta que cada familia tiene un cultivo, que ella trabaja diariamente en la plantación de su familia y que la plantación de este año anduvo bien, a pesar de que todavía no han podido plantar todo lo que hubieran querido, ya que sólo entraron en la tierra en octubre: Agosto, día primero, tiene que plantarse sandía, mandioca. Maíz Saboró se planta en octubre, día 12. Tenemos que hacer chicha, cuenta Roseli, que habla portugués con mucho acento Guaraní. Chicha es una bebida indígena hecha con maíz y usada en celebraciones y rituales, como el ritual del maíz saboró, que va a acontecer el próximo fin de semana.

 

Allí, en aquel pueblo que sólo recientemente volvió a tener condiciones para planear su sustento, las familias todavía se cuestionan sobre como será posible utilizar algunas de las estructuras dejadas por los hacendados, entre ellas los corrales y las acequias. Y las mujeres parecen tener espacio para reestructurar su modo de vida ligado a la tierra y a la producción del sustento familiar.

 

Salud de la mujer

 

En otras conversaciones en las aldeas, intentamos abordar más los temas de salud. No es sencillo llegar a la casa de los indígenas y querer saber sobre cosas personales. Primero, porque el tiempo y la lógica de las conversaciones no funcionan para esta idea que tenemos los periodistas, de hacer entrevistas. La conversación sigue por caminos mucho menos directos, y los temas aparecen al poco tiempo. Y pensándolo bien, ¿qué obligación tienen aquellas personas de ponerse a contar sobre sus vidas a un extraño que llega haciendo preguntas?

 

Sin embargo, en el medio de las conversaciones sobre los árboles, los niños y la atención de los programas de salud, escuchamos cosas como sospecha de cáncer y enfermedad en la sangre. Si recordamos que, para sobrevivir, los hombres pasan meses lejos de sus casas, en los ingenios, y cuan próximas de las aldeas de Mato Grosso do Sul están de las periferias de la ciudad, queda claro que es importante que los órganos públicos ligados con la salud indígena necesitan intensificar su preocupación con la incidencia de enfermedades sexualmente transmisibles, con especial atención en la salud de las mujeres.

 

El camino a Caarapó: Sol caliente y polvareda

 

La ciudad de Caarapó queda a 50 km de Dourados. Desde el municipio hasta la tierra indígena Caarapó pasamos por algunos kilómetros de camino de tierra y mucha piedra. No llueve en la región hace un mes, la polvareda entra en el automóvil, cubre la piel, las ropas, los lentes.

 

Impresiona, en la tierra Caarapó, la aridez del paisaje. Vimos mucha maleza y pocos árboles. Vimos mujeres y niños caminando bajo aquel sol fuerte. Parece que la bicicleta es uno de los medios de transporte más usados del lugar. Nos cruzamos con varias en el camino de tierra, que tiene también tránsito de camiones, ya que une Caarapó con Ponta Porã. Es otro caso de carretera que corta una tierra indígena.

 

Llegar a una tierra indígena por aquí esperando aquel modelo de casas dispuestas en círculo es garantía de decepción. Los Guaraní-Kaiowa no viven así: viven en casas distantes unas de las otras, divididos en familias. Actualmente, muchas de las casas tienen familias en el sentido usado por los no indios, compuesta por padres, madres e hijos. Pero en general, las viviendas acogen familias que están compuestas por abuelos, hijos y nietos. Los grupos viven en la misma casa o en casas próximas, dentro de un mismo terreno.

 

Mujeres sin espacios de sociabilización

 

El investigador Antonio Brand recuerda que uno de los factores que acompañó la degradación de la calidad de vida y la desestructuración de los Kaiowá entre los años 80 y 90 fue la pérdida de los espacios de sociabilización de las mujeres. Con las familias numerosas, la ida hacia los cultivos era un trabajo colectivo. Cuando las mujeres iban hacia el arroyo, no iban solas, sino en grupo. Actualmente, con las casas unifamiliares, no existe más la costumbre de ir hacia los cultivos. Los espacios de sociabilización fueron comprometidos, dice Brand. Esas transformaciones necesitan ser entendidas en el contexto de la pérdida de las tierras y del confinamiento por los cuales pasaron los Guaraní- Kaiowá desde la segunda mitad del siglo 20.

 

Además según Brand, en casos extremos, como el de la tierra indígena de Dourados, las mujeres quedan aisladas dentro de las casas. Ellas están con los hijos, pero no tienen cómo resolver sus problemas porque no tienen condiciones objetivas, dentro de la realidad en la que viven, de producir alimentos por ejemplo. En Caarapó, la situación es semejante. A pesar de haber más tierra, ellas están invadidas por el pasto y malezas, o degradadas por el uso. 

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