En el marco del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas que se adelanta en Ginebra, en su 21º período de sesiones, la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras del Ecuador (FENOCIN) presentó ante la Comisión de Derechos Humanos una reflexión sobre el panorama de los pueblos ecuatorianos en el contexto de la mundialización.
En nombre de la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras del Ecuador (FENOCIN), permítame expresar nuestro sentir en referencia al tema de los pueblos indígenas y la mundialización.
Los indicadores sobre la crisis de los indígenas y campesinos ecuatorianos – en los últimos años –son muy elocuentes: en el área rural se encuentran dos de cada tres pobres, según el Informe de Pobreza del Banco Mundial, en tanto la Secretaría Técnica del Frente Social, señala que casi el 70% de indígenas están bajo la línea de pobreza (1994). Con la crisis progresiva de estos años, la pobreza debe llegar al 80% de indígenas.
Esta cruda realidad, consideramos, tiene raíces en el proceso de globalización y de neoliberalismo que de manera hegemónica se van imponiendo en nuestro medio:
A esto responde la imposición de una moneda mundial como el dólar, la creciente intervención de organismos financieros internacionales (BM, FMI, OMC), las políticas gubernamentales impositivas (centralismo, privatizaciones), una cultura de consumo masivo, un sistema jurídico subordinado a los poderosos (corrupción de la banca) y un mayor poder político-militar de los principales Estados propulsores del capitalismo (EE.UU.), entre otros aspectos.
En el Ecuador de los años recientes es visible y evidente que el Estado se ha convertido en un instrumento del poder económico para beneficio de sectores minoritarios y de los capitalistas nacionales y extranjeros. La naturaleza es tratada como un insumo más para obtener ganancias y aumentar la productividad (manglares, bosques, petróleo). La competencia es la clave para el buen funcionamiento del sistema sin importar la condición de las personas y trabajadores (hay que producir más y barato, hay que exportar para tener éxito y recursos). Se impulsa la competencia y especialización de las empresas y productores, de acuerdo a las necesidades del mercado y no de las reales necesidades y conveniencias de nuestra población.
No estamos de acuerdo con este rumbo y modelo que en lo económico, político y social, se promueve y - es más - se impone pero no solo en nuestro país sino en todos. Quisiera presentar algunas propuestas que consideramos principales para enfrentar estas exigencias:
- Que tengamos claro todos, que el bienestar de cada sector social depende del bienestar de las otros y que las oportunidades de cada uno dependen del conjunto.
- Que los Estados se comprometan con el conjunto de la sociedad, regulando la competencia y la relaciones sociales, sobre todo redistribuyendo recursos y apoyando –solidariamente- a los sectores más pobres y mayoritarios.
- Que se trabaje prioritariamente en los espacios locales y regionales, para lograr un "desarrollo a escala humana".
- Que la naturaleza -nuestra pachamama- se la respete, preserve y mejore, ya que es la base material de la sociedad y condición de existencia de la vida misma.
- Que se privilegie la interculturalidad, la solidaridad, la convivencia y complementaridad entre sectores sociales y personas.
- Que se promuevan y defiendan los derechos humanos, a partir de la idea de comunidad y los valores de justicia social.
Si pensamos que la mejora de la calidad de vida de las personas y las comunidades tiene que ver –exclusivamente- con el crecimiento económico y la acción del mercado, como plantea la globalización desde los intereses del neoliberalismo, los pueblos indígenas aparecemos intrascendentes, más bien como consumidores y mano de obra barata.
Sin embargo, si asociamos "desarrollo" con equidad social, participación comunitaria, convivencia, saberes propios, manejo y preservación ecológica, satisfacción de las necesidades humanas básicas, libertad de expresión, etc., nuestra presencia y capacidades se convierten en un factor estratégico y vital para los países.
Los pueblos indígenas, a pesar de sufrir una pobreza muy grande, contamos con recursos como la inteligencia, imaginación, historia, sentido de identidad y patrimonio cultural. Y la experiencia nos enseña que los pueblos con fe en sí mismos, que saben de dónde vienen y cuya seguridad personal y orgullo colectivo se basan en esta misma conciencia, son los más preparados para llevar a cabo los cambios que sus sociedades requieren.
Si la identidad es un valor que aflora en quienes están seguros de sus acciones, actitudes y capacidades, podemos afirmar que de nuestra parte existe una voluntad de relacionarnos con otros grupos y con otras identidades de la sociedad.
Y, si el futuro tiene que ver con quienes necesitan –irremediablemente- mejorar las condiciones de vida y disponen de recursos para lograr la prosperidad a lo largo del tiempo, de forma autónoma y solidaria, los pueblos indígenas somos el mayor activo que tienen los países para construirlo con identidad, inteligencia e imaginación.