Les agradezco mucho la publicación de mis comentarios sobre los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. No aspiraba a que le dieran la categoría de un artículo periodístico, pero me satisface la atención prestada a los comentarios.
Me gusta el estilo del periódico, porque sirve para aproximar opiniones, compartir ideas, debatir teorías, hacer denuncias, reconstruir historias perdidas, ofrecer soluciones y dar apoyo a las minorías étnicas de Colombia a través de la denuncia constante de tantas violaciones que se ejercen contra estos grupos.
Frente a esas violaciones, concebidas como un escándalo a nivel mundial, se deben emprender acciones punitivas contundentes contra los responsables, porque son atropellos casi constantes contra esa parte de la población colombiana que inerme sufre una persecución atroz.
Me viene a la memoria un episodio acontecido entre los años 1970 y 1971, durante la presidencia del Dr. Misael Pastrana Borrero.
Algunos habitantes, que en esa época ocupaban la comisaría del Vichada, salían a cazar indios que vivían en un estado muy primitivo; eran (indígenas) pacíficos, no salvajes y mantenían una vida nómada por las regiones de Colombia, Venezuela y Brasil en la región de la Orinoquía. Eran indígenas que trabajaban sus sembrados, sus cultivos y sus rosas de maíz, yuca, plátano y fríjol para alimentarse. En esa oportunidad fueron asesinados más de veinte indígenas.
Esta masacre las denunció un hombre de origen quindiano –no me acuerdo su nombre y su apellido- que se radicó en la región del Meta y los llanos orientales; esta persona había desempeñado el cargo de inspector de policía, y después fundó una cooperativa en esa región de la patria. En una de sus correrías difundiendo el espíritu cooperativista, recibió la información de esos crímenes y llevó la noticia a la prensa. De esta manera, Colombia se dio cuenta del crimen.
La opinión pública nacional protestó y exigió que se hiciera justicia, castigando a los culpables. El presidente Misael Pastrana, públicamente recogió ese clamor y ordenó, de oficio, a las autoridades competentes adelantar la investigación de los hechos y la aplicación de la justicia.
Se comprobó que el crimen fue cierto. Los autores de esa masacre fueron aprehendidos. Todos eran campesinos y vaqueros, y la justificación que dieron fue inaudita: dizque que era un deporte cazar indígenas porque eran animales que no valían para vivir; había que acabarlos porque les causaban mucho daños en los cultivos.
El gobierno y las autoridades determinaron y establecieron que cualquiera que matara a un indígena tenía que responder ante los jueces por ese delito, aplicándole el código penal y teniendo que pagar con cárcel.
Lo más lamentable del hecho es que el quindiano más tarde fue asesinado; su muerte quedó impune, como impune quedó la muerte de los indígenas, porque la mayoría de los participes en el delito quedaron libres por falta de pruebas.
Lo más importante de este hecho es que a partir de esa fecha se dejó de cazar indígenas, y los habitantes de los llanos tuvieron que aprender a convivir y a tolerar a sus vecinos, que lo único que hacían era sobrevivir.
¿Qué hacer ahora para que cese el actual exterminio de indígenas? Lo bueno de todo es que el sol siempre nos alumbra a todos.
Los comentarios adversos a mi escrito de los "¿Hermanitos menores?" los leo y analizo con cuidado y atención, no los recibo con beneficio de inventario, valoro al censor intelectual con escepticismo; sus epítetos me causan hilaridad; tendrán que mejorar alguna vez las relaciones con las personas, pero para mejorar hay que tomar una referencia.
Para el caso, tengo como referencia la civilización actual. No me creo lo máximo, pero si es importante manifestar la diferencia, de eso se trata, de vivir en libertad y de luchar por el progreso y la convivencia con respeto, como lo hace don Faustino Ramos, un descendiente de los Taironas que nos alimenta con sus escritos, y en su oficio o profesión civilizada combina el ser y el no ser, la razón y la emoción, el ethos y el bios, la historia y la leyenda.
Posiblemente la cultura occidental llegue a las tierras del “Seneiken” y el fortalecimiento cultural sea mutuo y se derriben barreras que las ideologías fundamentalistas quieren mantener. Si la iglesia católica tuvo que aceptar la teoría heliocéntrica, ¿por qué los Arhuacos no aceptarán que todos somos iguales? ¡Verdad!