El Vaticano profirió una resolución la cual cerró la posibilidad de ordenar diáconos permanentes indígenas en la región de Chiapas. Unos 5 mil indígenas se manifestaron en marzo de 2006 en la ciudad mexicana de San Cristóbal de Las Casas para pedir al Papa Benedicto XVI que autorizara la ordenación de diáconos permanentes, prohibida desde hace seis años. Sin embargo, el Vaticano prohibió en 2000 las ordenaciones de diáconos y pese a las protestas, ratificó su decisión en noviembre pasado, con lo que frustró las esperanzas de unos 200 indígenas chiapanecos que aspiraban a ello.

El Vaticano desconfía de los indígenas

Por: Bernardo Barranco V.

Tomado de: www.jornada.unam.mx

Mientras la maquinaria mediática de Roma difunde un primer aniversario pontificial con un dulce, moderado y discreto Papa a la cabeza, la región indígena de Chiapas sufre una resolución arbitraria del Vaticano, el cual cerró la posibilidad de ordenar diáconos permanentes indígenas, cancelando así la solicitud de Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas.

En documento fechado el 26 de octubre de 2005, firmado por el prefecto, cardenal Francis Arinze, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, argumenta cuatro causas para cancelar la ordenación de diáconos permanentes indígenas.

Primera: "No se puede ignorar -dice el texto- que aun después de pasados cinco años de la salida de Su Excelencia, monseñor Samuel Ruiz, de San Cristóbal de las Casas, continúa latente en la diócesis la ideología que promueve la implementación del proyecto de una Iglesia Autóctona". Segundo: existe un "problema ideológico de fondo" y hasta que no sea resuelto no habrá ordenaciones. Tercero: "alimentar en los fieles expectativas contrarias al magisterio y a la tradición, como en el caso de un diaconado permanente orientado hacia el sacerdocio exorado (casado), coloca a la Santa Sede en la situación de tener que rechazar las distintas peticiones y presiones y, de este modo, se le hace aparecer como intolerante", Cuarto: los diáconos no deben ser por "designación comunitaria, sino por una llamada oficial de la Iglesia" y requieren de una "formación intelectual sólida, orientada por la Sede Apostólica".

Arizmendi acata con disciplina; no tiene alternativa bajo riesgo de convertirse en un obispo rebelde. Cuando le preguntan cómo asume la medida vaticana, responde: "Con dolor y tristeza. El sentimiento que predomina en la diócesis es que no se comprende la situación de esta Iglesia local. El 75 por ciento de su población es indígena, de cinco etnias distintas. La diócesis se extiende en 37 mil kilómetros cuadrados, con muchas poblaciones dispersas y sin carreteras. El trabajo pastoral de los diáconos permanentes es de primera necesidad. Además de ellos, tenemos más de 8 mil catequistas".

Católicos conservadores festinan la medida y, siguiendo la tesis de Luis Pazos, reiteran que la excesiva politización de Samuel Ruiz condujo a la fragilidad pastoral, así como quedar a expensas del avance de diversos grupos evangélicos.

Esta seudohipótesis se derrumba al analizar el comportamiento en las diócesis vecinas, Tapachula y Tuxtla, de los nuevos movimientos religiosos que alcanzan cifras de expansión que incluso superan a la de San Cristóbal. Veamos Guatemala y constataremos que el fenómeno es más complejo que la acusación ideológica a la teología india, heredera de la teología de la liberación. En cambio, analistas y académicos avezados en el tema me han comentado que con esta medida de Benedicto XVI la Iglesia católica en la región sur queda en indefensión, ya que diversos grupos evangélicos no sólo reconocen, sino estimulan los liderazgos locales indígenas.

Estamos frente a un hecho no menor que casi ha pasado desapercibido por la opinión pública y requiere de un análisis mucho mayor porque no únicamente está en juego la relación con el excesivo centralismo romano, sino la congruencia del propio catolicismo a escala global entre lo que dice en sus documentos y discursos y lo que en realidad hace.

En el fondo el Vaticano desconfía de los posibles vínculos que aún existen entre sectores del clero y el EZLN, así como del modelo eclesial que desde hace 50 años se ha venido perfilando en la diócesis de San Cristóbal de las Casas y, por supuesto, del tema del celibato tanto diaconal como sacerdotal, que tiene peso propio.

Ni esta carta ni esta medida son nuevas: el Vaticano ya había pedido al obispo Arizmendi suspender un tiempo no breve la ordenación de diáconos indígenas en julio de 2000 en la que sorprendidos los cardenales de Roma, entre ellos el propio Joseph Ratzinger, expresaban que en los últimos 40 años se habrían ordenado para la diócesis de San Cristóbal de Las Casas sólo ocho presbíteros frente a algo más de 400 diáconos permanentes. Por su parte, Arizmendi ha contestado a la congregación que aunque acata la decisión no está de acuerdo con la argumentación. Distingue en el texto de marzo pasado entre Iglesia autónoma e Iglesia autóctona, avalada por el mismo Concilio Vaticano II; sobre la designación comunitaria de los candidatos indígenas a diáconos recuerda a Roma cómo las primeras comunidades cristianas elegían a sus diáconos y presbíteros (Hech 6,3-6).

Se percibe falta de consistencia de una iglesia que privilegia un modelo eurocéntrico desfondado y en crisis frente al riesgo de la enculturación del evangelio en las culturas locales. Sería interesante repensar ya no sólo el autoritarismo de Roma, sino el excesivo centralismo autócrata contra las intuiciones de una iglesia pluricéntrica, así como la pérdida de osadía del ímpetu misionero frente a la acartonada ortodoxia. En términos políticos, la determinación del Papa expone la autoridad y liderazgo de Felipe Arizmendi, tanto en el interior de su propia diócesis como en el complejo panorama religioso de la región.

En este corto espacio únicamente planteamos el problema; la reflexión da para mucho más. Sólo invito a recordar los apasionados discursos sobre los indígenas que tanto la jerarquía como Juan Pablo II han pronunciado en nuestro país en cada una de sus visitas, en particular la tercera, en Mérida, en el marco del quinto Centenario, y la cuarta, cuando canonizó a Juan Diego. En aquella ocasión (enero de 1999) dijo en su despedida: "¡Dios te bendiga, México!, que cuentas con numerosos pueblos indígenas, cuyo progreso y respeto quieres promover. Ellos conservan ricos valores humanos y religiosos y quieren trabajar juntos para construir un futuro mejor". Son expresiones que han quedado atrás, para el olvido.

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