El jueves 11 de julio a las 1:10 p.m. comenzó en Toribio Cauca la toma guerrillera del sexto frente de las FARC. Una toma como tantas que a diario se registran en el país, que afectó el puesto de policía, las casas de un ex alcalde y de personas de la población y el Banco Agrario. Para mí fue una experiencia vivida con pánico y en superlativo porque mi hijo de 7 años jugaba fútbol en el CECIDIC a 15 minutos de la plaza central del pueblo con otros tantos niños paeces en el momento en que todo se desencadenó.
Catorce policías en la estación resistieron 20 horas de combate con armas no convencionales, el fuego de los fusiles, la ráfaga desde los helicópteros y el avión fantasma de las fuerzas armadas de nuestro país.
En algún momento entre el jueves y el viernes, cuando una buena porción de la población estaba congregada empezaron las ráfagas, la gente corría de un lado a otro y ante el ofrecimiento del padre Ezio Roattino de protegerse en la iglesia, todos decían "olvídelo padre, acuérdese de Bojayá". Una casita quedó atrapada entre el fuego que venía de la montaña y el puesto de policía, la gente atrincherada se protegía de las balas; sin embargo, un niño de diez años, Wilson, se dejó tentar por la curiosidad y fue alcanzado por los impactos salidos de cualquiera de los actores en la toma.
Nadie en la casa podía superar el miedo para llevar al pequeño a un lugar seguro, sólo un posible apoyo de la guerrilla se atrevió a tomar la iniciativa y ayudó a que fuera llevado a un centro asistencial. En otra parte, uno de la comunidad discutía con los guerrilleros y desató su furia, un impacto fue lanzado hacia los pies y las esquirlas alcanzaron en el brazo a una mujer que le acompañaba.
Se vivieron muchas horas de confusión hasta que los policías se rindieron. Fueron entregados a la comunidad porque ningún organismo humanitario había podido acudir a la zona. Todos temían por sus vidas, así que no querían recibir este cuerpo de catorce policías exhaustos física y moralmente por el embate; era incierta su salida del casco urbano por los ataques guerrilleros y los retenes a lo largo del camino. Mi hijo entretanto dormía cansado de lo mucho que jugó durante el día con Santi, José, Andrés y Luís, niños de la comunidad.
Mientras los medios de comunicación hablaban del mayor operativo de las fuerzas armadas en mucho tiempo, por los caminos polvorientos de las afueras de Toribio, caminaba una pareja de guerrilleros, con paso lento, tomados de la mano como si salieran de una función de vespertina. Las montañas aledañas estaban rodeadas por la guerrilla y en la plaza central después de la toma, la gente movía con curiosidad los cilindros sin estallar que quedaban en los escombros.
Cuando todo parecía haber terminado ya el sábado, empezó a llegar el ejército en helicópteros y volvieron las ráfagas y el miedo infinito. El ejército y la guerrilla empezaron el combate y la única alternativa era tratar de salir lo antes posible del pueblo.
Desde Bogotá seguí los acontecimientos con la mayor angustia de toda mi vida. Devoré los noticieros radiales, las escasas noticias en la televisión, insistí a amigos y familiares en Cali que indagaran por la suerte de la población, del padre de mi hijo y de mi pequeño David. Finalmente recibí noticias de ellos; David reportaba 13 partidos de fútbol jugados y una cajita con casquetes vacíos de los fusiles que servían para llevar de recuerdo; Javier reportaba, toda una vida de angustia en dos días con la gente, temiendo por su vida, la de su hijo y la de sus alumnos en un trabajo de extensión universitaria. Ganó la comunidad, el proyecto Nasa, Premio Nacional de Paz en 1999 que conservó, de algún modo, la integridad de su proyecto y el derecho a seguir reafirmando su ser de comunidades indígenas libres del Norte del Cauca.
Para mí, todo análisis académico de la violencia perdió sentido, sólo encontré calma la tarde del sábado cuando nos encontramos y en la mesa de un restaurante comprobamos el milagro de estar vivos y libres y pudimos reafirmar intacta la esperanza y el espíritu fortalecido, para el Cauca es un proceso que no termina y para los paeces es su lucha diaria por mantener la dignidad y la libertad