Las comunidades indígenas del Cauca no están marchando. Están manifestando su dignidad. Marchar es un verbo propio de la actividad militar que nada tiene que ver con una Minga. Para empezar, una Minga es expresión de solidaridad y alegría que se traduce en construcción de autonomía y comunidad. Por eso, la Minga que viene hacia Cali no es un desafío y mucho menos una perturbación del orden público  --como la califica el Gobierno Nacional-- sino más bien afirmación de vida y dignidad.

 

Una afirmación radicalmente civilista y popular que lleva más de cinco siglos “re-existiendo” la marcha arrogante y avasalladora de muchos ejércitos, militarmente superiores pero moralmente inferiores. Por eso hoy nos demuestran, una vez más, que el poder de los pueblos es superior a la violencia de los ejércitos. Sin tener una sola arma de fuego, sin disparar un tiro, sólo con la acción organizada y pacífica de su Guardia Indígena, pertrechada con nobles bastones de madera, lograron rescatar de las manos de las FARC al Alcalde de Toribio, Arquímedes Vitonas, y a su comitiva de acompañantes.

 

Toda una lección de coraje y dignidad que ningún ejército podrá emular. Porque lo que define la suerte de los pueblos y sus dirigentes es el poder civil deliberante, organizado y creador, antes que la violencia militar beligerante, ciega y destructora. Son los actos de rebeldía y “de-liberación” los que hacen la historia, no los de “su-misión” y humillación. Es la alegría de vivir dignamente, cohesionados por una cultura telúrica y solidaria, lo que proporciona a las comunidades indígenas seguridad.

 

Ellas nos demuestran que no son el miedo, los estatutos y mucho menos las armas las que brindan seguridad. Aprender esa lección ha sido el fruto amargo y doloroso de siglos de “Reexistencia” y de reinvención cotidiana del poder, virtudes gracias a las cuales sobreviven hoy las culturas indígenas latinoamericanas. Ellas saben que el poder no nace de la punta del fusil sino de la palabra empeñada y cumplida, origen de todas las Mingas por la vida, la alegría y la dignidad. Por eso han desplegado el poder suficiente para tumbar gobiernos en Ecuador y Bolivia, donde son una fuerza política y social decisoria. Y en nuestro caso ejercen un poder suficiente para afirmar su vida, alegría y dignidad frente a todos los ejércitos, que sólo han sembrado de dolor y muerte en sus parcelas.

 

Han afirmado así su autonomía política y cultural, más allá de toda ilusoria neutralidad, como la mejor garantía para vivir con dignidad, alegría y en libertad. Porque frente a la guerra y el crimen no se puede ser neutral, tampoco cómplice o auxiliar. Los indígenas han rehusado convertirse en verdugos o víctimas de una guerra mezquina, fratricida y degradada. Se han convertido en protagonistas de vida, alegría y dignidad. Nos queda aprender a ser como ellos y dejar de imitar a los otros. Aquellos que viven muertos de miedo, rodeados de alarmas y ejércitos, sin libertad y alegría. A la sombra de un guardián salvador. Sin dignidad y solidaridad,  rehenes de su mezquina y costosa seguridad.  

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