Lolofos, Gagos, Ararás, Mondongos, Bayes, Ashantis, Gorgonas, son los apelativos de algunas de las 29 tribus a las cuales pertenecieron miles de esclavos negros que fueron traídos al istmo de Panamá, en tiempos de la colonia española. Por supuesto, hace mucho tiempo ya de eso, pero muchas de las tradiciones de esos hombres y mujeres, que antes del infernal trasiego habitaban las tierras del occidente de África, aún sobreviven entre nosotros, con todo y la modernidad que nos asalta. Su permanencia como aporte a la cultura e identidad nacionales, si bien a estas alturas es clara entre nosotros, se pone de relieve con cierta vitalidad por esta época en que, al igual que en otras partes de América Latina y el Caribe, se celebra la popular fiesta del carnaval.
En Panamá, los descendientes de esos esclavos todavía hacen gala del sincretismo resultante de lo africano y la imposición hispánica, a través de danzas y cantos en las que “liberan del alma” el legado de las culturas que por siglos edificaron sus antepasados, mucho antes de que se diera la brutal irrupción de los europeos en sus tierras. Juegos Congos: es el singular nombre que reciben las jornadas festivas en los cuales, hoy día, se recrea el mundo burlesco que solían armarse los esclavos durante la época colonial, en los pocos momentos de ocio que sus dueños les permitían. Cada vez que asomaba una oportunidad, se imponía la mofa como un recurso de los oprimidos para “vengar” la indulgencia de los amos. Así se explican la bufonada, expresada a través de las incontables contorciones corporales de los danzantes, y el lenguaje enrevesado (jerigonza) empleado por estos, durante las fiestas de Congos. Todo ello era parte de un universo que ocultaba, y revelaba al mismo tiempo, el desprecio hacia el opresor y las ansias de libertad.
Aunque forman parte de la cotidianidad de los pobladores de las costas de la Provincia de Colón, durante la fiesta del carnaval, los juegos Congos pasan a integrar el orden del día en varios sitios de nuestra geografía. A través de ellos, los descendientes de esclavos abordan un amplio repertorio de temas, que van desde las puras coplas de amor, hasta la denuncia social y la sátira política, tal y como solían hacerlo sus antepasados, hace más de 500 años, cuando mujeres con collares al cuello y faldones multicolor, junto a hombres vestidos con innumerables arandelas y rostros pintados de negro hacían gala de sus destrezas con la voz, las caderas y las piernas. Desde entonces ya se advertía la policromía étnica y cultural que, mucho tiempo después, vendría a ser una de las particularidades del Estado-nación que hoy conocemos como Panamá.
Así que, ya sea en tiempos del carnaval o fuera de él, cuando usted escuche en algún paraje de nuestro país cantos y expresiones que entremezclan el español con remanentes de alguna lengua tribal africana, y se tope con un grupo de negros pintados de negro, bailando al ritmo de tambores y con un vacilón de padre y señor, no se asuste. Cuando ello ocurra, sepa usted que está en presencia de un gran teatro popular, cuyos “actores” están evocando aquellos tiempos en que sus abuelos cautivos, con peculiar ingenio, le sacaban la lengua a los señores amos, ante sus propias narices, sin que estos se percataran, nunca, de que el jolgorio era en su nombre y contra ellos. Tampoco se preocupe si a usted también le lanzan una mueca, pues, a los Congos ya se les ha tornado en costumbre gozar a costilla de los demás.
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