En el marco del seminario internacional Las amenazas a la democracia en América Latina: terrorismo, debilidad del estado de derecho y neopopulismo, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, invitado especial, volvió a sorprender por sus declaraciones, desdichadamente no sobre lo que mejor sabe hacer, que es literatura, sino sobre aquellos movimientos sociales que en Latinoamérica se vienen configurando como resistencia a políticas como la integración económica de la región a través de instrumentos como el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) o las estrategias que fundamentan la lucha contra las drogas en atacar a los productores, campesinos, indígenas y negros, considerados por propios y extraños como el eslabón más débil de la cadena, mediante una agresiva destrucción de los bosques y selvas, territorios sometidos a una indiscriminada fumigación que pone en “jaque mate” a las comunidades étnicas y campesinas.
El autor de obras tan fascinantes como La ciudad y los perros (la corrosión de los valores en el colegio militar Leoncio Prado), Casa verde (metáfora de una selva que esconde bajo su follaje, entre otras cosas, el tráfico ilícito de productos que vulneran el equilibrio de las comunidades indígenas) o La fiesta del chivo (historia que representa el siniestro accionar del célebre dictador Rafael Leonidas Trujillo en República Dominica), señaló el peligro que para la democracia representan los movimientos indígenas en Perú, Bolivia y Ecuador, toda vez que las luchas reivindicativas que encarnan se pueden constituir en la punta de lanza de desordenes políticos y sociales.
De acuerdo con su teoría, la reacción que tienen las comunidades indígenas frente a la fumigación de sus territorios ancestralmente sagrados, la incorporación de indígenas, negros y campesinos a dinámicas agrícolas que apuntan a que todas las familias produzcan determinados productos especializados – los otros llegarían directamente de Estados Unidos – o que tengan que abandonar sus tambos y cementerios sagrados para que sobre ellos se construyan hidroeléctricas y represas, son reacciones incompatibles con el desarrollo, la modernización y la posibilidad de alcanzar la civilización.
"En Bolivia se quejan que las empresas quieren llevarse el gas. En Perú, los arequipeños se levantaron para que dos empresas extranjeras no se llevaran la electricidad”, sostuvo el escritor, quien no dudó en indicar que "el indigenismo de los años 20, que pareció haberse quedado rezagado, es hoy en día lo que está detrás de fenómenos como el señor Evo Morales, en Bolivia. En Ecuador hemos visto operando y, además, creando un verdadero desorden político y social".
Desde esa perspectiva, la fórmula para el escritor arequipeño es muy sencilla: combatir esos gérmenes de desestabilización. Es por ello que sus recomendaciones no pueden ser otras que acabar con decisión esas manifestaciones que impiden alcanzar la civilización, la moralidad y, como olvidarlo, el desarrollo.
¿La manera de atacarlos?. Según él, con buenas ideas. Según los líderes indígenas, con políticas represivas y violentas, es decir, muerte.
¿Quién tiene la razón?
La visión que plantea Mario Vargas Llosa no sorprende a los indígenas. Desde hace más de un año ellos saben por el Departamento de Estado de los Estados Unidos que sus protestas son consideradas como prioridad en Latinoamérica, porque sus manifestaciones son consideradas como el principal elemento que puede poner en riesgo la seguridad nacional de cada uno de los países de la región. Evidentemente, la caída del presidente Sánchez de Lozada es la confirmación de que los pronósticos del Departamento de Estado no eran infundados.
No obstante, la percepción que tienen los indígenas sobre la manera en que se combaten esos focos de resistencia y desestabilización tampoco es infundada. Mientras el señor Vargas Llosa cerraba el seminario internacional, más de 60 líderes representantes de las 84 etnias que tiene Colombia se reunían en Bogotá en el Taller nacional para apropiación de la directriz para la atención integral y diferencial de la población indígena víctima del conflicto armado – organizado por la Red de Solidaridad Social y la dirección de Etnias del Ministerio del Interior – para discutir estrategias que los ayude a enfrentar lo que se puede señalar como un etnocidio.
Mientras el señor Vargas Llosa defendía la democracia, los indígenas Kankuamos – etnia que ha tenido que enterrar a más de 60 miembros en lo corrido del año – Wiwas, Arhuacos y Koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta narraban con lágrimas y desolación la manera como las FARC EP y las AUC los exterminan para controlar militarmente una zona donde se proyecta varios megaproyectos, como la construcción de una hidroeléctrica en el río Guatapurí.
Mientras el señor Vargas Llosa ensoñaba a los asistentes del seminario con un discurso clamando por la civilización y el desarrollo de Latinoamérica, los indígenas del Putumayo contaban como los grupos de autodefensa torturan a niños y mujeres, con prácticas tan demenciales como las que Abbes García utilizaba durante la Era Trujillo.
Como es natural, las reacciones de varias de las organizaciones indígenas más importantes de Ecuador, Perú y Bolivia no se han hecho esperar tanto. Por ejemplo, el presidente de la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (FENOCIN) de Ecuador, Pedro de la Cruz, sostuvo: “El nazismo está muy lejos de tener algo que ver con la lucha del movimiento indígena y campesino, que durante mas de 500 años ha sido explotado y marginado, y que lo único que persigue es la reivindicación de sus derechos para vivir como seres humanos diversos, en un espacio digno para participar democráticamente en la conducción de los países”.
Finalmente una anécdota: tuve la oportunidad de compartir con una de las principales dirigentes indígenas del Vaupés las declaraciones de Vargas Llosa, las cuales fueron reproducidas y distribuidas con prontitud por las distintas organizaciones indígenas. Las comentamos mientras ella me narra como las disminuidas familias de pueblos como el Miraña o el Cubeo se están desplazando en su totalidad hacia el Brasil por causa de la guerra y del hambre. Le cuento que en los últimos meses he leído algunos de los libros de un escritor que tiene reconocimiento y prestigio, que me gustan mucho las historias, que no comparto sus concepciones políticas y su defensa al modelo económico. Ella, que me escucha con esa tranquila pasmosa que caracteriza a los indígenas, me dice con rabia: “no trate de justificar a ese cabrón”.