Colombia tiene 40 millones de habitantes, pero no tiene conciencia de que algunos de ellos pertenecen a pequeñísimos pueblos, de entre 20 y 7.000 personas, con culturas e idiomas propios, que corren el riesgo de desaparecer.

 

Es, por ejemplo, el caso de los nukaks, los cuales, desde su primera salida a la civilización, cuando llegaron al pueblo de La Libertad (Guaviare), en 1988, han perdido la mitad de su población y hoy son solo 400. Es un pueblo sin ancianos, pues solo se cuentan 6 personas mayores de 40 años. Su territorio coincide en parte con el enorme parque nacional del mismo nombre, en Guaviare, en el cual, según datos satelitales, hay 1.464 hectáreas de coca. Cuarenta nukaks, 10 por ciento de todos los que viven sobre la faz de la tierra, son, además de desplazados, sedentarios: por culpa de la guerra debieron huir y asentarse cerca de San José del Guaviare, lo que rompió con la esencia de su cultura, el nomadismo.

 

Su situación y la de las 84 etnias que habitan la Amazonia colombiana acaban de ser documentadas en un informe y un foro recientes, realizados por la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos. Trescientos indígenas de la región han sido asesinados por la guerrilla y los paramilitares en los últimos cinco años; 1.725 han sido desplazados; 41 están desaparecidos; 6 han sido víctimas de minas antipersonales. La coca y sus secuelas están entrando en sus regiones, que son teatro a menudo de operaciones militares y bloqueo de alimentos y combustible, y viven, en algunos casos, bajo la tiranía de los grupos armados ilegales.

 

Además de las lacras 'normales' de la civilización, la Amazonia peligra por el conflicto armado. No solo se trata de casi media Colombia por su superficie. Ya es de cajón hablar de la importancia ambiental y de la biodiversidad de esa región. Además de su fabulosa y aún inexplorada riqueza natural, allí viven, entre pueblos como los taiwamos, que cuentan con solo 22 personas, y los witotos, que en la región apenas pasan de 7.000, cerca de cien mil personas, depositarias de culturas y tradiciones únicas en el mundo.

 

En total, según el estudio, 12 etnias están seriamente afectadas y 22 en alto riesgo. Si bien las zonas más impactadas están en Putumayo, Caquetá y Guaviare y en el piedemonte, los otros tres departamentos de la Amazonia -Guainía, Vaupés y Amazonas- también sufren los efectos del conflicto.

 

El país y el Estado no pueden observar impávidos este 'efecto colateral' de la guerra (también de la guerra contra la droga), que está empujando a la guerrilla y al narcotráfico -seguidos de algunos frentes paramilitares- cada vez más selva adentro, con desastrosas consecuencias para el medio ambiente y los indígenas.

 

Estudiosos del tema llaman al Gobierno a interactuar con las comunidades indígenas como lo que realmente son: gobiernos locales y entidades de derecho. La ley les ha dado autonomía y garantías, con frecuencia formales. Faltan estudios que permitan responder mejor a sus particularidades. Medidas especiales de protección y acompañamiento, respetuosas de sus culturas, están en mora de ponerse en práctica. Falta, en resumen, que el Estado deje de vivir a espaldas de la mitad de Colombia.

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